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  • Como también ocurre con algunas obras humanas como la Gran Pirámide o el Taj Mahal, y aunque uno las ha visto cientos de veces en fotos, no se está preparado para la grandiosidad de las cataratas de Iguazú. De la entrada al parque por el lado argentino, donde se encuentran los restaurantes y las tiendas de recuerdos, parte un trenecito ecológico que conduce, atravesando la selva, hasta una pequeña estación en las proximidades de las cataratas. Desde allí, una pasarela de dos kilómetros permite acercarse caminando sobre las aguas hasta el borde de la Garganta del Diablo, el mayor de los saltos, de más de 70 metros. Desde la plataforma la vista es impactante. Un inmenso sumidero por el que se desbordan 42 millones de litros de agua por segundo en medio de un estruendo atronador. "Poor Niagara" (Pobre Niágara), le atribuyen a Eleanor Roosevelt durante su visita oficial a Argentina como primera dama. En el camino de vuelta, los turistas, empapados y felices, parecen seguir en la nube blanca que se eleva sobre los árboles ocultando la magnitud de esta pirotecnia acuática. Centenares de mariposas se arremolinan, sedientas, en los charcos que forma el agua sobre la tierra roja. Las cataratas forman parte del parque nacional de Iguazú, enclavado en la selva del Paraná, al sureste de Brasil y al noreste de Argentina (de sus 221.000 hectáreas, 154.000 pertenecen a Brasil, y 67.000, a Argentina). Otro rincón de sobrecogedora belleza, pero sin la infraestructura de Iguazú, son los saltos del Moconá (limitando con Brasil), caídas de agua de hasta 20 metros de altura a las que se llega en barco o a pie. El parque provincial de Moconá forma parte del proyecto Corredor Verde Misionero, un área protegida de más de un millón de hectáreas que agrupa varias reservas naturales provinciales o privadas cubiertas por la selva, como Salto Encantado, Yacauí, Esperanza o Teyú Cuaré. Escuela bilingüe "¿Sidí o dividí?", dicen los niños de Mbororé (nombre de la batalla que inspiró la película La misión y aldea guaraní en la selva que rodea Puerto Iguazú) cuando el visitante pregunta el precio de la grabación que ha hecho el coro infantil de su escuela bilingüe (guaraní-español). Algunos de estos chavales son hijos de los niños cantores que aparecían como extras en La misión, rodada en Iguazú, junto a Robert de Niro y Jeremy Irons. Hoy han hecho pellas para dar un pequeño concierto a los visitantes, que son recibidos con un cordial "Ahguyevete", saludo que sirve tanto para dar los buenos días como las buenas tardes o las buenas noches. Una anciana ofrece galletas de boyapé. Antes de la visita, se advierte a los turistas de que pidan permiso para hacer fotos y se muestren respetuosos. Al final, son invitados a comprar en el mercadillo de artesanía: objetos de cuero, collares y pulseras de semillas, arcos y cerbatanas de juguete. El Robin Hood de la Pampa El viaje ha comenzado en la provincia de Corrientes, al norte de Argentina, una tierra rudimentaria y hermosa de horizontes de hierba, inmensos humedales, carreteras sin asfaltar y gauchos a caballo. Preguntarle a un gaucho cuántas vacas tiene se considera allí una impertinencia, algo así como si a usted le dicen que cuánto gana. Si la curiosidad le puede, sepa que por una vaca de cuatro años se pagan entre 100 y 140 euros; cuente con discreción las vacas y multiplique. Los gauchos son como el cowboy de los anuncios de Marlboro, pero de verdad: centauros capaces de cabalgar descalzos, aferrando las riendas con los dientes y los estribos entre los dedos del pie. Criollos de alma ruda y libre, como el Martín Fierro del poema de José Hernández: "Soy gaucho, y entiendaló / Como mi lengua lo esplica: / Para mí la tierra es chica / Y pudiera ser mayor; / Ni la víbora me pica / Ni quema mi frente el sol". Después de Martín Fierro, el gaucho más famoso de Argentina es Antonio Mamerto Gil Núñez, más conocido como Gauchito Gil, una mezcla de santo y Robin Hood de las pampas norteñas. Los hechos de su vida son difusos. Nació en Mercedes alrededor de 1840 y murió el 8 de enero de 1878, durante las guerras montoneras que enfrentaron a colorados (federalistas) y celestes (unionistas). Gil simpatizaba con el bando de los colorados, pero fue reclutado por los celestes, se negó a luchar y acabó colgado por los pies de un algarrobo y degollado por desertor. La