PropertyValue
opmo:account
is opmo:cause of
opmo:content
  • Sus nombres traen recuerdos de gestas históricas o de plazas monumentales. Pero muy pocos fuera de Cataluña sabrían situarlas en un mapa. Solsona y Cardona, leridana la primera, barcelonesa la segunda, a un tiro de piedra una de la otra por la carretera C-55, duermen el silencio de la historia perdida en esa Cataluña interior señorial, industrial y serena, pero alejada desde hace tiempo de los centros de poder y decisión. Y eso que el castillo de Cardona representó un papel fundamental en el curso de la corona de Aragón y fue la última plaza catalana en rendirse en la Guerra de Sucesión de 1714. La fortaleza, visible desde cualquier rincón de la comarca, fue construida en el siglo X por el vizconde de Osona, señor feudal cuya familia rigió la vida de estas tierras hasta el siglo XV. A sus pies fue desarrollándose un burgo en el que vivían mercaderes, artesanos, militares, clérigos y nobles al servicio del castillo, embrión de la actual Cardona. Parte del castillo es hoy un parador. Entre sus muros se encuentra también la colegiata de Sant Vicenç, un bello ejemplo de románico lombardo. Abajo, la ciudad duerme hoy un tanto aletargada. Un paseo entre sus calles de piedra desgastada permite disfrutar de la iglesia parroquial, de estilo gótico; el puente del Diablo, un vado hecho para el trasiego de peregrinos, y el portal dels Graells, uno de los vanos de la muralla. Desde la plaza de la Fira se tiene la mejor vista del castillo. Sodio y potasio Hoy la mayoría de visitantes que se acercan hasta Cardona lo hacen atraídos por las viejas minas de sal. Toda esta región limítrofe entre Lleida y Barcelona se asienta sobre una gigantesca montaña de sal sódica y potásica producto de la desecación de un antiguo mar interior. Las minas de sal de Cardona fueron utilizadas por el hombre desde tiempos remotos, pero cuando en 1990 la caída de los precios provocó el cierre del negocio se pensó en reutilizar las instalaciones con fines turísticos. Así nació el Complejo Turístico de la Montaña de Sal, en la antigua Mina Nieves. Tras la visita al centro de recepción y a la gran torre de ventilación del pozo, los visitantes bajan a bordo de unos todoterrenos hasta la bocamina por la que accede a la montaña. Galerías, bóvedas y pozos excavados por el hombre a más de 80 metros de profundidad forman un curioso mundo subterráneo lleno de irisaciones rosáceas y tornasoladas. La C-55 nos lleva después por las primeras ondulaciones prepirenaicas y a través de grandes bosques de coníferas hasta Solsona, una de las ciudades más antiguas e históricas de la provincia de Lleida. Enclavada en un paraje de bosques de coníferas y suaves relieves, la ciudad fue centro feudal de una amplia comarca y contó con un perímetro amurallado de más de 16 metros de altura dentro del cual se levantaban palacios, iglesias y conventos. En el siglo XVI, el de máximo esplendor para la capital del Solsonés, fue declarada sede episcopal, lo que aumentó aún más su poder. Como ocurre también en Cardona, de todo aquel esplendor queda ahora el envoltorio monumental de edificios civiles y religiosos y un regusto a ciudad de pasado señorial. Apenas quedan tres de los cinco portones que tuvo la antigua muralla, esófagos de la historia que conectan ahora el abigarrado y compacto casco antiguo con el ensanche moderno. El mejor para iniciar el recorrido urbano es el portal del Pont, en la carretera de Basella. Por él accedemos a la calle de Sant Miquel, que desemboca en la plaza de la catedral, uno de los edificios más bellos de la ciudad. Nació como iglesia románica hacia 1163, de la que aún se conservan tres ábsides y un campanario. Con el auge económico, el viejo templo fue ampliado hasta las dimensiones de una basílica gótica. En su interior se venera a la Mare de Deu del Claustre, una talla románica del siglo XII. Una fuente con templete La escasez de terreno disponible en la ciudad medieval intramuros obligó a improvisar una plaza Mayor de reducido tamaño y planta irregular. De ella parten calles en general bien conservadas. Por ejemplo, el carrer de Llobera, por donde, después de ver el palacio Llobera, buen ejemplo de la arquitectura civil catalana del siglo XV, iremos a dar con otra de las puertas de la ciudad antigua. O la plaza de Sant Joan, un curioso espacio en desnivel en cuyo centro se conserva una fuente construida en el XVIII y rematada por un templete. Si bajamos hasta la plaza del Palau donde destaca el palacio episcopal, edificio neoclásico construido hacia 1779. Quedan muchos más edificios interesantes: la torre de las Horas, desde donde se alertaba a la población; el Ayuntamiento, construcción del siglo XVI, o el carrer del Castell, una de las arterias señeras, que lleva de la plaza Mayor a la puerta del mismo nombre. Quienes busquen patrimonio natural deben de seguir hacia Lladurs y Sant Llorenç de Morunys, una pequeña localidad a los pies de la sierra del Port del Compte rodeada por un bello paisaje prepirenaico. Sant Llorenç nació en torno a un cenobio de clérigos establecidos aquí desde el siglo X, y del antiguo recinto monástico se conserva el claustro románico. Pero lo mejor son los alrededores: calzarse las botas y caminar hasta el mirador del Creu del Codó, o descubrir en un recodo del pinar las pequeñas iglesias románicas de Guixers y el santuario de Lord.»
sioc:created_at
  • 20090704
is opmo:effect of
sioc:has_creator
opmopviajero:language
  • es
geo:location
opmopviajero:longit
  • 1097
opmopviajero:longitMeasure
  • word
opmopviajero:page
  • 15
opmo:pname
  • http://elviajero.elpais.com/articulo/20090704elpviavje_7/Tes (xsd:anyURI)
opmopviajero:refersTo
opmopviajero:subtitle
  • Las señoriales Solsona y Cardona, y una vieja mina de brillos tornasolados
sioc:title
  • ¡Qué montaña tan salada!
rdf:type

Metadata

Anon_0  
expand all