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  • Cuando la vendimia ya ha dado sus frutos en casi todos los viñedos de la Ribera del Duero es tiempo de programar una visita a las bodegas más conocidas y observar el proceso de fermentación en su fase más tumultuosa. El enoturismo se ha convertido ya en la escapada reina del otoño. Lo saben bien los gestores de un antiguo molino harinero rehabilitado como posada de cierto lujo orillana al Duero, a medio camino entre Valladolid y Peñafiel. Su fábrica de mampostería trenza un hilván calizo sobre el nuevo edificio, de sesgo minimalista, cuyo encuentro está determinado por un vestíbulo distribuidor de gran efecto visual, obra del arquitecto Roberto Valle, que ha firmado entre otros el Museo del Vino de Peñafiel y ha sido finalista de los premios FAD de arquitectura. Esta caja de hormigón blanco y cristal se apoya en un zócalo de piedra de casi un metro de altura que sirve de terraza ribereña a los 11 dormitorios de la planta inferior. Y tanto éstos como los otros 11 del piso de arriba disfrutan de unas vistas del río desde el enorme ventanal que los cierra, lo que proporciona al huésped la impresión de estar literalmente nadando en su cauce. Nada parece de más, salvo el sonido del agua al caer por la pesquera del molino, que sólo a los oídos más sensibles podría perturbar. A veces se concentra en estas terrazas y en las zonas comunes, de grandes dimensiones, la clientela de reuniones y seminarios corporativos que el hotel pretende sumar al negocio. Pero en fines de semana, que es cuando se produce la escapada enoturística, la calma es total. Ni siquiera se mueve el servicio, muy escaso para la categoría de estas instalaciones. No se puede estar en el bar o en el comedor y, al mismo tiemn el comedor y, al mismo tiempo, atendiendo en recepción. El restaurante constituye el mayor atractivo. Primero, porque impone, y mucho, el escenario, protegido con una cubierta a dos aguas con cerchas de madera atirantadas de acero, lo que le otorga unas proporciones monumentales. Luego, porque la oferta de vinos responde sobradamente a las expectativas de quien se ha paseado antes por las bodegas y viñedos de la Ribera del Duero (desde el hotel organizan visitas en Matarromera, Arzuaga, Emilio Moro, Pago de Carraovejas, Alejandro Fernández, Abadía Retuera y Legaris). Sólo flojea el menú degustación, no siempre bien considerado con los paladares y peor atendido en días de lleno absoluto. Las vistas, otra vez la panorámica sobre el río, permiten reconciliar el gusto con el resto de los sentidos sustraídos.
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  • 20091024
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  • Posada Fuente de la Aceña, vino y buena arquitectura a orillas del Duero
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  • Escapada enoturística
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