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Pedro Aibar (no confundir con el hijo, que de tal palo tal astilla) ha sido providencial en el ámbito vitivinícola de Aragón. A él se debe, en gran medida, el vertiginoso desarrollo y la notable presencia comercial de la DO Somontano, que dirigió durante 19 años. Supo llevar esta zona aragonesa desde la insignificancia hasta el liderazgo, particularmente con sus vinos blancos. Claro que contó con una sabia política autonómica y una apuesta pública notable. Y con el trabajo inteligente y riguroso de empresarios y profesionales. Ahora, ya jubilado, se dedica a asombrarnos con su nueva ocupación de minibodeguero. Partiendo de sus siete hectáreas, y unas modestas pero vanguardistas instalaciones, ha creado un soberbio tinto con las uvas de la pequeña parcela conocida como La Marga, de suelo arcilloso y calizo, sobre el que se asientan cepas de garnachas con más de 25 años. Cuenta con el concienzudo trabajo del enólogo chileno Gonzalo Marchant Trincado. El vino se expresa con una profundidad aromática fascinante: maduras, pero frescas, frutas silvestres, dulce-amargas, en un ligero baño de alcohol y engarzadas en la justa y fina madera, que aporta especias y torrefactos. Emociona y sorprende la delicadeza con la que sus tiernos taninos te envuelven la boca, en un abrazo cálido y juvenilmente afrutado.
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