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  • Así se llama porque su propietario, Juan José Gimeno, quedó prendado de la portuguesa Silvia da Silva entre los cerezos de la Vall de Gallinera, y de aquel amor surgió el arrebato matrimonial de la hospitalidad. Hay que caer por la calleja del Trinquet, en Beniali, para recordar ese olor a níspero y a picota dulce. Detenerse ante el vetusto caserón encalado de blanco y ocre que anuncia con sutilezas de olivo y azahar el hospedaje. Traspasar sin pudor el portón, inquietante al fondo de la calle. Escurrirse casi de incógnito hasta el patio interior, añadir a la pituitaria el aroma a jazmín y a los oídos, el gorgoteo mínimo del agua. Husmear con curiosidad intelectual en los salones de la vieja almazara -tres siglos la contemplan- antes de emprender, escaleras abajo, el itinerario termolúdico a que invita el fin de semana en la casa. Siete habitaciones Porque antes de todo esto, el ama de llaves, cuando no el propietario o su cónyuge portuguesa, habrán asistido al viajero y luego aposentado en alguna de sus siete habitaciones, a cual más amorosa. Flor de Pasión, en la primera planta, de color magenta intenso que arrebata. La Blanca, abuhardillada y, por ende, romántica. Iba a ser toda blanca, pero cambiaron de opinión a última hora. Acogedora y envolvente. Al Azraq El Blavet, evocación de la presencia árabe en el valle. Beniali, ambientada en el azul mediterráneo de la localidad que la acoge. La Fosca, oscura pues antiguamente la ocupaba un granero, y así se ha quedado. Imperio Kitsch, luminosa y un tanto pequeña, la verdad. Por último, La Provence, porque el paisaje a su alrededor lo recuerda y porque allí vivió un tiempo el matrimonio Gimeno. Abiertas las ventanas de par en par casi todo el año, el desayuno es un festín de elaboraciones mediterráneas con aromática presencia frutal. Constituye un equilibrado preludio del momento spa que nadie debería soslayar durante al menos una hora larga. Ahora sí que vale la pena ahondar en el descubrimiento de la casa, escaleras abajo. Una bóveda abriga el salón de masajes, y luego otra sala hierve a toda burbuja con su alberca de terapia auditiva y cromática. Sin duda, el colofón de los sentidos es la piscina excavada en el antiguo aljibe de la almazara, debajo de cuya cúpula el huésped se entretiene modulando coloraturas vocales que reverberan atronadoramente en las paredes. ¡Cómo no relajarse en semejante abdomen balneario!
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  • 20091017
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  • El Capricho de la Portuguesa, un delicioso hotel rural entre los cerezos del alicantino Vall Gallinera
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  • Zen mediterráneo
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