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Extremadura se decide a explotar sus potencialidades con la mirada puesta en lo más alto. Han pasado décadas desde que Marcelino Díaz iniciara la reconquista enológica extremeña con su Lar de Barros. Al pionero se le unieron otros bodegueros inquietos, hasta ofrecer una amplia gama de buenos vinos, siempre a un paso de la excelencia. Magnitud que ahora se está alcanzando, aunque sea gracias al trabajo de profesionales extranjeros como Dominique Roujou, con su soberbio Marqués de Valdueza, o de Anders Vinding-Diers y su mujer Andrea -primos de nuestro inefable Peter Sisseck- con este Mirabel, elaborado en la bodega Ortiz. Estamos ante un vino de autor: un vino que parte de uva -la mejor, sin duda- comprada en distintas localidades a distintos viticultores, y elaborado en bodega de alquiler. No debemos, por ello, esperar ninguna expresión de terruño, ni la peculiaridad del vino con tradición, o tipicidad, si se quiere. Al contrario, estamos ante un tinto diseñado a partir de un saber hacer tan riguroso como creativo, que es el que marca la impronta, en este caso, bordelesa. Se busca la finura, esforzándose por no perder la fresca acidez de su abundante fruta madura; enriquecida por el breve pero intenso paso por madera. Sabroso, pleno, vivo, el vino muestra su excelente factura en el largo y cálido adiós.
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