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  • Imagínense una región repleta de bosques, lagos y ríos, tan apacible y rural que, no obstante hallarse a sólo 20 minutos del centro de Berlín, parecería transportarle directamente a otro planeta. Bucles interminables de ubérrimos bosques, lagos como planchas de brillante mercurio punteados de islitas, sistemas vasculares de ríos que todo lo unen y entrecruzan. Un conjunto difuminado en un espacio de fantasía, un hechizo hermoso salpicado por impresionantes mansiones, residencias de fin de semana y pueblecitos encantadores, donde la vida avanza a un ritmo imperturbable. Así es el distrito de Zehlendorf. Aquí puede uno pasear por los caminos que rodean el inmenso lago de Wannsee, delimitado por playas de arena llenas de bañistas y puertos deportivos donde se balancean los mástiles de los yates. Para ver y hacer hay un montón de cosas. Por ejemplo, tenemos el Alliierten Museum -el Museo de los Aliados- con una fascinante muestra de objetos cotidianos y parafernalia militar de la guerra fría. Si te apetece un baño o tomar el sol, te puedes ir al Strandbad Wannsee -abierto en 1907- a rebozarte en arena (que se extiende a lo largo de 1.200 metros). La isla de Pfaueninsel es otra opción espléndida. Cuando le preguntas a un alemán por la isla del pavo real o Pfaueninsel, la respuesta será siempre la misma: "Ohhh, qué bonito". En el imaginario colectivo germano es uno de los lugares románticos por excelencia y el sitio donde el escritor Heinrich von Kleist vino a suicidarse en 1811 junto a su esposa enferma. Un transbordador te dejará en pocos minutos a pie de un sendero que te puede llevar entre jardines, palacetes -algunos un poco pasteleros, todo hay que decirlo-, ruinas, torres, puentes gótico-tardíos, árboles donde anidan cormoranes, vistas de lujosas bahías, edificios que parecen abadías y son establos, construcciones que semejan templos griegos y no sabes lo que son, monolitos en memoria de alquimistas que, buscando transformar el plomo en oro, descubrieron un rentable método para producir cristal de color rubí, hasta un parque ornitológico por el que campan majestuosos pavos reales de un azul bellísimo, con sus colas de abanico sembradas de ojos esmerilados y abiertas para tirarle los trastos a alguna pava. No muy lejos, en tierra firme, si lo buscamos, encontraremos Blockhaus Nikolskoe, la dacha que le regaló el rey Federico Guillermo III a Nicolás I, ahora transformada en restaurante. Al sur tenemos los conjuntos de palacios ajardinados de Klein Glienicke y Babelsberg, y al norte, la zona residencial de Grunewald, con sus elegantes mansiones y pabellones de caza, todo envuelto por ese bosque tutelar tan caro a los germanos, en especial a los nacionalsocialistas. En efecto, los nazis, siempre tan obsesionados con trascender el presente tanto en sus actos como en su arquitectura, también quisieron extender su sombra sobre Wannsee, convirtiendo la zona en una manifestación más de su éxito. Toda ella, pero en especial la islita de Schwanenwerder, la isla del cisne, que ha sonado últimamente porque hace nada la pareja Angelina Jolie-Brad Pitt alquiló allí una casa. En su momento fue el lugar preferido por las élites del partido, un lugar simbólico, el emblema del triunfo nazi, ya que, previamente a su ascensión, había sido el lugar de descanso de los millonarios judíos a los que habían forzado a vender sus propiedades, siendo el primer territorio alemán absolutamente Judenrein, limpio de judíos. La conferencia Sin embargo, el verdadero corazón de las tinieblas se halla a orillas del Grosser Wannsee, en la Casa de la Conferencia. A primera vista, nada parece indicar que ésta no sea una más de las magníficas mansiones vacacionales que brotan como setas por toda la Villenkolonie Alsen, un racimo de chalés y casas que destacan tanto por la calidad de su arquitectura como por la belleza del área donde se ubican. Pero en Am Grossen Wannsee 56, la mansión construida en 1914 por el fabricante de pasta de diente Ernst Marlier según un proyecto de Paul Baumgarten -el mismo arquitecto que firma la cercana villa del pintor Max Liebermann, también visitable-, se guarda un abominable secreto. Recorriendo las amplias estancias, paseando por los jardines junto al lago, un soplo glacial nos recorre la columna cuando descubrimos que en aquel lugar, el 20 de enero de 1942, se celebró una reunión que convertiría Europa en un cementerio de humanos y de humanismo. Un año antes, el jefe del SD (el servicio de inteligencia de las SS), Reinhard Heydrich, recibió el encargo de Hermann Göring de organizar una solución para la cuestión judía en Europa. Y durante ese enero de 1942, 14 oficiales de las SS y el Partido, entre los que se encontraba Adolf Eichmann, se reunieron en secreto a fin de concretar los planes para exterminar a 11 millones de judíos. De ahí en adelante, hasta 1945, la mansión sirvió de sede del SD en su labor de quema de hombres y abrasamiento de fronteras. Impresiona, y mucho, visitar el memorial con terroríficas fotografías y macabros documentos que cartografían el infierno, uno que, aunque haya sucedido, todavía puede aguardarnos a la vuelta de cualquier esquina.
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  • En el extrarradio berlinés, una apacible playa junto al lago, deportes acuáticos y la sobrecogedora sombra histórica de la mansión donde se fraguó el Holocausto judío
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  • Wannsee y el secreto de los nazis
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