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Para que un gastrobar merezca semejante calificativo no basta con que un cocinero de renombre inaugure un bar de tapas tradicionales a precios razonables. Lo único que justifica esta consideración es la capacidad de su patrón para refinar u ofrecer versiones acertadas de esta forma de comer tan española, incluido el empleo de buenas materias primas. Tal es el reto al que se enfrenta el cocinero Pedro Larumbe, obligado en el futuro a mantener el pulso gastronómico de su nuevo Plató, local que desde su reciente apertura cosecha éxitos cotidianos. Y eso a pesar de que a los pocos días de su inauguración ofrecía algunas especialidades como la tortilla de patatas y las patatas bravas que no estaban a la altura esperable.
Establecimiento polivalente, al pie de la misma Castellana, que ofrece ambientes cambiantes a lo largo del día, dotado de pantallas de plasma repartidas por una sala en la que se puede picar en la barra o tomar acomodo en mesas altas o convencionales. Espacio a la última, situado en un entorno singular, al que remata una gran cristalera a través de la cual se observan las grabaciones del plató de televisión de Intereconomía.
¿Y para comer? Tapas y raciones de perfil tradicional, que no se olvidan de las croquetas, los espárragos fritos, el pulpo con cachelos, la carrillera de cerdo ibérico estofada, el arroz con bacalao y la tortilla de alcachofas, entre otras sugerencias. Salvo en el caso de los entrantes, del resto de la carta se pueden solicitar medias raciones. Son magníficos su bacalao al ajoarriero, así como los bocartes rebozados. Sin embargo, decepciona la hamburguesa, sazonada con un ajo innecesario. Demérito que alcanza a algunos postres, como los canutillos rellenos y la espuma de arroz con leche, claramente mejorables.
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