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El planteamiento es tan atractivo como falaz: ¿si los terrenos arcillosos de Burdeos, concretamente de Pomerol, dan origen a vinos tan magistrales y elegantes como Château Pétrus, por qué no conseguir lo mismo en los suelos de arcilla del Bierzo, en vez de las pendientes de pizarra, como hacen todos? Es la premisa fundamental de Amancio Fernández, técnico curtido en las lides bercianas del buen vino. Pero olvida que el suelo es sólo uno de los parámetros que determinan un vino de calidad, junto a clima, cepa, viticultura y elaboración. Bien está que, en su búsqueda de vinos más suaves, sutiles y elegantes, se haya decantado por las laderas arcillosas donde se asienta un viñedo de mencías con más de 60 años; y mejor todavía que apueste por hacer sólo vinos de finca. Pero para eso no hay que desdeñar la poderosa y telúrica influencia de los suelos pizarrosos, asomados al vértigo enológico. Porque este es un excelente vino, pero al que le queda todavía un buen tramo por recorrer para alcanzar la grandeza. Tiene una nariz festiva y envolvente, en la que destaca, marcando el intenso carácter frutal, la fresa silvestre adornada de notas florales. La buena crianza aporta tonos tostados, torrefactos y especias. Beberlo es bañar la boca en frescas sensaciones, en persistente recuerdos de fruta y regaliz. Otra visión del Bierzo, muy de agradecer.
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