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  • Experimentado agente de viajes, Nacho Crespo tuvo un día el coraje de escapar de Madrid para crear el hotel que le habría gustado recomendar a sus clientes y amigos. Con la ayuda de su socio, Julio Ouviña, buscó una casa solariega no muy lejos de las Rías Baixas, bien comunicada por autopista con Pontevedra y conceptualmente apartada de la idea enxebre que se tiene del turismo en Galicia. ¡Qué despiste para quienes esperaban un lodge en el Ngorongoro, un palafito en las Maldivas, una barraca en Goa o una cabaña de madera en la Patagonia! La Quinta de San Amaro, el sueño exótico de Crespo y Ouviña, fue a construirse inopinadamente entre los viñedos de Albariño que siembran el concello de Meaño, tan cerca de la costa como del mundano valle del Salnés. En el enclave existían tres casas de buen porte que fueron aprovechadas por su orientación al sol de verano, dada la poca confianza de sus propietarios en atraer viajeros durante el invierno. Otros lo intentaron con propuestas de vacaciones activas e instalaciones spa, pero no lo consiguieron. Aquí, el argumento es claro: los días de lluvia, todo el mundo desaparece, salvo quienes se quedan a degustar las excelencias gastronómicas de la casa: una carta sin complicaciones basada en la tradición local y en el respeto por el producto que llega de la mar en su justo momento, bien elaborado, mejor presentado, servido entre cortinajes y tapicerías de porte elegante. Crespo y Ouviña son conscientes de que en Galicia se come bien en todas partes. Y tanto bueno obliga. ¿Qué tanto afán, pues, en presentar su Quinta como la quintaesencia de una casa rural? San Amaro es más que eso. Es un verdadero hotel con encanto. Un destino en sí mismo para gozar de la lluvia, de la buena mesa, de una cama abrigada o de una conversación interminable sobre viajes y viajeros al calor de la chimenea encendida. El servicio es notable (10 personas a cargo de 14 habitaciones), así como la atmósfera sedosa creada en los dos salones: música jazzy escrupulosamente seleccionada. A poco que salga el sol, la piscina de horizonte infinito deviene una tentación. Puede que los dormitorios no sigan la vocación cosmopolita de los dueños, amilanados en la ortodoxia constructiva del anexo de nueva planta con respecto a los edificios existentes, conservadores en la propuesta decorativa, de gusto francés clásico, rigurosa en la elección del mobiliario, grávida en la textura de las tapicerías. Igual que en los cuartos de baño, muy previsibles. Puede que tampoco nada evoque el verdor atlántico de Galicia, pero esa misma atmósfera sedante acoge al huésped y lo abriga casi sin sentirlo, en ese susurro de finca que se dibuja a través de los cristales. Un prado no muy extenso, pero bien aprovechado, con diversos rincones donde esconderse a leer, mirar, sentir, soñar... Especialmente dentro del hórreo acristalado con vistas sobre los viñedos de Valdamor (¡qué sabroso Albariño!) y los suaves montes del Salnés.
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  • QUINTA DE SAN AMARO, con buen tiempo o con lluvia, atmósfera clásica y mimos en Meaño (Pontevedra)
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  • 'Chill-out' en el hórreo
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