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  • Besos en los Planteles, una cerveza en la terraza de la Rocalla, el trino del pito real o, junto al estanque, el desfile urbano más colorido y divertido de la ciudad. En otoño, el parque del Retiro, emblema de Madrid, se tiñe de colores anaranjados y por sus avenidas se cruza el guapo con el friki, la artista con el corredor, las familias con el solitario. Lo decía Bécquer en el siglo XIX cuando comparaba el recorrido por el parque con "un viaje en ómnibus; un paseo donde se reúnen paletos y damas, artesanos y estudiantes, ricos y pobres". El jardín es uno de los mejores lugares del mundo para ver gente, el llamado people watching. Según las guías Lonely Planet, está a la altura del Speaker's Corner de Londres o de South Beach en Miami. Diez pistas para no perderse en el gran teatro de la capital. 01 En pantalón de pitillo El estanque y sus alrededores son las zonas más concurridas de las 118 hectáreas del parque. El sonido de los tambores era una seña de identidad del Retiro las tardes del domingo, pero hace tres semanas que se acallaron y empezaron las palmas. "Si no nos dejan tocar, seguiremos viniendo y daremos palmas hasta que nos permitan volver a disfrutar", explica un joven contrario al veto del Ayuntamiento, que alega quejas de los vecinos por el ruido. Hay incluso un grupo en Facebook, Por la percusión en el Retiro que ha prohibido Gallardón, con más de 2.000 miembros. Aunque ya no resuenan las legendarias jam session, los fines de semana, al atardecer, enormes gafas de sol, peinados último modelo y pantalones de pitillo se siguen mezclando en el monumento a Alfonso XII, realizado por escultores de principios del siglo XX como Mariano Benlliure (el caballo y el jinete), Miguel Blay o José Clara. Independientemente de la puerta por la que se entre (tiene 18, que conmemoran diferentes hechos y personajes históricos), el visitante se siente atraído hacia los alrededores del estanque: a un lado del lago, el moderneo; al otro, unas gitanas que leen la fortuna, un pintor que realiza una caricatura al minuto o la actuación sobre zancos de uno de los muchos artistas del parque. 02 Hora burbuja "Perdón, que se me ha caído un pendiente en oro y no se puede perder", exclamó Lola Flores desde el escenario del Florida Park durante una actuación. Por la sala, restaurante y tablao, además de flamencas como La Faraona o Rocío Jurado han actuado Julio Iglesias o Raphael, y en sus mesas se han sentado toreros y estrellas como Ava Gardner. Este emblema de los sesenta (allí hipnotizó Uri Geller a media España con sus fantasías de doblar cucharas) ofrece ahora un espectáculo de flamenco coreografiado por Luis Ortega, componente desde 2002 de la compañía de Sara Baras. En su restaurante proponen una cena de tapas (68 euros por persona con espectáculo incluido) y otra a la carta (desde 75 euros), mientras que los jardines están reservados para los almuerzos (desde 25 euros). Por la noche (de 24.00 a 03.00) es la Hora Burbuja en el local con baile y copa por 15 euros. Una de las salas laterales del Florida Park fue uno de los caprichos románticos de Fernando VII que sobreviven dispersos en la esquina noreste del Retiro. Otros son la Casa de Vacas, donde se realizan obras de teatro y exposiciones (a partir del 5 de noviembre comienza el 76 Salón de Otoño de pintura y escultura), la Montaña Artificial y la Casita del Pescador, punto de información del parque. 03 Tarde de fieras Una tarde, de la Casa de Fieras del parque se escapó el elefante Pizarro. La leyenda cuenta que sus andanzas terminaron en una panadería, la de Viena Capellanes del barrio de Salamanca, seducido por los colines, las barras y los cruasanes. Aunque ya no quedan tigres, leones ni jirafas (el último ejemplar del primer zoo de Madrid se trasladó a la Casa de Campo en 1972), todavía se pueden ver el foso de los monos o la jaula del oso. Junto a los aposentos enrejados, que también acogieron a los camellos de la película Lawrence de Arabia, aparecen los cuidados jardines de Cecilio Rodríguez (abiertos de lunes a viernes, de 8.00 a 17.00). Sus recortados setos de ciprés de Monterrey invitan a deambular hasta llegar a un magnífico ejemplar de arce plateado, uno de los siete árboles singulares catalogados en el parque. 04 Una tribu de Filipinas Rodeado de un pequeño lago, un Palacio de Cristal se erige en el corazón del jardín. Este invernadero, proyectado en 1887 por Ricardo Velázquez Bosco -aunque la estructura metálica de su interior la construyó Bernardo Ansins-, protegía del frío continental a las plantas exóticas traídas de Filipinas con motivo de una exposición. Para la muestra también se invitó a ciudadanos e indígenas de la entonces colonia. En aquella época, y a falta de tele y wi-fi, la alternativa para conocer otras culturas era un paseo por el parque de Madrid. Ahora el antiguo invernadero es una sala temporal del Museo Reina Sofía, donde se puede ver hasta el 22 de febrero una exposición de la artista belga Joëlle Tuerlinckx. 05 Un tigre verde Escondido en medio del parque, al sur del Palacio de Cristal, hay una pequeña isla en una zona de sombra cuyos puentes y diseño evocan a Oriente y que en tiempos tenía puertas con motivos asiáticos. El Jardín Japonés, o chino, según las versiones, invita a la inspiración. "El Retiro es un tigre verde a punto de saltar sobre la ciudad", asegura Kurt Estrella, seudónimo de un asiduo al parque. En invierno, los madrileños venían a este rincón con sus gorros y guantes para deslizarse sobre una pista de hielo. Originariamente la pista estaba en lo alto de la loma, en la Rosaleda, pero como el hielo se derretía , se trasladó a la zona de umbría. Ni aun así se consiguió mantener el agua helada, que no soportó la fuerza de los rayos del sol madrileño. 06 Rosas y cerveza Los caminos de pizarra de la Rocalla, una empinada ladera detrás de la Rosaleda, ofrecen un espacio ideal para esconderse de los ojos de la multitud. Este rincón, alejado del bullicioso estanque, invita al retiro original que dio nombre al parque fundado en 1633 por Felipe IV como jardines del Palacio Real y segunda residencia del monarca a las afueras de Madrid. Entre las cuestas aparece por sorpresa una pequeña terraza: La Cabaña. Aunque en el parque hay multitud de bares, sobre todo en las zonas más concurridas, éste ofrece el aliciente de la privacidad y la discreción de una tranquila cerveza en esta poco explorada zona del parque. 07 La estatua insolente Sus alas partidas, los músculos tensos y la terrenal tentación en forma de serpiente aferrándose a su pie delatan el sufrimiento del bello Luzbel, que tuerce el gesto tras ser expulsado del Paraíso. Es el Ángel caído, una de las esculturas más conocidas de Madrid, colocada 11 años después de que el parque se abriera al público en 1868. Ricardo Bellver la concibió entre el barroco de Bernini y el helenismo griego, y la impregnó del sentimiento de rebeldía de una época bohemia en la que Baudelaire o Wilde eran fuente de inspiración. Bustos de escritores como Benito Pérez Galdós, de Victorio Macho, estatuas ecuestres como la del general Martínez Campos, de Benlliure, o fuentes históricas como la de la Alcachofa, de Ventura Rodríguez (una réplica recibe a los viajeros que llegan a la capital por la puerta de Atocha) hacen del parque un museo al aire libre con más de 120 esculturas. Además, en el paseo de las Estatuas se mantienen 13 de las 100 efigies que iban a decorar el Palacio de Oriente. Isabel de Farnesio, madre de Carlos III, soñó que una de estas blancas figuras le caía encima. La pesadilla, y el excesivo peso de las estatuas barrocas, obligó a que fueran exiliadas a Pamplona, Burgos, el Retiro y la plaza de Oriente. 08 Cipreses del 11-M El Bosque del Recuerdo se eleva en una rotonda sobre un simétrico jardín abierto. El conjunto de 170 cipreses y 22 olivos rinde tributo a las 192 víctimas de los atentados del 11 de marzo de 2004 en Atocha. Un conmovedor homenaje y una discutida propuesta paisajística. Junto a los setos espera una delicadeza de la arquitectura más reciente: el polideportivo municipal de La Chopera, obra de Iñaki Ábalos y Juan Herreros que obtuvo en 2003 el premio de arquitectura del Ayuntamiento de Madrid. 09 Amor entre piñoneros Penetrando en la umbría del parque, rodeando La Chopera aparece una zona boscosa llena de árboles del amor, durillos, arces, pinos piñoneros o moreras del papel. Son los representantes de las cerca de 200 especies vegetales que crecen en el Retiro y que hacen de él un espectacular espacio botánico. El jardín de los Planteles, además de naturaleza, es un escondite perfecto; un lugar para pasear tranquilamente, fumar un cigarrillo o darse un beso furtivo. Un espacio para los amantes que discurren -solos (a la búsqueda) o acompañados- por sus caminos delimitados por setos de aligustre, herederos del trazado proyectado a finales del siglo XIX. El trino del carbonero, los matices del canto del papamoscas o el repicar del pito real cuando horada los troncos con su pico se pueden escuchar al recorrer este bosque urbano. Es el patio ornitológico del parque, donde se pueden observar de cerca muchas de las 50 especies (diurnas, nocturnas, migratorias o invernantes) que lo habitan a lo largo del año. 10 El árbol de Moctezuma Los caminos de tierra del Parterre, así como sus laureles y cipreses, cuyas ramas han sido cortadas con cuidadosos golpes de tijera, dotan de una belleza racionalista a este pequeño jardín francés. Fue diseñado por deseo de Felipe V, el primer Borbón que reinó en España, y que se trajo de Francia los planos de Robert de Cotte, arquitecto de parte de Versalles y del Louvre. Las veredas del parque huelen a historia. El Siglo de Oro, la Guerra de la Independencia, la I República, la Guerra Civil o el franquismo dejaron su impronta en él. De sus orígenes sólo sobreviven los restos del Palacio Real (donde ahora se erigen el Museo del Prado, el Casón del Buen Retiro y el Museo del Ejército) y un árbol legendario, el ciprés de Moctezuma. Conocido como el Ahuehuete y con la leyenda de ser el más antiguo del parque e incluso de la capital. Se dice que fue el único que sobrevivió a la guerra de 1808 y que su semilla llegó de México tras la retirada de Hernán Cortés en la llamada Noche Triste. El mito no aguanta el rigor histórico; desde los puntos de información se asegura que pudo enraizar en tiempos de Carlos III o bajo la corona de Isabel II. En cualquier caso, este ejemplar es uno de los más impresionantes del jardín y despide al paseante que, desoyendo los atrayentes sonidos del parque, vuelve a la ciudad, al mundanal ruido.
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  • Leyendas y secretos del parque emblemático de Madrid. Y una copa para Ava Gardner en el Florida Park
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  • Elefante a la fuga en el Retiro
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