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  • Más que vicios, esta pequeña ciudad portuguesa del Alentejo albergó iglesias, palacios, casas solariegas y unos alrededores ubérrimos en naranjos y limoneros. De ahí su nombre: Vila Viçosa, la villa abundante. Uno de sus monumentos históricos, el Real Convento de las Chagas de Cristo, perteneció a la dinastía real de los Bragança desde su fundación, en 1514, aunque no adquirió la preeminencia que se le recuerda hasta la subida al trono de su cuarto monarca, Dom João IV, cuando la corte inmigró a su faldón con la parafernalia correspondiente de bailes, banquetes, bodas, festejos taurinos, representaciones teatrales y demás entretenimientos ducales. En consecuencia, las celdas monjiles abrigaron a todo lujo el sueño de las hijas segundonas que las familias aristócratas de todas las regiones portuguesas enviaban para su bien al amparo de la corte. Antes de convertirse en pousada, el convento se utilizó como seminario de la archidiócesis. Ya se le intuía al edificio capacidad de alojamiento. El silencio que guardan sus muros invita a la meditación y asegura el reposo. Claro que no cabe descubrir en sus recovecos interiores ninguna propuesta arquitectónica de ensalmo, ni la grandiosidad conceptual de otras pousadas encargadas a grandes artistas portugueses. Ésta mantiene la temática monacal e historicista de la casa, ilustrada con grávidos cortinajes, viguería de madera a la vista, mobiliario de evocación imperio y murales de azulejos que rinden homenaje a los artesanos de la región, como los que se exhiben en la Sala do Capítulo, originales del siglo XIX. A través de los arcos que dibuja el claustro se adivina el goteo acompasado del agua en la fuente, pura seda en la nocturnidad veraniega. Colchas bordadas Algo necesitadas de rejuvenecimiento, las habitaciones mantienen su rigor conventual con un mobiliario adusto y sus colchas bordadas en las cuatro esquinas de las camas. Las más contemporáneas ofrecen mayor amplitud y una terraza abierta al exterior. En torno al claustro se alinean las más auténticas, herencia de las celdas monásticas, aunque aderezadas de albornoces, zapatillas de baño y una báscula. El denominado Quarto del Profesor (que lleva el número 111) conserva el viejo torno del convento y un edículo revestido de azulejos. El Quarto del Astrónomo (la número 109) lo preside impertérrito el fresco de Nuestra Señora de la Concepción, patrona de la ciudad. Y en caso de que produzca fatiga lo barroco, los jardines exteriores invitan a la meditación trascendental con esculturas clásicas, naranjos fragantes y unos canalillos de agua que simbolizan las venas caudalosas de la espiritualidad alentejana.
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  • Pousada de Dom João IV a medio camino entre Badajoz y Évora
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  • