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  • "No comprendes tú que el más pequeño pájaro que hiende el aire -advirtió William Blake en sus Visiones memorables- es un mundo inmenso de delicias?". París, con sus itinerarios pictóricos, arquitectónicos o literarios, incita también a una cautivadora andanza musical. Meandros de un viaje menos conocido, pero interesante, en el que se pisan los lugares donde estuvieron o trabajaron creadores excepcionales. 01 Un órgano maravilloso Olivier Messiaen fue uno de ellos, y la iglesia de la Trinidad, su despacho. Templo situado a dos manzanas de las Galerías Lafayette, se inició en 1861 bajo la dirección del arquitecto Théodore Ballu. Allí se realizó el funeral de Héctor Berlioz, en 1869. Su órgano -de tres teclados sobre el cual, como en un pupitre, Messiaen se inclinó durante 60 años- es una maravilla. Esta bóveda escuchó las composiciones magistrales de un músico cuya pasión por la naturaleza le volvió casi loco. Viajó a los confines del mundo escuchando y anotando los estribillos armónicos o melódicos del canto de los pájaros. Fascinado por ellos, buscó (influenciado por la eufonía tonal asiática) aprehender su solfeo transcribiendo e incorporando sus aires al papel. Decía que los pájaros eran los mejores músicos y se consideraba a sí mismo tanto ornitólogo como compositor a partes iguales. Con los volátiles seres, experimentó el serialismo integral, campo en cuyo estilo es citado como un innovador. Definió sus composiciones como "una fragancia desconocida, un pájaro insomne, música de las vidrieras en los ventanales de una iglesia, un remolino de colores complementarios, un arco iris teológico". Messiaen (Avignon, 1908-Clichy, 1992) fue hijo de un profesor de literatura y traductor de Shakespeare y de una poetisa, Cécile Sauvage. Creció en un ambiente favorable al talento precoz. Fue alumno del Conservatorio de París, donde estudió el órgano, instrumento del que iba a ser un consumado intérprete y compositor. Entre sus distinguidos alumnos están Pierre Boulez, Yvonne Loriod (quien después sería su segunda esposa y la intérprete por excelencia de sus obras para piano), Stockhausen o Xenakis. En 1936, Messiaen participó en la creación de la Jeune France, grupo dedicado a difundir la nueva música. Tras el estallido de la II Guerra Mundial fue hecho prisionero e internado en un campo de concentración en Silesia, donde compuso el Cuarteto para el fin de los tiempos. Acabada la contienda, le lanzó a la fama el estreno (en 1949 y bajo la batuta de Leonard Bernstein) de la Sinfonía Turangalila. En 1983 se estrenaría su monumental y magistral ópera San Francisco de Asís. Es aconsejable visitar La Trinidad al mediodía, cuando menos gente hay, sentarse en una banqueta y pensar que en sus horas bajas, al darse cuenta súbitamente de su propia futilidad, Messiaen buscaba "ahí afuera" la verdadera cara perdida de la música: "En algún lugar del bosque, en los campos, en las montañas o en la costa, entre los pájaros". Su profunda fe, su interés por el hinduismo, el heterogéneo colorido instrumental que abarcaba todas las sutilezas hicieron a este músico un autor difícilmente encasillable en alguna tendencia concreta. 02 Arpas del siglo XVII De la Trinidad podemos ir al Museo de la Música (veinte minutos en metro), en el parque de La Villette. De interés arquitectónico, este complejo temático, la Ciudad de la Música (www.cite-musique.fr), recién renovado, presenta una colección en la que se relatan cuatro siglos de la historia musical en Occidente y una panorámica con las principales culturas musicales del mundo. Contiene 6.000 objetos. Encandilan el precioso tambor Darabukka, las arpas del siglo XVII, el clavecín esculpido de Ioannes Couchet (1652) y el de Antoine Vater (1732), tesoros nacionales, o diversos instrumentos de cuerda de la escuela de Cremona (Stradivarius, Guarneris...). Además de laúdes de la escuela germano-italiana del XVII, flautas de pico del XVII, guitarras o pianos de cola Pleyel o Erard del XIX francés que pertenecieron a Chopin y Liszt. Varios espacios sonoros y audiovisuales, y diversas esculturas, completan el recorrido. 03 La tumba de Chopin Y de los instrumentos y la recopilación inteligente, al atardecer. En esa hora en que nada debemos calcular, la mejor idea es ir a ver la tumba de Chopin, en Père Lachaise, cementerio de inquietante embrujo. El silencio, la romántica arboleda, los labrados mausoleos, criptas extravagantes o melancólicos e inquietantes sepulcros parecen rendir un homenaje al genio musical. Sensibilidad nocturna y lánguida memoria del mundo cuya musa comparte con otros grandes artistas (Proust o Edith Piaf) enterrados aquí. Todos los años se celebra un festival de homenaje a Chopin (en junio y julio, ya van por la edición número 26), con grandes intérpretes que actúan en Le Parc de la Bagatelle. En verano, hasta mediados de agosto, se puede asistir por la noche, al aire libre, a conciertos para piano y de música de cámara. 04 Las óperas Al día siguiente, una vuelta por la ópera Garnier, con su estilo imperial sobrio y elegante, y por la ópera de la Bastilla, cuya modernidad precipitada esconde una sala de máxima excelencia acústica. Son, para quien admire la abstracción más precisa y necesaria del arte, ineludibles. Un mundo, el de la música, siempre mirando al porvenir, algo que Messiaen intuyó, audible a la vuelta de cualquier esquina, tras alguna callejuela tapiada, o simplemente empujando un desvencijado portal. Rilke, en sus notas sobre Le chant éloigné, lo dijo: "Espera, atento, que sobre tus cuerdas vengan manos que son eternas... Pues sólo el exceso te hará elevarte, sólo el universo te ofrecerá la soledad".
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  • Un recorrido de la mano de Olivier Messiaen, compositor-ornitólogo, por lugares donde el aire vibra
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  • La música sobrevuela París
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