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  • El enoturismo en Napa Valley o en Burdeos suele maridar la cata y venta de vinos con una estancia sensitiva en un hotel con encanto. Sus incondicionales así lo quieren y no desdeñan, como colofón a una experiencia culinaria ad hoc, entablar una nutritiva conversación sobre la vitivinicultura en el corazón mismo de la bodega. Sin alma no hay buen vino. Lo que constituye una novedad en esta práctica turística es el diseño de un complejo enológico como el Viñasoro, al borde mismo de la carretera general, industrializado en sus tuétanos hoteleros en la denominación de origen La Mancha. Extraña la idea porque, hasta ahora, el enoturismo suponía un aliciente para la bodega a la hora de promocionar su marca o potenciar la imagen de un vino sin mucho mercado. Al contrario, Viñasoro guarda mejor tinto que instalación hotelera, resumida en diez anodinas habitaciones orientadas al turismo de fin de semana, con un funcionamiento bajo mínimos. Los propietarios tuvieron que decidir entre darse un capricho con una finca de reses bravas o cuidar un viñedo. Y aunque la producción es aún pequeña (500.000 litros de varietales, entre los que sobresale un Petit Verdot con notas de madera), cualquier iniciativa nacida en el terruño manchego gana enseguida adeptos. Todo orbita en realidad alrededor del restaurante, una pieza semicilíndrica acristalada con vistas al viñedo. A la salida llama la atención un dispositivo medidor del índice de alcoholemia, accionado por monedas, que previene a los comensales sobre los excesos de la ingesta. Lo prudente, está claro, es renunciar a la carretera y quedarse aquí a dormir..., si es que el mostrador de recepción no se encuentra vacío. Bautizadas según las distintas variedades de uva cultivadas en la zona (Garnacha, Chardonnay, Verdejo, Syrah...), las habitaciones resultan previsibles, funcionales, tan desabridas algunas como los desayunos matinales. Si bien aparecen decoradas con maderas nobles, ladrillo visto en algunos paramentos y detalles ornamentales algo más sutiles que el propio mobiliario. Lo más serio: unos cabeceros de cama en piel mullida o madera labrada. Lo menos: el baño, diseñado con criterios de hace décadas, y el pavimento de gres industrial, impropio de un hotel bodega. Tampoco luce el televisor, claveteado en la pared y entubado de manera poco elegante. Es mejor salir a disfrutar de la albricia primaveral del viñedo. O emprender la exploración vinatera de Tomelloso, Valdepeñas o Alcázar de San Juan.
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  • VIÑASORO, complejo enológico para disfrutar de los campos manchegos
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  • Una copa de vino y a descansar
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