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Nada parece cambiar en este veterano aunque bien remozado hotel de carretera que se asoma a los llanos del Alt Empordà. Ni desmerece en absoluto su emblemático restaurante, de tradición familiar, en el que a partir de finales de los pasados años setenta se catapultó a la fama una figura mítica de la gastronomía catalana: Josep Mercader. Desde hace tiempo su yerno, Jaume Subirós, con la ayuda en la sala de su hijo, Albert Subirós i Mercader, mantienen vivo un estilo de cocina de formas clásicas y raíces ampurdanesas en el que se aprecia cierto influjo francés. Platos de corte burgués, algunos necesitados de revisarse, junto a otros prodigiosamente bien elaborados. Así sucede con el bacalao a la muselina de ajo y con la ensalada de habitas frías a la menta, dos recomendaciones seguras. Eso sin olvidar sus famosas raspas de anchoas rebozadas y fritas, aperitivo antológico, el primer ejemplo de la cocina de los desperdicios (trash cooking) de Mercader. Muchos asiduos se pirran por recetas determinadas (canelones de butifarra con manzana; gambas rojas a la sal; pies de cerdo; becada asada), aunque en la carta figura una especialidad que justo ahora, en plena temporada, justifica con creces la visita, la liebre a la royal. Se presenta en forma de pastel y se sirve aderezada por una salsa densa excepcional. Tampoco decepcionan sus pescados y mariscos, ni desmerece la gran bandeja de quesos. Y como última tentación, un vistoso carro de tartas y golosinas elaboradas en su propio obrador, entre las que resulta insoslayable su famoso tatín de manzana. El menú del día (42,90 euros) incluye dos platos a elegir, además del carro de postres. Bodega notable.
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