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  • Cuéntenos su viaje a sus destinos favoritos, en 20 líneas y con alguna fotografía. Puede enviar su relato a EL PAÍS (El Viajero). Miguel Yuste, 40. 28037 Madrid. Los autores de las cartas publicadas recibirán una camiseta especial de El Viajero.Viajamos a Pompeya en el Circumvesuviano, el tren que recorre toda la bahía desde Nápoles a Sorrento. Ese caluroso domingo del mes de junio iba abarrotado de ruidosos napolitanos, alegres por ir a la playa en día festivo. Entramos en el recinto arqueológico de Pompeya por la puerta Marina, que antaño comunicaba la ciudad con el puerto. De ahí se llega rápidamente al foro, el centro de toda ciudad romana, con el mercado, la basílica y el templo de Júpiter. Lo maravilloso de Pompeya es perderse por las calles, que aún conservan el pavimento original, con las huellas de las rodadas de los carros y los pasos de cebra en relieve; o bien visitar los numerosos edificios, algunos incluso con pintadas de propaganda política o anuncios de juegos en sus fachadas. Los hay de todo tipo, aunque me fascinaron especialmente los comercios, sobre todo los bares o thermopolium, donde uno puede apoyarse en la barra. También hay tintorerías, hornos de pan y numerosos burdeles. De los dos teatros, el pequeño conserva la grada de mármol original. Por la Vía de la Abundanza se llega al anfiteatro, en el extremo de la ciudad, y si uno se sienta en la grada y cierra los ojos casi puede sentir rugir al público ante un combate sangriento de gladiadores. Frescos y mosaicos Las villas romanas eran tremendamente lujosas, con sus jardines, patios con columnas y numerosas habitaciones decoradas con frescos y mosaicos, algunas todavía en magnífico estado de conservación. De todas ellas, la que más me impresionó fue la villa de los Misterios, situada fuera de las murallas de la ciudad. Una enorme mansión que en su época de esplendor tenía vistas al mar y que posee numerosas habitaciones, algunas con frescos bellísimos. En uno de los pasillos se encuentra una urna de cristal con el cuerpo de una joven tumbada boca abajo, con las manos cubriéndose el rostro. Es uno de los más famosos moldes de los habitantes de Pompeya, que perecieron debido a la terrible erupción del Vesubio que arrasó la ciudad en el 79 después de Cristo. El cuerpo se descompuso con el paso del tiempo, pero quedó su molde en la capa de finas cenizas consolidadas; muchos siglos después, los arqueólogos lo rellenaron con escayola: imagen trágica de esa muchacha en el momento de su muerte.
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  • En la villa de los misterios
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