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Este es un ejemplo de los nuevos aires que recorren la campiña de Champagne, hasta ahora territorio de bodegas casi monopolísticas, como Moët et Chandon, o de prestigios celestiales. Donde antes señoreaban las grandes marcas, ahora están consolidando su presencia pequeños productores que han hecho del terruño y la pequeña producción su razón de ser. Así, la familia Brice, Jean-Paul y su hijo Jean-René, con arraigo multisecular en tierras de Bouzy. Empezaron con siete hectáreas, y una década después poseen 20 extraordinarios cru en Aÿ, Bouzy, Cramant y Verzenay que totalizan más de una treintena. Poderosas armas de seducción cuyo máximo exponente es su champaña Aÿ brut. Se beneficia este espumoso natural de una extraordinaria pinot noir, que en la localidad de Aÿ, y con la adecuada exposición al sol, madura adecuadamente. Bajo la dirección de Michel Joly, enólogo y chef de cave, consiguen un champán de gran finura, con la elegancia esperable en un Grand Cru Classé cien por cien. En nariz destacan los finos aromas a almendra, cítricos, melocotón y flores blancas; en boca resulta fresco y puro, equilibrado, acariciador, insinuante, sensual, para terminar ligeramente goloso. Cierto, no es un gran vintage, de esos que cuestan más de 150 euros, pero por su precio compite ventajosamente, así como por personalidad y sutileza, con otros cuya fama procede más del marketing y el papanatismo que de la calidad.
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