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  • Quiere el tópico bienintencionado y un poco adánico que Asturias es un paraíso natural. Estoy en Cadavedo, en el corazón de esa comarca conocida como Entrecabos, sobre el acantilado que se abre en la playa de La Fontaniella, en un extremo de la finca en la que don Federico Muñiz ha plantado sus camelios. Esosmontes pardos que vemos a un lado, ese mar gris que vemos al otro, y entre esos dos extremos cromáticos las tonalidades verdes y azuladas de la llanura del concejo de Valdés no son sólo casualidades botánicas y geológicas de incomparable belleza. Decir que Asturias es un paraíso natural es olvidarse de lo evidente y más importante: cada área de esta tierra ha sido cultivada por la mano del hombre desde hace siglos. Esos bosques de castaños que vemos a lo lejos, y tan agrestes nos parecen, fueron plantados y labrados durante siglos; esas alturas escarpadas, donde se abren las brañas como un latido de historia antigua, fueron andadas una y otra vez por los pastores y sus rebaños; esos recortes triangulares de terciopelo verde, los prados y sembrados, fueron cercados por manos hábiles por murias de piedra y atendidos convenientemente para proveer de todo lo que daba la tierra. La belleza de este paisaje es una consecuencia del duro trabajo humano, de la irrevocable decisión humana de sobrevivir. Asturias es un paraíso cultural. Argel, tierra caliente Cadavedo (en asturiano Cadavéu, "lugar donde se da la cádava, el tojo") tiene mucho que ver, si se mira con atención, como toda la costa de Valdés. Quiere la tradición que en estas costas desembarcó nada menos que Al Nasir Salah ad Din Yusuf ben Ayyub, más conocido por estas tierras como Saladino, cuando iba de expedición hacia Londres con la intención de quemar la ciudad y evitar la tercera Cruzada que soñaba Ricardo Corazón de León. Desembarcaron los moros muy elegantemente ataviados, nos cuenta un campesino, precisamente en la playa de La Fontaniella, esquivando la peña de La Llobar, y allí desplegaron tienda. El señor del lugar, uno de la familia Rico de Villamoros, conocía la afición ajedrecística de Saladino y lo desafió: si el asturiano ganaba, Saladino se daba la vuelta con sus huestes para su casa; si el asturiano perdía, podía Saladino continuar viaje y ya se vería cómo en la siguiente primavera salían los de Cadavéu a la ballena un poco más allá de la desembocadura del Támesis. Quiere la tradición, que ya que se inventa se inventa bien, que el Rico ganó y que Saladino, que sabía apreciar a un buen jugador y concebía el tablero como un espejo delmundo, "volvéu en paz p'Arxel, que ye tierra caliente". La torre de Villamoros está en las afueras de Cadavedo, en el lugar que en asturiano se dice Vil.lamouros. Se trata de una construcción cuadrada de origen romano o altomedieval. Tal vez se construyó para alertar desde su altura de la llegada de las naves normandas, a lo mejor sólo se levantó con buena piedra por el puro placer de ver desde esa altura el lujo del paisaje. Álvaro Cunqueiro, que solía venir a Luarca, estuvo en esta torre con José Evaristo Casariego buscando evidencias del paso de san Rosendo (aquel santo que con cada avemaría que rezaba hundía una nave vikinga), pero sólo halló revoloteando por el prado una cantidad insólita de mariposas amarillas. Aún hoy la costa de Valdés es la mejor conservada de España, estando como está en general la asturiana menos afectada por el deterioro del paisaje que otras. Abundan las calas secretas, de difícil acceso, por caminos donde crece el tojo, la madreselva y la digitalina. Abundan las casas tradicionales y las indianas, los huertos y los jardines que sueñan un oriente más allá del oriente. Una 'suite' en la torre Desde la torre de Vil.lamouros se puede dar un paseo hasta cualquiera de las playas (que apunto aquí y avisando ya de mano de la dificultad de acceder a alguna de ellas: Tablizu, El Churín, La Fontaniel. la, Ribón, Campiellu y, la más grande y más fácil de todas, Cadavéu). Junto a la torre se alza una casona del siglo XVIII convertida desde mediados de la década de los noventa en casa rural. Dado que no todo el mundo puede disfrutar de alguna de las casonas de indianos que abundan en el concejo de Valdés, no está nada mal este hotel Torre de Villademoros para pasar una temporada. Junto a la torre -convertida hoy en una dependencia más del hotel? se puede leer un poema de Fernán-Coronas escrito en la década de los veinte del pasado siglo: "La carril siguen pantasmas / que ven namás el recuerdu, / Ya'l camín esnidia, esnidia, / chorandu cumu un regueiru". Sí, yo también he tenido esa sensación: el camino lo recorren en esta tarde fantasmas que sólo ven recuerdos pasados y el camino se desliza como un río no hacia el mar sino hacia la niebla. Fernán-Coronas, a principios del siglo XX, traducía al asturiano poesía japonesa. Algunos lo verán como una extravagancia, yo, como un milagro. Había vivido en Turín, en Córdoba, en Euskadi. Conoció el Mediodía francés e hizo suyo ese poema de Goethe que le habla al corazón de un limonero y se pregunta dónde está Roma. La comarca de Entrecabos (¡y no he hablado del río de los Molinos y de la playa de Coroyas, junto a Barcia, en el cabo Busto!) tiene un clima muy dulce, más suave que el resto de Asturias. Hoy sólo se ven naranjos en los jardines, pero hubo un día en que salían vapores cargados de naranjas en dirección a Inglaterra. El clima propicio favorece también la floración de los camelios, esa teácea de origen japonés que en esta tierra ha encontrado cobijo para sus múltiples mutaciones. Fernán-Coronas quiso que la iglesia de La Regalina, la patrona del lugar, tuviese forma de pagoda japonesa: no lo consiguió. Le trataron de loco y al final hubo de conformarse con una capillita tradicional, muy bella, sobre el acantilado. Yo me imagino hoy esa pagoda en el lugar que debería ocupar: una nave a punto de zarpar hacia ese sol del invierno que acaricia y no. El mundo, agradecido por lo que se ve y no, se pone un chal de entretiempo sobre sus hombros.
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  • 20081220
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  • En la comarca de Entrecabos, en el occidente asturiano, las brañas y los bosques de castaños dejan paso a plantaciones de cítricos en un litoral de clima benigno. Nos esperan playas como las de Tablizu, El Churín y La Fontaniella y pueblos como Cadavedo
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  • Una costa de naranjas y camelias
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