tradición popular le atribuye varios milagros (el primero, curar al hijo de su verdugo), y el santuario construido en el emplazamiento de su tumba (a unos ocho kilómetros de Mercedes, en el lugar de la ejecución) recibe a miles de peregrinos de toda Argentina, en especial cada 8 de enero. Rumbo a los esteros Mercedes es la entrada a la salvaje naturaleza de los esteros del Iberá, una reserva natural de 1,3 millones de hectáreas que forma el segundo mayor humedal de América del Sur, tras el Pantanal brasileño. Llegamos desde el aeropuerto de Corrientes (a unos 857 kilómetros y dos horas en avión de Buenos Aires). Ciudad pequeña y cuadriculada con algunos edificios de estilo colonial, lo que hace famosa a Mercedes, aparte de su aire fronterizo, son cuatro gasolineras, las últimas antes de enfilar los 130 kilómetros de ripio (camino de arena y cascajo) que restan hasta Colonia Carlos Pellegrini. En el camino, los gauchos a caballo al frente de los rebaños de vacas se perfilan orgullosos en la llanura. Colonia Carlos Pellegrini, aldea de pioneros, fue fundada en 1911 al calor de la Ley de Colonización. Aquí están las puertas al humedal. Sentados en la casa de comidas El Esquinazo, los trotamundos apagan la sed con una cerveza o un mate caliente mientras disfrutan de la complicidad de encontrarse en un lugar único y poco frecuentado. Iberá, agua brillante en guaraní, fue el nombre que le dieron los aborígenes por la espejeante superficie de sus aguas, distribuidas en lagunas, esteros, embalsados (islas flotantes) y camalotes (zonas cubiertas de vegetación acuática). "Saque la mano del agua, ese palo tiene dientes", advierte el barquero mientras empuja el bote de turistas con una pértiga. Y efectivamente, lo que parecía un tronco muestra ahora una blanquísima sonrisa: yacarés de mirada furtiva y circunspectos carpinchos (roedores del tamaño de un cerdo) son los animales más fáciles de ver y fotografiar en las excursiones por las lagunas. Comparten cartel con 368 tipos de aves, 40 clases de anfibios, 125 de peces (entre ellos, las temibles pirañas) y 60 especies de reptiles, entre los que destacan la boa curiyú, la multicolor y venenosa serpiente coral y la yarará o víbora de cruz. Más difíciles de vislumbrar son el escurridizo lobito de río (una nutria), el aguará guazú o lobo de crin, el venado de las pampas y el ciervo de los pantanos. Los esteros son también un paraíso para los amantes de la pesca, que aguardan expectantes la floración del árbol lapacho, que suele marcar, en agosto, el comienzo de la temporada de pesca del codiciado tigre: el pez dorado o pirá-yu .Un cementerio de colores Como en muchos otros lugares de Argentina, en Colonia Carlos Pellegrini se toman muy en serio los colores. Los de los partidos políticos acompañan a sus votantes en la otra vida. En su pequeño (la gente de allí parece estar muy sana) cementerio, los deudos pintan la tumba del fallecido del color representativo de su partido político: verde para los radicales, rojo para los autonomistas del partido colorado, azul celeste para los unionistas y blanco para los judicialistas. Lo cuenta José Martín, un perspicaz gaucho que colgó la silla de montar y los pantalones camperos. "Para los gauchos, casarse es un accidente, y margimbrarse (arrejuntarse, amancebarse, formar pareja de hecho), el estado natural de la pareja", dice. Martín, contra sus principios, casado, montó con su esposa canadiense una empresa de ecoturismo. Para ello ha vallado una amplia porción de los terrenos familiares, donde se admira el ecosistema original de los esteros, formado por malezales, espinar y chaco húmedo y manchas de selva donde se pueden ver grupos de monos aulladores o carayás. José Martín pronuncia el nombre de las plantas con devoción: i-vi-rá pi-tá. Y nos enseña un árbol de flores amarillas de la familia de las leguminosas. El millonario verde El multimillonario norteamericano Douglas Tompkins, al frente de la Conservation Land Trust CLT (www.theconservationlandtrust.org), ha emprendido una muy personal cruzada ecologista en Argentina y Chile, donde ha comprado unas 765.000 hectáreas en total para crear santuarios ecológicos. A unos 30 kilómetros al sur de Colonia Pellegrini se encuentra la hostería Rincón del Socorro, una antigua hacienda de 12.000 hectáreas convertida en alojamiento ecoturístico de lujo. La finca forma parte de las 150.000 hectáreas del Iberá