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  • En Fuerteventura también es invierno, pero no lo parece. Nuestra única misión: pasar el día tirados al borde del mar. Las sillas, la sombrilla y los bocatas están en el maletero, porque para llegar a las mejores playas de la isla hay que coger el coche y aventurarse por caminos sin asfaltar. Imaginen la típica bifurcación en una pista de tierra en medio de la nada. A un lado, una inclinada pendiente; al otro, una sinuosa cuesta arriba. "¿Por dónde tiramos?". La situación se puede convertir fácilmente en una de esas batallas entre las que discurre toda vida en pareja. ¿Qué camino llevará a algún sitio? ¿Cuál desaparecerá en medio de la nada? O peor, ¿al borde de un acantilado? "Elige tú", "no, tú mejor", "no, tú", "tú, va...". "Vaaale, ¡por la izquierda!". Y luego, al borde del precipicio, dando marcha atrás, llega el reproche: "Teníamos que haber girado a la derecha". Por suerte contamos con la tecnología: mejor que decida el GPS. Para ahorrarnos la pelea y tener que andar preguntando a los locales cómo se llega a las playas "buenas, buenas", esas en las que no hay turistas (como nosotros), hemos alquilado un 4×4 que lleva un curioso GPS para aventureros light. Marcadas en su memoria hay ocho rutas costeras, de entre tres y cuatro horas de duración, que discurren por carreteras secundarias e intrincadas pistas de tierra y paran en las playas secretas para el visitante: el cacharrito te dice cómo llegar, dónde dejar el coche y hasta cómo se llama la cala más diminuta. Y por el camino aprendes que ese cortado es el barranco de la Calabaza, y aquél, el del Machete. Hasta los árboles y los pozos están marcados en este GPS. "Esa montaña se llama Bayuyo, y en este secarral se supone que hay un río no permanente", ameniza el copiloto, porque el GPS no habla. Se limita a marcar de un color el camino a seguir. El resto es cosa del conductor y de la pericia, nunca suficientemente valorada, del copiloto, que debe avisar de que en 200 metros hay que tomar el caminillo sin asfaltar que sale de la carretera. "100 metros, 50, 20, ahora... ¡gira!". Vale que no es el París Dakar, y que hasta en la playa más remota alguien ha llegado antes que tú sin GPS y con un Seat Panda..., pero por un momento se tiene la sensación de estar descubriendo algo. Y eso no tiene precio. La primera excursión tiene que ser Jandía, la punta sur de la isla. En el turístico Morrojable se abandona la carretera (con sus pubs, hoteles y tiendas de biquinis) y en un pispás la pista de tierra te planta en un paisaje alucinante. Y alunizante: esto parece otro planeta. Parece que el Cabildo haya colocado a un pescador solitario subido a la última roca de playas como La Señora o Baja Gómez. Lugares de postal, con arena blanquísima y acantilados muy negros, donde los nudistas (despelotarse es casi obligatorio) se tuestan protegidos del viento en los corralitos o goros, círculos de piedras volcánicas. El sendero cruza el páramo de la península entre baches y curvas hasta llegar al Faro Punta Jandía, un hermoso ejemplar que aunque no tiene farero (ya sólo queda uno en la isla, según el guardés) contiene una interesante exposición sobre fauna marina, porque aquí no es tan raro ver delfines y ballenas. Fuerteventura mide 100 kilómetros, pero las excursiones se hacen largas por lo accidentado del camino. Empieza a apretar el hambre y conviene encargar en el diminuto Puerto de la Cruz una cazuelita de caldo de pescado. En lo que la preparan, se puede visitar uno de los faros más pequeños de Europa, sobre un alto que domina la ristra de acantilados. De regreso al pueblo descubrimos que "cazuelita" es el eufemismo del año. La piscina de caldo viene acompañada del típico gofio, una masa de cereales especiados que se come usando como cuchara trozos de cebolla dulce. La mítica Cofete Hora de buscar una playa para la siesta: la mítica Cofete y sus 13 kilómetros de arena blanca. Llegar no es fácil, pero compensa. Es espectacular y no hay nadie. Obligatorio aprovechar para visitar la cercana Villa Winter. Una mansión desubicada, en medio de la nada, construida por un ingeniero alemán en 1946. Tiene todas las leyendas: que si fue refugio nazi, que si servía para dirigir submarinos, que si iba a ser el retiro de Hitler... El guardés no suelta prenda, pero por una propina te la enseña. Hay gárgolas con forma de cocodrilo y un misterioso torreón. Es uno de los lugares más inquietantes para ver al mar tragarse el sol. La playa de La Pared es otro punto privilegiado para ver atardecer. Forma parte de otra ruta del GPS que se detiene en playas de la costa oeste como La Solapa o Garcey, donde está encallado, desde que un temporal lo abatió en 1994, el American Star, conocido por los majoreros como "el barco fantasma" aunque ya sólo asoma su proa oxidada entre las olas. Conduciendo por la costa se agradecen las indicaciones del GPS, porque los caminillos se cruzan y entrecruzan, desaparecen y vuelven a surgir. Los usan sobre todo las furgonetas de los surferos, valientes que se aventuran en un mar capaz de comerse un transatlántico. Incluso en una isla hay cosas que ver tierra adentro. Merece la pena Betancuria, el pueblo más bonito de la isla, donde se debe probar el cabrito frito. En el ecomuseo de La Alcogida, en Tefia, han recuperado una aldea y los oficios que en ella se desarrollaban a principios del siglo XIX. En casas tradicionales -bautizadas como sus difuntos dueños, Señora Herminia o Don Facundo, y mucho más bonitas que los seriados bungalós que las sustituyeron-, artesanos modernos luchan por mantener vivos sus oficios. "Aquí estoy como un artículo de museo", dice Ramón, el latonero. Hace palmatorias y cacitos "que antes eran necesarios, pero ahora son decorativos". En otra casa, Juan Perera, que aprendió la cestería de su abuela, trenza la palma para crear alforjas o esportones. También en el interior se puede hacer senderismo en la ruta de los volcanes: el GPS se puede bajar del coche y llevar en el bolsillo hasta el cráter. Pero a quién vamos a engañar, a las islas se viene a la playa. La ruta del norte arranca en El Cotillo, un pueblo pescador con varios restaurantes y una fortificación, el castillo del Tostón, que hace doblete como oficina de turismo. En el otro extremo de la ruta están las dunas de Corralejo. Como la carretera llega hasta el borde del mar, son populares, pero también una belleza. Entremedias de los dos puntos turísticos hay una pista de arena blanca que recorre una ristra de playitas poco transitadas. Es muy fácil encontrar una completamente vacía. Ni siquiera el sabelotodo del GPS tiene nombre para ella. Así que la bautizamos: playa Nuestra.
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  • Sol y rutas en 4x4 para descubrir las playas más secretas de Fuerteventura
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  • Aventureros con sombrilla y GPS
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