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  • Aranjuez se queja de que el turista abandona la ciudad apenas visitado el palacio real y los jardines del Príncipe. Frente a esa realidad redobla su afán hospitalario un hotel casero, algo aislado del tráfago palaciego, que hereda -sin pedigrí monumental- parte de un edificio de cuatro niveles construido como residencia por la familia de su actual propietaria. Sólo los dos primeros pisos guardan relación con el establecimiento. Incluso la corrala, en torno a la cual pivotan las habitaciones y unos apartamentos de renta antigua, queda bastante a trasmano de lo que se cuece en el hotel, que es mucho en fogosidad decorativa y en atenciones personales, pero insuficiente en aprovechamiento arquitectónico de ese castizo patio de vecindad con la ropa tendida y todo. Carmen Capuchino, la dueña, ha creado aquí su particular orbe feérico, un universo de hadas de gasas y tapicerías fucsias, muebles artesanos y lamparillas purpúreas... algo hippy, pero refinado. Sobre todo en el vestíbulo-recepción-salón de estar-sala de desayunos-bar, un espacio diáfano que ha ornamentado con nubes de tejidos y objetos de época. Amante de lo verde, Carmen ha subvertido la esencia social de la susodicha corrala con arbustos y plantas para recrear un paisaje botánico en sustitución del antiguo mentidero. El ambiente, algo desabrido durante el día, toma color y temperatura en cuanto anochece. Sus 18 dormitorios albergan todo lo que uno desea en un hotel de familia. Condicionado, eso sí, por sus exiguas dimensiones y los posibles de su propietaria. Ello explica que los televisores sean todavía catódicas miniaturas (un detalle feo: el recepcionista entrega al huésped el mando a distancia -"porque se lo llevan"- junto a un llavero-argolla que hace difícil subir hasta la habitación con las manos ocupadas). La 108, la mejor del hotel, interpreta un dosel estructurado en madera hasta el techo sin caer en el sesgo pretencioso de los baldaquinos. Las baldosas hidráulicas en el baño informan del respeto que se ha tenido por la antigua casa. En la 110, la familiar, se suma el guiño contemporáneo de un altillo con futón, donde duermen los niños. Carmen Capuchino se entretiene a diario en enlazar las servilletas, hacer puntillas en los envases, colocar velas en las habitaciones o asegurar un centro de flores frescas en las mesillas de noche.
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  • 20090117
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  • Doseles, gasas y flores frescas en EL COCHERÓN 1919, un refinado hotel casero con toques 'hippies'
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  • Noche en una corrala de Aranjuez
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