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  • Vitoria-Gasteiz tiene bien trazado el camino que marca los sueños en tres pasos: plantar un árbol, lograr descendencia, iniciarse en la escritura. En los brotes, la ciudad se acerca cada vez más a las cifras de un bosque: 130.000 árboles. Las buenas nuevas se dan también en los alumbramientos: la aguerrida Aranda tuvo este año dos crías de visón europeo en el parque de Salburua, un milagro contra la extinción logrado casi en corazón urbano. Y en el capítulo literario, las obras de la catedral han acogido en su libro de visitas firmas como Saramago, Coelho y Follett, a quien precisamente se puede ver contemplando pensativo la entrada de la catedral en una escultura que la ciudad alavesa le ha dedicado por haberse inspirado en estas obras para continuar en un nuevo libro su exitoso Los pilares de la Tierra. Galardonada como la ciudad europea con más zonas verdes consolidadas, nada mejor que empezar su visita con un desayuno fotosíntesis. En medio del Parque de la Florida hay un agradable café acristalado llamado 4 azules que sirve a partir de las 8.30 algo más que bollería: primeras tortillas, sándwiches. Con terrazas de verano bajo los castaños, el parque ofrece un paseo entre reyes visigodos de mármol y grandes del jazz en bronce, un recorrido de Ataúlfo a Wynton Marsalis bajo hayas lloronas y tuliperos de Virginia, todo amenizado por unos bafles municipales que, desde las ramas, ofrecen trinos de Messiaen o sonatas de Bach. Tras el baño de clorofila nos dirigimos al principal punto de encuentro de la ciudad, la plaza de la Virgen Blanca, la amplia pista donde Celedón aterriza todos los agostos para el pistoletazo de las fiestas. La plaza, recientemente remodelada, muestra orgullosa sus cafés, como el recoleto Dublín, de acogedor suelo de roble y esquina acristalada, o la remodelada Ferretería, forrada de piel de vaca, donde se piden cruasanes en vez de tuercas. No hay que irse sin ver la gran plaza de noche, cuando una alfombra de luces trapezoidales y un sugerente baile de aguas la convierten en un escenario altamente hipnótico. Cientos de globos En la Pinto, en la Kutxi, en la Zapa. Ya casi nadie dice Pintorería, Cuchillería, Zapatería. El casco antiguo de Vitoria ha renovado su callejero medieval con nuevos gremios. Baste un botón demuestra: la calle de la Correría, o la Corre, acoge en sus primeros números una tienda exclusiva de globos (La Globería), otra que hace centros de frutas personalizados (La Pera Limonera), un bar de raciones creativas (La Malquerida) y un interesante espacio cultural especializado en una de las instituciones de la ciudad: el cómic (Zuloa). Nuevos locales conviven en calles llenas de palacios, cantones con rampas mecánicas y una plaza toda de piedra, la del Machete, con su adoquinado intacto para idi-probak (concurso de arrastre de piedras con bueyes). Pero hay más bajo tierra. En el 2 de Fray Zacarías, el centro cultural Montehermoso ha sabido unir un palacio del XVI con un antiguo depósito de aguas para convertirlos en un espectacular contenedor de arte, donde tienen cabida las siluetas de Keith Haring o los sonidos de Begoña Muñoz. Acogen y producen arte crítico, con especial atención a las obras sobre igualdad de género. Su excelente bar-terraza se presta al jazz más rompedor durante el festival de verano. Fuera del cogollo histórico, en el 24 de la calle de Francia, veremos más arte subterráneo en Artium, el Centro-Museo Vasco de Arte Contemporáneo. El arquitecto José Luis Catón heredó el agujerazo de un parking inacabado y supo convertirlo en un museo-bodega para mostrar las 3.500 obras que atesora la Diputación Foral de Álava. A los picassos, dalís y mirós se han unido Bill Viola, Juan Muñoz y Vik Muniz. La sala de conciertos ha dado voz a Souvenir, Vanexxa y a los recitales poéticos de Patti Smith. Hora de comer. Uno de los sitios más institucionales es Arkupe (945 23 00 80; Mateo de Moraza, 13). Bajo el paseo de los Arquillos, que tanto gustaba a Ignacio Aldecoa, ofrece un homenaje de comida tradicional vasca por 40 euros. Otra opción más económica es el Gora, un bar musical inspirado en el barón rampante de Italo Calvino y decorado como un bosque deshojado al estilo de los cómics de François Boucq (945 12 14 52; Cantón S. Francisco Javier, 1). En sus mesas, a diario, se comprueba la generosidad alavesa: menú por 10 euros que incluye litro de vino, entrecot rebosante y chocolatina en el café. Por la tarde comprobamos que la frase "una pena porque la catedral estaba en obras" no funciona en Vitoria. Son precisamente las obras del templo lo que se exhibe en visitas guiadas (catedral de Santa María; 945 12 21 60). Armados de casco, pasarelas y andamios, se recorren las tripas del ábside, se accede al triforio, se rinde culto a la excavadora en pleno altar y se comprueba a primera vista cómo los antiguos feligreses yacen en sus necrópolis con una curiosa moneda apretada entre los dientes, el peaje al más allá. Sin quitarse el casco, podemos culminar con otra visita que organiza, previo aviso, el centro de expresión contemporánea Krea (945 15 01 47; Postas, 17) a las obras de su futura sede: el cercano convento de clausura de Betoño. Allí, los arquitectos Roberto Ercilla y Miguel Ángel Campo proyectan convertir las antiguas capillas en salas de exhibiciones, las viejas celdas, en residencias para artistas. La reconversión tiene su miga: cristal como contrapunto al claustro, amplitud de estudios frente al recogimiento de las carmelitas descalzas y mantener ciertas conexiones, como las campanas de maitines, un ora et labora también para los creadores. Ya de noche, el estómago tiene respuestas en la palabra cazuelitas, la delicia culinaria local, a medio camino entre la ración y el pincho. Un lugar muy justamente premiado es la barra del Toloño (San Francisco, 3), con grandes riojas alaveses y delicias como las manitas de cerdo con puré de trufa y foie. Después, el digestivo puede ser el rey de los gin-tonics, el que buenamente miman con rodaja de pepino en un bar setentero bautizado como Kitsch (Cantón S. Francisco Javier, 2).
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  • 20081213
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  • Nombres paralelos en Vitoria, como el de la calle de la Cuchillería. Una ciudad-bosque con árboles por todas partes. Las estatuas de los reyes godos conviven con las de Ken Follett y Wynton Marsalis
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  • Nos vemos en la 'Kutxi'
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