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  • Si se pudiera definir a las ciudades de un solo trazo, a Düsseldorf se la podría presentar como ciudad de modas, en plural. Se diría que en sus genes está la afición por lo novedoso, y por eso se entiende que haya hecho bandera del arte y la nueva arquitectura. El empeño más ambicioso en este sentido es el llamado MedienHaffen. Se trata de convertir el área degradada del antiguo puerto fluvial en una "milla de oro" consagrada a las industrias de creación, publicidad, arte y comunicación. Sin llegar al gigantismo del proyecto similar que se acomete en el puerto de Hamburgo, el puerto renano ha entrado ya en su tercera fase, con la que va a completar más que una milla: se han transformado unas 30 hectáreas, con una inversión que supera los mil millones de euros. La aventura se inició con tres racimos de edificios de Frank Gehry, a los que llaman torres inclinadas o casas en movimiento -un guiño tal vez a los decorados del cine expresionista y a las sombras que Fritz Lang proyectaba en M., el vampiro de Düsseldorf-. Más de cincuenta arquitectos firman otros bloques, aunque se ha buscado más eficacia y funcionalidad que aspavientos personalistas. Y se han aglutinado edificios preexistentes protegidos, incluidos un molino y una fábrica de cervezas. Pero no es la apuesta arquitectónica lo único importante. Lo interesante es que se ha convertido al viejo puerto en nuevo centro de gravedad de la convivencia. Gracias a que se han mezclado, con las más de 300 empresas afincadas, grandes hoteles, medio centenar de restaurantes y bares, tiendas, multicines y discotecas; la pasarela peatonal apodada The living bridge es exactamente eso, un living o salón con barra de bar, desde el cual contemplar el río y el perfil del casco viejo con una copa en la mano, la bici puesta y el perro extasiado. La gente de Düsseldorf sabe ser informal sin renunciar a la sofisticación y, sobre todo, ser divertida. Dicen allí que, además de las cuatro estaciones del año, disfrutan de una quinta estación: la de la juerga. La cual comienza a mediados de noviembre, con el Hoppediz de San Martín, continúa con los fastos navideños y culmina en la locura del carnaval, uno de los más brillantes de Europa -hay quien asegura que la quinta estación dura todo el año-. No es casual que sea Düsseldorf la patria de la Altbier, cerveza negra de alta graduación, y que, en el casco viejo, la Kurzestrasse (calle corta) sea paradójicamente "la barra más larga del mundo", por sus bares y garitos sin solución de continuidad. Ciudad arrasada No es por quitarles méritos, pero a los honrados vecinos de Düsseldorf, la verdad, no les quedaba otro remedio que optar por la modernidad; tras la II Guerra Mundial, el 85% del núcleo urbano quedó arrasado. La ciudad había crecido en época medieval como un pueblito (Dorf) a orillas del Düssel, modesto afluente del Rin; el punto de confluencia es ahora un rincón evocador. Tuvo una carnadura medieval importante, con un castillo que ardió en 1872 y del que sólo queda la torre, con la basílica de San Lamberto y alguna que otra joya, como la iglesia de San Andrés, de un barroco exultante. Pero fue en el siglo XIX cuando Düsseldorf alcanzó aires de metrópoli elegante. Su célebre avenida "Kö" (Königsallee) está llena de boutiques y artículos de prestigio. A los palacios y parques de la era romántica -la de Heine, que nació aquí- se sumaron edificios de principios del siglo XX (como los de Olbrich, autor del Kaufhof, primero de los grandes almacenes del Kö, o los de Peter Behrens y Otto Engler). Y luego está el arte, con el que Düsseldorf, como ciudad próspera, se relaciona a lo grande: más de cien galerías de prestigio y una veintena de museos. En su Kunsthalle se formaron y/o enseñaron tipos como Beuys, un provocador que puso sobre el tapete más semillas que frutos, o como Gerhardt Richter o Jörg Immendorf, dos enfants terribles del ya de por sí convulso expresionismo alemán. Pegado al cubo de hormigón de la Kunsthalle, la Kunstverein es una asociación veterana (data de 1829) que cuenta con más de 4.000 afiliados, ha apostado siempre por tendencias renovadoras y guarda una estupenda colección de arte local. Enfrente, en la misma Grabbeplatz, se desliza la curva oscura y elegante que Dissing & Weitling (discípulos de Jacobsen) diseñaron para la K20 (Kunstsammlung o colección de arte del siglo XX). La cual tiene su prolongación en la K21, otra colección orientada al siglo XXI, con sede en la Ständehaus, un edificio administrativo de 1880 severamente dañado en la II Guerra Mundial; en 2002, los arquitectos Kiessler+Partner, de Múnich, terminaban su reconstrucción disponiendo un ámbito blanco y diáfano cubierto por una cúpula de vidrio. Otra apuesta rotunda es el llamado KIT (Kunst in Tunnel), espacio ganado para el arte más vanguardista en los intersticios dejados junto al Rin por los túneles de tráfico. También a orillas del río, más al norte, el enorme Kunst Palast, que concilia a los clásicos antiguos con los modernos, de Rubens a Beckmann, y el NRW Forum, que se ocupa de aquellas producciones que tengan que ver con técnicas actuales (fotografía, audiovisuales...). Calidad de vida y belleza, fundir lo bueno con lo bello: la máxima de los griegos antiguos parece ser también divisa de los creadores modernos en Düsseldorf, pues no hay edad para la utopía.
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  • 20090314
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  • La ciudad de M, el vampiro que Fritz Lang llevó al cine, se renueva a través del arte y la arquitectura
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  • Düsseldorf, un decorado para el futuro
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