en manos de este filántropo, al que no le faltan detractores, que le critican a él y al Gobierno que permite que en manos privadas se concentren territorios tan extensos (una parte del acuífero guaraní, reserva de agua que ocupa una superficie mayor que las de España, Francia y Portugal juntas, se extiende bajo los esteros). En su terreno, Tompkins planea reintroducir mamíferos extinguidos de la región, como el oso hormiguero o el jaguar. La batalla de 'La misión' Próxima parada, la misión jesuítica de San Ignacio Miní, ya en la provincia de Misiones. Los primeros contactos entre guaraníes y jesuitas, hacia 1549, fueron gastronómicos: "Dos guaraníes se encuentran, y uno pregunta: ¿Vení de comer con los padres jesuitas?". "No. Vengo de comer a los padres jesuitas", le responde el otro en un hilarante diálogo del grupo Les Luthiers. Los religiosos se esforzaron en aprender pronto guaraní, y la relación entre ellos e indios evolucionó hacia una simbiosis beneficiosa para ambos. Los jesuitas hacían realidad su proyecto religioso y social, y los indios conseguían protección frente a los excesos de los encomenderos (colonos que recibían del virrey un número de indios para trabajar las tierras), y los bandeirantes, piratas de tierra con base en São Paulo (Brasil). Para ello, los jesuitas crearon una organización autosuficiente y solidaria, las reducciones (misiones), con una economía basada en el trabajo colectivo y el intercambio de productos como la yerba del Paraguay o el mate. En total, llegó a haber 30 misiones jesuíticas guaraníes, repartidas por el norte de Argentina, Paraguay y el sur de Brasil. A cargo de cada misión solía haber dos jesuitas (uno para las cosas del alma y el otro a cargo de la logística). Agua, tierra colorada y los sonidos de la selva paraniense (donde reina el yaguareté, nombre guaraní para el jaguar, y el águila arpía) sirven de fondo en el camino. A 60 kilómetros de Posadas, la capital provincial de Misiones, las ruinas de San Ignacio Miní surgen entre las ceibas. La reducción, concebida por los jesuitas y construida por los indios guaraníes en el siglo XVII, es dueña de una historia que el cine llevó a la pantalla en la oscarizada La misión. Dispone de un interesante centro de interpretación que ilustra, por ejemplo, sobre el episodio de Mbororé, la batalla que inspira la película. En marzo de 1641, los guaraníes de San Ignacio y otras misiones de la zona (armados con arcos y flechas, catapultas y algunos arcabuces) se enfrentaron a un ejército de más de 3.000 bandeirantes esclavistas. Entre los jesuitas había algunos veteranos de las guerras europeas, lo que inclinó el resultado del lado de los misioneros. Esta gesta aún emociona a los visitantes de San Ignacio, capaces de percibir, aun entre los muros pelados, la fuerza educacional e integradora de la utopía jesuítica. Con la expulsión de la orden de los dominios de la Corona Española, en 1767, por Carlos III, y la dispersión de los indios, San Ignacio se convirtió en un despojo devorado por la selva. El proyecto Ars Virtual (www.arsvirtual.com), de Telefónica, recrea en su web el aspecto que tuvo la misión en su época de esplendor. En casa del Che No lejos de las ruinas de San Ignacio, en un alto sobre el río Paraná están las dos casas (una de ellas reconstruida) donde vivió el escritor uruguayo Horacio Quiroga (Salto, Uruguay, 1879-Buenos Aires, 1937): "No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir y evócala luego. Si eres capaz de revivirla tal cual fue, habrás llegado a la mitad del camino". La visita abre el universo atormentado e íntimo del autor de Cuentos de la selva y De amor locura y muerte (así, sin comas). Otra posible parada en la ruta hasta Puerto Iguazú es el lugar, con vistas al Paraná, donde pasó su primera infancia, en Caraguatay (Misiones), el Che Guevara. De la casa donde vivió sólo quedan los cimientos, junto a los que se ha construido un pequeño y devoto museo que elude abordar el lado oscuro del guerrillero. En su libro de visitas alguien ha escrito: "Un río, un camino".
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  • Iguazú, la reserva natural de los esteros del Iberá y las misiones jesuitas forman una ruta argentina de hipnóticas láminas de agua, herbazales y selva
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  • En tierras del gauchito Gil
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