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  • Según la mitología griega, Afrodita, diosa del amor y la belleza, nació de la espuma del mar que baña la isla de Chipre. En los alrededores de Pafos, de donde ella surgió, la espuma es hoy de cerveza y las diosas de la belleza se dirimen en competiciones de camisetas mojadas en discotecas de dudoso gusto. Para encontrar algún vestigio de la isla mitológica que durante siglos se disputaron griegos, fenicios, romanos y turcos es necesario cruzar la frontera que divide el país hacia la llamada República turca del norte de Chipre. Y es que más allá de la división política que partió Chipre en dos hace casi 35 años, el norte y el sur son, respectivamente, el reflejo del pasado y del presente de esta isla, la tercera más grande del Mediterráneo. De la mano de la bonanza económica de sus casi tres millones de turistas anuales, concentrados en el sur grecochipriota, también llegó la especulación salvaje que mudó los bosques de olivos por las selvas de cemento. Sin embargo, en la parte norte, y debido en gran parte a su condición de Estado paria (sólo Turquía la reconoce como Estado), es aún posible asomarse al pasado agreste de esta isla mediterránea. Por eso, cruzar la frontera que parte Nicosia (la última capital dividida en el mundo) en dirección norte es retroceder en el tiempo. En lugar de mocas y frapuchinos, grupos de hombres arreglan el mundo discutiendo en torno a un café turco, espeso como el alquitrán. En las aceras, peor pavimentadas que en el sur, no hay espacio para las franquicias y la idea de un happy meal es un lahmacun (pizza turca) con airán. En las viejas casas del casco histórico, familias numerosas (la mayoría llegadas de Anatolia) se hacinan mientras que grupos de niños tan desharrapados como aparentemente felices juegan a la pelota contra los muros de la mezquita de Selimiye. Nada mejor para recordar la mitológica isla de Afrodita que viajar hasta su punta más septentrional, en la península de Karpas. Protegida por su estatus de parque natural, los espacios abiertos que se extienden desde la cordillera de Kirenia hasta el mar son el territorio de las manadas de burros salvajes, el hábitat de las tortugas y el último reducto de playas casi vírgenes en Chipre. Es precisamente en estas playas del norte (Golden Beach, Agios Filon) donde a principios del verano se repite el increíble espectáculo de la llegada de las tortugas gigantes para desovar. Con alrededor de 500 nidos al año de dos especies diferentes de tortugas, Chipre es la única isla del Mediterráneo donde estos galápagos aún encuentran su hogar. En los meses de agosto y septiembre es posible ser testigo del nacimiento de las crías de tortugas, que, una vez fuera de sus trincheras, emprenden su carrera desesperada hacia el mar. Años más tarde regresarán a estas mismas playas a depositar sus huevos. Pero el norte de Chipre es mucho más que naturaleza. En Salamina, la ciudad más antigua de Chipre, fundada por los griegos en 1202 antes de Cristo, se encuentra uno de los centros arqueológicos más importantes de la isla. En cualquier otro lugar, unos restos de esta magnitud serían lugar de peregrinaje para el turismo. Aquí, sin embargo, envueltos en una especie de abandono, es posible perderse entre las columnas y las estatuas decapitadas del antiguo gimnasio romano, deleitarse con la aparición, casi por sorpresa, de frescos y mosaicos, y relajarse sentado en la gradería del inmenso teatro romano que siglos atrás dio asiento a 15.000 personas. Castillos bizantinos Rumbo hacia el norte, en el horizonte dominado por la majestuosa cadena montañosa de Kirenia, se asientan los castillos bizantinos de San Hilarión, Bufavento y Kantara, que, construidos en la Edad Media como protección contra los ataques árabes, se elevan desafiantes como un tridente de centinelas. Cuentan que la estructura de San Hilarión sirvió de inspiración a Walt Disney para su castillo de Blancanieves. Ajeno a esta posibilidad de marketing, lo único que este castillo vende, una vez flanqueadas sus decrépitas murallas, es el silencio y unas vistas que en un día claro permiten otear toda la isla. También encaramada en la sierra de Kirenia se encuentra Bellapais, uno de los lugares con más encanto del norte de Chipre, refugio de artistas y escritores en décadas pasadas. Uno de ellos, el británico Lawrence Durrell, escribió aquí Limones amargos, toda una crónica de la desintegración de Chipre en los años cincuenta. Desde la azotea de la que fuera su casa, con los restos de la elegante abadía gótica a nuestros pies, y bendecidos por el aire fresco de la montaña que envuelve el pueblo amortiguando el implacable calor del verano, es fácil entender el poder de seducción de este remanso de paz. Desafortunadamente, la calma vende menos que el bullicio, y el futuro del norte de Chipre parece encaminarse hacia el presente de sus vecinos del sur. La ciudad de Kirenia, antiguo pueblo de pescadores, es hoy un centro turístico plagado de hoteles, discotecas, casinos y prostíbulos. En el sur de Chipre ya apenas anidan tortugas. El instinto de las tortugas recién nacidas, una vez que alcanzan la superficie de la arena, es correr hacia el mar guiadas por la luz reflejada en su superficie. Pero las luces de los hoteles en la playa confunden a las crías, que, en vez de hacia el mar, corren hacia tierra pereciendo, cegadas por el brillo del progreso. Toda una metáfora sobre el futuro de una isla en la que la realidad parece vencerle el pulso a la mitología.
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  • Sorpresas en el norte de Chipre. En la península de Karpas, los pollinos se mueven a su antojo, desovan las tortugas y se disfruta de playas poco frecuentadas. Y en Bellapais, Lawrence Durrell escribió 'Limones amargos'
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  • Manadas de burros salvajes
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