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  • Euskadi encuentra la calma, y ya empiezan a aflorar hoteles con encanto por doquier. Uno de los últimos, en el alto de Urola, no muy lejos de la Autovía del Norte a su paso por Beasaín, donde los montes verdean y los caseríos dormitan arrebujados en la memoria de los bosques: Santa Kutz. Desde el vericueto de aproximación -el asfalto es nuevo- se intuye toda la ortodoxia rusticana que exhibe la casa en su fachada y cierto ambiente insulso de puertas adentro. Josu Latorre, el propietario, recibe en persona y muy amablemente al viajero. Antes de entrar conviene recrearse en la pradera bien segada que delimita la heredad, pequeña pero acendrada. Es la última percepción de autenticidad en la estancia. Lo demás es consecuencia del difícil matrimonio entre la necesidad utilitaria y una estética contemporánea extraída de un catálogo al uso. Se reconocen algunos elementos mobiliarios, un reloj de pared de 1747 como detalle y la chimenea central del salón, extrañamente en convivencia con una carpintería vulgar y un pavimento de imitación. Incluso la fuentecilla de la entrada es vituperada por la música ambiental, la impresora de la recepción, la máquina de café y ruido de los platos en el comedor. Sin duda, la pieza más atractiva del caserío es la sala de reuniones, por su minimalismo y el sutil juego de transparencias que establecen los ventanales y el cierre de puerta corredera acristalada. A todo lo largo, el verde alimenta la retina y excita la pituitaria con su promesa de frescor perenne. Menos mal, porque el desayuno resulta escaso y convencional. Latorre prefiere centrarse en las cenas, argumentadas con impecables toques de tradición vasca. Sábanas sedosas Las 13 habitaciones se arraciman en la planta superior, indefectiblemente estrechas, sin apenas espacio alrededor de la cama y dotadas de un simple taburete en el que clavar las posaderas. Un televisor mínimo cuelga de la pared de enfrente. El cuarto de baño es igualmente reducido e impersonal. Pero hay que celebrar en ellos el silencio, la sedosidad de las sábanas, la sensación de aislamiento que provoca este irredento valle guipuzcoano, una paz que redime todo lo vivido anteriormente y que proclama la imagen bucólica y atávica del turismo rural en el País Vasco.
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  • HOTEL SANTA KUTZ, un caserío familiar en Guipúzcoa donde el silencio y el verde del paisaje serenan
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  • Alrededor de una buena mesa
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