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  • Cuando oyes hablar de la Toscana, pocos se refieren a su campo. Prefieren decir campiña. Los pueblos no son bonitos. Son joyas. Y no les ha gustado. Les ha enamorado. Situada en el centro de Italia, es un faro que atrae por igual a turistas mortales que a ricos y famosos. Los visitantes no quieren ir allí unos días, sueñan con pasar una temporada. Por eso, por su carácter idílico, por haber puesto de acuerdo a todo el mundo, si escribes sobre ella hay que ir con cuidado. Como te contagies del entusiasmo general, puedes acabar salpicando el texto de adjetivos floridos mientras recitas poemas de Petrarca dedicados a la bella Laura. Y lo que es peor: quedarte tan contento. Mi recorrido por la Toscana no fue demasiado ambicioso. No visité Florencia, ni Pisa, ni Siena. Fui en tren, en coche y a pie. 01 En tren hacia Arezzo De Santa Maria Novella, la estación de Florencia, parte un tren que invierte algo menos de hora y media en llegar a Arezzo. Va despacio, para en bastantes estaciones y se pueden abrir las ventanas para que te dé el aire: sientes que estás viajando de verdad. No tardas mucho en familiarizarte con el paisaje: colinas, bosques de roble y de pino, cipreses, villas y pueblos en alto... No es que todo sea bonito, ni falta que hace. Lo destacable es que hay pocas cosas rematadamente feas. Arezzo, que se extiende sobre una colina rodeada de valles, tiene cerca de cien mil habitantes. Es una ciudad rica gracias, en parte, a la orfebrería y a sus numerosas tiendas outlet de marcas exclusivas de moda italiana e internacional. La zona turística, el casco antiguo, de origen medieval, está en lo alto. La visita se puede comenzar desde el parque Pietro, junto a los restos de la fortificación de los Medici. Cerca se levanta la catedral, de piedra amarillenta. En el interior, un vendedor de artículos religiosos me señala dónde se encuentra el fresco de Santa María Magdalena, obra de Piero della Francesca, natural de Sansepolcro, un pueblo cercano. En Arezzo y alrededores nacieron, aparte de este célebre pintor del quattrocento, otras figuras del Renacimiento, como Petrarca, Aretino, Vasari o Miguel Ángel. María Magdalena, bajo un arco decorado con palmas, sostiene un frasco con ungüentos para embalsamar el cuerpo de Cristo. Es una mujer robusta, de rostro inexpresivo. Los colores son suaves y luminosos al mismo tiempo. Pero la obra más conocida de Piero della Francesca en Arezzo es la que aparece en una escena de El paciente inglés, aquella película tan trágica: el conjunto de frescos de la Leyenda de la Vera Cruz, que decora el ábside de la iglesia de San Francisco. Sus protagonistas son algo tristes, delicados y estáticos. La fachada de la iglesia, sencilla, rotunda, es tan elegante como la placita a la que mira. Antes, bajando desde la catedral, conviene acercarse a la iglesia románica de Santa Maria della Pieve y fijarse en las figuras policromadas del dintel de la puerta, que representan los 12 meses del año. La parte trasera de la iglesia da a la plaza Grande, amplia, inclinada, con cafés y restaurantes bajo un gran pórtico, y edificios interesantes, como un palacio con una torre del reloj obra de Vasari. De las fachadas cuelgan escudos de armas medievales, para que nos ambientemos, y es que por aquí todo está cuidado, no hay manera de que el turista se pueda quejar, salvo que prefiera barrios con vida a escenarios. 02 En coche a Anghiari Anghiari es un pueblo encaramado sobre una colina, con el valle alto del Tíber a sus pies. Yendo en coche aparece de improviso, imponente, como si te estuviera retando a escalar sus enormes murallas. Desde arriba, en el casco antiguo, se goza de amplias vistas sobre el valle, y desde la calle principal, que desciende en línea recta y se convierte en carretera, perdiéndose en el horizonte, la perspectiva es impactante. Pero para mí lo mejor fue leer en una guía la historia de una batalla. En 1440 se enfrentaron allí florentinos y milaneses por el dominio de la Italia central. Fue una batalla eminentemente táctica en la que vencieron los primeros. Parece ser que tras veinticuatro horas de movimientos geniales de ambos ejércitos, sólo murió un soldado, y, para colmo, por accidente, al caer del caballo. Gracias a Anghiari, ahora sé que el estilo futbolístico de los italianos, tan criticado, tiene profundas raíces históricas. 03 A pie por Tavernelle Tavernelle es un pueblo de apenas un puñado de casas, situado al borde de la carretera, en el valle de Savora. Hay un restaurante, La Vecchia Osteria La Pergola, en el que se come tan bien como en casi todos los restaurantes de la zona. Almorcé pasta con setas y ternera en salsa, pagué una cuenta que en España bien podría haber sido el doble, y me di un paseo. Tomé un camino que se internaba en el bosque, me desvié por otro y vi un arroyo, granjas y una plantación de tabaco. Al regresar al camino principal me topé con un castillo de tres cuerpos y cuatro torres. El Castello di Galbino, del siglo XIII, se alquila. Grandes salones, una biblioteca bien surtida de literatura italiana, habitaciones de techos altos con vigas policromadas, una piscina asomada al paisaje... Sospecho que, de pasar una temporada en ese castillo, volvería diciendo que "adoro la campiña toscana". Sin rubor alguno. » Nicolás Casariego es autor de Lo siento, la suma de colores da negro (Ediciones Destino, 2007).
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  • Lecciones de táctica en Anghiari, en el corazón de la Toscana, sobre cómo guerrear sin bajas
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  • El secreto del fútbol italiano
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