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  • Emparejar islas con desconexión es un lugar común en esta sociedad tecnológica en la que por más que uno se busque, difícilmente se encuentra. A menudo, la isla aparece como el rincón perfecto para encontrarse a uno mismo mientras está perdido, o sea, sin cobertura. Así que para desconectar el móvil, descubrir algo más insólito que Guinness y más impactante que el diván del psicoanalista, nada como las islas Aran. Tres islas ancladas en la bahía de Galway, al oeste de Irlanda, la más grande de las cuales, Inihsmore, es más pequeña que Madrid. Vida primitiva, piedra, hierba, agua. Ideal para tomar distancia del universo puntocom y sentirse out of order. O si no, que se lo hubieran preguntado a John M. Synge. Primeras impresiones Cuentan que en 1896 el aclamado dramaturgo irlandés se hallaba en un hotel de París esperando la inspiración y deseoso de librarse de la melancolía. En esas apareció Yeats y le dijo: "Recoge los bártulos y vete para las islas Aran, que ya verás cómo encuentras una vida nunca antes experimentada por la literatura, y hasta puede que también a ti mismo, venga, corre...". Synge no era un hombre con prisas, era contemplativo. Así que un año después rememoró el consejo y se decidió a ponerlo en práctica. El resultado, un libro entrañable: Las islas Aran. Todo un clásico de la literatura de viajes. Entre 1898 y 1902 Synge pasó largas temporadas en las islas. Como a tantos otros seres anónimos le atrapó el temperamento, el duende, y no quiso irse. Atraído por su aura de leyendas y por ser cuna del gaélico, así como por su forma de vida rudimentaria, Synge halló refugio entre pescadores y leña. El libro se publicó en 1907, pero leyéndolo hoy de isla en isla parece que se hubiera puesto a la venta el mes pasado. La manera habitual de llegar sigue siendo en ferry desde Galway o Connemara. No difiere mucho a lo que describe Synge hace un siglo, pues siguen acosando las olas y la niebla. Eso sí; al llegar esperan numerosos guías con sus carros y furgonetas y varias tiendas de alquiler de bicicletas a los pies de un macro bazar de jerséis hechos con lana de Aran a precio de Sotheby's. Vista con sol, Inihsmore parece una puesta en escena para reivindicar la vida de campo. La isla está atravesada de sentimentalismo, de símbolos de cultura celta, una ternura original preparada para humedecer al viajero con el agua de su temperamento. Pertenece a ese tipo de islas europeas con debilidad por lo popular, por lo anclado en la tierra, por lo ancestral. Es dominio de leyendas y de mitos, por lo que no es casualidad la presencia de iglesias. Entre ellas destaca el conjunto de seven churches, que incluye cementerio con vistas al mar y restos de lo que en los siglos VIII y XII fue un monasterio al que acudían a instruirse los santos, así como la capilla más pequeña de Europa (St. Benen), que al no tener tejado permite al viajero fotografiarse con más de medio cuerpo asomando por encima de lo que era un campanario, en lo alto de la montaña, lo más cerca posible de los dioses. En Inishmore hay dos policías, dos escuelas y, por poner un dato representativo, un profesor de música para las tres islas, lo que sin duda habla en favor de la calma. Por eso no sorprende leer en el libro la experiencia de Synge con un autóctono, que en una de las islas se le acercó y le dijo: -¿Está usted cansado, forastero? -¿Cansado? Lo que estoy es solitario. Lo más espectacular de Inishmore es Dun Angulosa, impactante fortaleza cuyos acantilados escarpados, sin valla, son pura persuasión, reclamo de riesgo y de aventura. Por sí solos constituyen un retrato histórico de extraordinaria belleza visual, homérico, intimista, poético, en deuda con la fotografía. A última hora, sin turistas, uno entiende que el mundo está de su parte. El viento y las ideas La isla de Inishmaan y la de Inisheer son las otras dos del archipiélago. Se puede acceder a ellas en avioneta o en barco. Ambas resultan entrañables. Para escarbar en la idiosincrasia de la primera se recomienda visitar la casa en la que habitó Synge y el mirador donde se sentaba protegido por piedras "para fumar perezosamente", desafiando un viento que también hoy se lleva las ideas de aquí para allá. Y, por supuesto, el pub Teac-Osta, lugar de peregrinaje para los músicos celtas, pues es verdaderamente el salón de una casa. Mantiene el hogar encendido y el mando a distancia de la televisión en manos de los clientes, que vienen a beber Guinness en zapatillas. De vez en cuando alguien se arranca a cantar temas tradicionales a capella, canciones que hablan de pescadores que se fueron. Beber Guinness es una asignatura obligatoria, por eso no sorprende oír a un cliente recién llegado sostener que de momento no canta porque "I only sing when the drink is in" ("sólo canto con la bebida dentro"). En cualquiera de las islas se sirve el irish breakfast (desayuno irlandés): no se asuste, sólo tiene dos huevos revueltos, dos lonchas de beicon, dos salchichas, una morcilla blanca, una morcilla negra, judías y un tomate. No es para tanto, tenga en cuenta que para Michael Phelps sería un aperitivo. En el cine El libro de Synge inspiró a Robert J. Flaherty a rodar uno de los documentales más impactantes de la historia. Los hombres de Aran (Man of Aran) narra la vida cotidiana de los habitantes de las islas, la lucha diaria por la supervivencia, la dureza del trabajo en un mar impulsivo. Acompañado de un pequeño equipo, Flaherty pasó dos años filmando y editando este conmovedor drama, que en 1934 obtuvo un premio en la Mostra de Venecia. Aún se conserva en Inishmore la casa del rodaje. Desde ella, en bicicleta no cuesta casi nada llegar al punto central y más elevado de la isla, donde espera una torre desde cuya cima se divisa el esplendor de Inishmore. Enfrente Connemara y Galway, y al oeste, el punto más cercano conocido es Nueva York. Si una vez allí usted no se plantea por un minuto venderlo todo y quedarse para siempre, lo suyo es cobardía en estado puro. » Use Lahoz es autor de la novela Los Baldrich (Alfaguara)»
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  • En las islas irlandesas Aran las canciones a viva voz se mezclan con una Guinness mientras fuera silba el viento
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  • Música celta en el salón de casa
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