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Un icono histórico y monumental como el monasterio de San Antonio el Real ejerce siempre de imán para la escapada de los madrileños a la cercana Segovia. La antigua vicaría ha sido convertida, en consecuencia, en un establecimiento hotelero con ínfulas regias y atenciones centradas en la clientela de fin de semana, aunque luego sean los esponsales y banquetes multitudinarios quienes ocupen sus instalaciones la mayor parte del tiempo. No hay nada más exaltante que celebrar el "sí quiero" alrededor de un claustro del siglo XV...
Claustro, iglesia y dependencias celulares con vestigios góticos y de orden hispano-musulmán, aunque principalmente barroco, que hizo construir extramuros el rey Enrique IV para los franciscanos y cedió posteriormente su hermana Isabel la Católica a las monjas clarisas, que entraron a vivir el 12 de abril de 1488. Hay que visitar los artesonados polícromos de lacería para comprender la relevancia del sitio y lamentar que la adaptación de la zona de alojamiento no haya merecido un mejor trato.
Difícil encuentro
El encuentro entre el monasterio y la subdependencia vicarial ha sido resuelto con una pieza limpia de acero cortén y vidrio que refleja la vegetación acharolada a su alrededor. Sobra ahí la placa azul de hotel, que ofende al propósito minimalista del paramento. Luego vienen los mil y un recovecos geométricos del edificio, banalizados como servidumbres de paso cuando su atmósfera exigía oración y silencio. El comedor, en el encuentro, no aporta nada. Y menos a la hora del desayuno, paupérrimo en su carta y desatendido según a qué horas.
Choca aún más el ambiente de los dormitorios, articulados los esquineros en las antiguas celdas frailunas, sin que quepa distinguir qué de verdad hay en ellos o cuánto se ha reconstruido para que parezcan auténticos. Los modernos cumplen con más rigor las exigencias racionalistas del alojamiento, aunque desentona lo pretencioso de sus doseles aterciopelados y coronarios, los cabeceros decimonónicos, los falsos centros de mesa y los visillos corridos hasta el artesonado. Entre el minimalismo aséptico de hoy y el estilo remordimiento de otras épocas habría cabido otro mobiliario más penitente con la regla de confort y servicio esperada en un hotel-monumento.
Quizá porque el ojo espectador está ya acostumbrado a estos retablos medievales o renacentistas, el hotel encuentra mejor acomodo en la clientela que se fotografía bajo los arcos en espera de que llegue la novia con su vuelo blanco. Al fin y al cabo, Segovia es mejor escenario que Las Vegas.
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