PropertyValue
opmo:account
is opmo:cause of
opmo:content
  • Si el famoso detective creado por Agatha Christie levantara hoy la cabeza podría extender el radio de acción de sus investigaciones hasta el sureste asiático sin necesidad de apearse del decadente y glamuroso vagón del Orient Express. Y sin trucos cinematográficos ni efectos especiales por ordenador. La compañía heredera del mítico tren que unía París con Estambul desde finales del siglo XIX tiene una versión asiática de aquel famoso ferrocarril, sólo que éste atraviesa arrozales, bosques de palmeras y selvas tropicales en vez de los paisajes nevados belle époque de la vieja Europa. Se llama Eastern & Oriental Express y enlaza con varias frecuencias mensuales Bangkok con Singapur a través de la península malaya. Una versión ferroviaria del lujo asiático en la que 132 afortunados pasajeros se acomodadan en sus 22 vagones y cruzan tres países (Tailandia, Malaisia y Singapur) instalados en el mismo encanto y ambiente demodé del viejo Expreso de Oriente: maderas nobles, cabinas con baño privado, cubiertos de alpaca, manteles de hilo, cristalería fina, camareros por todas partes, chef francés en el fogón, cenas de etiqueta, pianista en el vagón-bar... ¡El glamour sobre raíles existe, pese a la cultura low cost! A las 17:50, con puntualidad británica, el jefe de la estación de Hua Lamphong, en Bangkok, hace sonar el silbato y da la salida al Eastern & Oriental Express. Los pasajeros se hacen las fotos de rigor en el vagón panorámico de cola y enseguida se dirigen a sus cabinas para desempacar el equipaje en los armarios. El Eastern & Oriental Express no es una juerga precisamente barata (1.700 euros por cabeza en la cabina más barata, que además es bastante reducida de tamaño), pero, ¡qué caramba!, es una de esas experiencias que merecen la pena vivirse una vez en la vida. Cuando la locomotora aún atraviesa los últimos suburbios de Bangkok, la megafonía de a bordo avisa de que la cena va a comenzar. Es el momento de enfundarse la chaqueta y la corbata (ellos) o el traje de noche (ellas) y acudir al vagón-restaurante para iniciar el ritual de viajar a la antigua usanza. Porque viajar en un tren como el Oriental Express es volver a una época en la que ese verbo significaba mucho más que desplazarse entre dos puntos. Supone transitar a la velocidad justa, al ritmo sosegado que te permite apreciar el paisaje, deleitarte con una conversación o leer mientras la selva desfila por la ventana. Como dice Evelin Kocsis, la manager del tren, lo que aquí se vende es tiempo: tiempo para relajarse, tiempo para acabar ese libro pendiente desde hace meses, tiempo para mirar el paisaje. Sosiego, en definitiva, para saborear un viaje, algo tan olvidado en esta cultura de paquetes organizados y apresurados tipo "si hoy es martes, esto es Bélgica". También cambia la percepción del espacio, porque cuesta acostumbrase a ese plano único longitudinal que marca el estrecho pasillo de los vagones. Sólo puedes ir para adelante o para atrás, nunca para un lado. Pero salvado este pequeño problema espacial, pronto te sumerges en la cotidianidad. El desayuno te lo trae a la cabina el asistente de tu vagón. Una bandeja primorosa con servilleta de lino, fruta pelada, bollería, zumo natural y café americano. Luego te preparas para bajar a la excursión diaria; a la vuelta, almuerzo informal en uno de los restaurantes. Y por la tarde, tiempo libre para leer, ver el paisaje desde el vagón panorámico de cola o para lo que te dé la gana. Viajar sin prisa. Y al anochecer, cena de gala en la mesa que te hayan asignado. Arrabales de chapa y polvo Por la ventana, como en un bucle sin fin, van desfilando los verdes infinitos del sureste asiático. Verdes amarronados, sucios y caóticos, a la salida de Bangkok; arrabales de chapa y polvo como los de toda gran ciudad que avergüenzan aún más vistos desde el interior de estos lujosos vagones. Verdes oscuros y húmedos de las zonas boscosas del río Mae Nam Klong, por las que el tren pasa despacio, salvando barrancos y afluentes. Y verdes vivos y eléctricos, con una luminosidad especial, de los arrozales del sur de Tailandia, el paisaje emblemático del sureste asiático. Inmensas planicies de horizonte fijo sobre las que despuntan palmeras solitarias, como pentagramas perdidos en una partitura verde monocroma. Para que el viaje no se haga monótono están programadas dos excursiones a tierra. La primera, aún en Tailandia, nos lleva al puente sobre el río Kwai. Sí, el genuino, el de la película de los silbiditos, de David Lean. Es un puente normal, perdido en un lugar remoto, cerca de la población de Kanchanaburi, que no llamaría la atención si no fuera por el trágico papel que jugó en el frente del Pacífico durante la II Guerra Mundial. Los japoneses se vieron obligados a construir una línea férrea entre Tailandia y Birmania a través de estas selvas impenetrables, cuajadas de ríos (entre ellos el Kwai), montañas y mosquitos anopheles (los que transmiten la malaria). Utilizaron como mano de obra a prisioneros de guerra, sobre todo holandeses, australianos, neozelandeses y británicos, y peones contratados en régimen de semiesclavitud en los países asiáticos que ya habían conquistado. Se calcula que unas 100.000 personas murieron durante las obras, incluidos 26.000 prisioneros de guerra occidentales. Unos miles de ellos están enterrados en el pulcro cementerio anexo al puente, convertido hoy en atracción turística. Aunque al comprobar en las lápidas la edad de los jóvenes muertos aquí en tan terribles condiciones, lo que dan es ganas de hacerse activista contra cualquier otra guerra, más que de continuar ejerciendo de turista rico. La segunda de las paradas tiene como objetivo la isla de Penang, ya en Malaisia, una amalgama de culturas en la que se superponen edificios civiles del colonialismo británico, templos chinos, mercados hindúes, pagodas, mezquitas e iglesias cristianas. Al amanecer del cuarto día, el Eastern & Oriental Express entra por fin en la estación de Singapur. Una ciudad del siglo XXI como destino de un tren del XIX, diría con ingenio, "utilizando sus células grises", el mismísimo Poirot, a quien estoy seguro de que le hubiera encantado esta ciudad en la que, como en la vida del detective, reina la limpieza, el orden y el método.
sioc:created_at
  • 20090117
is opmo:effect of
sioc:has_creator
opmopviajero:language
  • es
geo:location
opmopviajero:longit
  • 1138
opmopviajero:longitMeasure
  • word
opmopviajero:page
  • 6
opmo:pname
  • http://elviajero.elpais.com/articulo/20090117elpviavje_3/Tes (xsd:anyURI)
opmopviajero:refersTo
opmopviajero:subtitle
  • Un ferrocarril heredero del glamuroso Orient Express recorre en cuatro días la península malaya
sioc:title
  • Silbidos sobre el río Kwai en un tren de lujo
rdf:type

Metadata

Anon_0  
expand all