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  • Antes de que se acentuara la declinante situación económica, la familia Tejedor había consolidado un modelo de negocio ideal para tiempos de crisis: recetas sencillas de corte tradicional, elaboradas con productos de calidad a precios razonablemente sensatos. A los seis establecimientos que el grupo mantiene abiertos en Madrid se acaba de sumar uno nuevo que potencia, en versión contemporánea, el estilo de las viejas casas de comidas. Se trata de un restaurante distribuido en dos plantas, con capacidad para 225 comensales, aislado acústicamente del bullicio de La Castellana, que casi desde su inauguración llena en todos los turnos ajeno a los problemas de baja ocupación que afectan a la hostelería. Y eso a pesar de que ni las atenciones a los clientes ni la propia cocina dan la talla como en el resto de sus locales, como si sus responsables contemplaran con indiferencia el rodillo de un éxito al que ya están acostumbrados. Lo acusa el personal de servicio, que, bajo la dirección de Juan Carlos Camuñas, se trastabilla con frecuencia desbordado por el frenesí de la sala, vierte los vinos y el agua con energías desmesuradas o se olvida de retirar en su momento cubiertos y copas. Y lo reflejan los platos, pródigos en grasas, en los que abundan los rebordes de aceite como si semejante hipérbole calórica los hiciese aún más auténticos. Ni siquiera la carta, estéticamente desfasada, resulta aceptable: recoge 68 especialidades numeradas al estilo de los restaurantes chinos, ilustradas con fotografías bastante malas y viñetas de Mingote. Casa Narcisa recuerda más a un bar con mesas bien puestas que a un restaurante. Es lógico que en un contexto tan confuso se prodiguen los dientes de sierra. Resulta discreta la ensaladilla rusa, mucho menos acertada que en otros puntos de la cadena; algo insípido el pulpo a la brasa y delicado el salpicón de marisco, al que ennoblece un gran vinagre. Lástima que la morcilla de Burgos frita con pimientos se vea perjudicada por un aceite reutilizado en exceso, pecado impropio de la casa. De lunes a viernes se ofrece un plato de cuchara, lentejas, cocido o alubias con perdiz, entre otros. Está muy conseguido el marmitako de bonito, a pesar de elaborarse fuera de temporada, y desluce la fabada, correcta, que llega a la mesa cubierta por un espejo de grasa. Defecto que se repite en los callos a la asturiana y al que no escapan los calamares en su tinta ni las albóndigas guisadas. ¿Acaso ignora su jefe de cocina que ya no se perdonan las digestiones pesadas? Las medias raciones Otro apartado reseñable son los asados a la parrilla, incluidas carnes rojas y grandes pescados. Espléndido el entrecó, con un punto acertado, y muy jugoso el rape, que, de nuevo otra vez, se rocía con más aceite del deseable. Una buena opción es solicitar medias raciones e incluso compartir platos importantes, actitud casi preceptiva con los postres, pensados para ocupar el centro de las mesas. Suscitan alabanzas la torrija y la compota de manzana; pasa sin pena ni gloria la tarta Sacher, y son vulgares los helados y el brazo de gitano. La bodega, escueta y sin muchas pretensiones, contiene algunas marcas relevantes. Del pésimo café es mejor olvidarse.
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  • CASA NARCISA, un nuevo establecimiento, en el paseo de la Castellana de Madrid, de una cadena que apuesta por las recetas sencillas y tradicionales
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  • Al estilo de las viejas casas de comidas
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