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  • Antes que un local recién rehabilitado se trata de un antiguo establecimiento vinculado al patrimonio cultural de Barcelona. Un lugar rebosante de encanto donde antaño se daban cita peñas de amigos y tertulias de intelectuales, que desde su reciente reapertura en el mes de julio ha vuelto a registrar una concurrencia inusitada. Bajo el impulso de cervezas Moritz, empresa que lo adquirió en 2000 tras un cierre anunciado, la ciudad ha recuperado un lugar de estética art déco algunos de cuyos elementos, realzados por la interiorista Pilar Líbano, constituyen un viaje hacia el pasado. Barandillas de caoba, escayolas tiznadas de nicotina, grifos cerveceros microperlados, barra de acero cromado, escalera de época, una mesa de billar de dos toneladas, además del propio mobiliario y la máquina Berkel para cortar embutidos, transportan al recién llegado a escenarios de nostalgia. Todo un símbolo de la vida urbana, salpicado de detalles, como la frase rotulada en un cristal que anuncia bocadillos calientes. Cuando Manuel Pastor inauguró el local en 1933, el Velódromo era un restaurante singular en pleno barrio del Eixample que abría 24 horas. A partir de 1945 se convertiría en café y, ya en las décadas de los ochenta y noventa, en un animado local de copas. Trayectoria salpicada de avatares que su actual gestor, el prestigioso cocinero Carles Abellán, propietario de Comerç 24, intenta rehabilitar a toda costa. "Pretendemos que vuelva a ser un café-bar, además de restaurante con billar al estilo de los de antes. Un punto de encuentro de ambiente social que no va a cerrar nunca e intentamos que funcione desde las 6 de la mañana hasta las tres de la madrugada". En suma, 21 horas seguidas durante 365 días al año. No es extraño que en ciertos momentos el propio local, donde se sirven desayunos de tenedor y resopones de madrugada, propicie estampas insólitas: clientes que degustan platos de callos al lado de otros que dan cuenta de tazones de chocolate con churros. Y todo ello sin que se interrumpa el flujo de una clientela entusiasta a la que atiende un personal que a duras penas consigue cumplir con su cometido. "Nos encontramos en pleno rodaje", reitera Abellán con preocupación evidente. "Aún vamos a tardar seis meses hasta que la maquinaria funcione". No obstante, y aunque resulte prematuro aventurar el nivel gastronómico que alcanzará en el futuro, la envergadura de este profesional obliga a augurar los mejores resultados. De momento, sorprende la apabullante extensión de su carta, concebida para comer de manera desenfadada. Entre sus sugerencias, platos, tapas, guisos, raciones y bocadillos típicos. Son sabrosos los huevos con butifarra de perol; más que aceptable la ensaladilla rusa; mediocres las croquetas de jamón y vulgares los boquerones fritos. Dientes de sierra que se hacen patentes en casi todas sus especialidades. En los calamares a la romana prepondera el rebozo, el rape en salsa es sólo discreto, y tampoco los canelones dan la talla. En cambio, el fricandó es bueno, y el arroz de olla a la valenciana destacable. Lo mismo que los postres -crocant; pan con aceite y chocolate-, tal vez el capítulo más acertado. Para beber, cervezas Moritz o algunos vinos bien escogidos.
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  • EL VELÓDROMO, un viaje al pasado con la estética 'art déco' realzada por el interiorismo de Pilar Líbano y platos del 'chef' Carles Abellán
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  • Eisample, años treinta
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