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Antes que a un mercado de abastos, se asemeja a un centro de ocio destinado a gourmets esporádicos y turistas ocasionales. Un concepto multifuncional, destinado a albergar acontecimientos de visos culturales a la vez que gastronómicos. Aunque la idea es buena y el proyecto de rehabilitación espléndido, todavía es pronto para adivinar si con el tiempo logrará aglutinar actividades semejantes a las que genera el Covent Garden londinense. Por la orientación de ciertos puestos, el rehabilitado mercado de San Miguel, declarado bien de interés cultural de Madrid, que fue construido en 1916 con estructura de hierro, pretende convertirse en un enclave de productos de alta gama. En la lista, jamones y chacinas ibéricas de Carrasco Guijuelo, pescados y mariscos de Lonxanet, salazones y ahumados de la Casa del Bacalao, carnes y caza de Les Boucheries, pan de L'Artesa de Gallent y pasta fresca de Il Pastaio, entre otros. En conjunto, una oferta insuficiente para que el centro alcance verdadero rango gastronómico. Y como complemento, cacharros de cocina y cuchillos de Vinçon, una cuidada bodega (Pinkleton & Wine) y algunos puestos de degustación en directo con raciones y tapas, zumos recién exprimidos, ostras y champán (Daniel Sorlut), vermús, vinos y cafés de distintas procedencias.
Bocados y bebidas que se degustan a pie de barra o en el gran espacio central, dotado de mesas altas y taburetes, en torno al cual se vertebra la actividad cotidiana. De ahí la amplitud de sus horarios (de 10.00 a 22.00, de lunes a miércoles, y hasta la 1.30 los fines de semana). De momento, y a los pocos días de su inauguración, se observa cierta desorganización, mientras que los espacios destinados a la degustación, uno de los puntos fuertes del lugar, resultan claramente insuficientes. Nada que no sea subsanable. Para el futuro se anuncian áreas de catas y análisis sensoriales, y una plataforma digital de carácter alimentario.
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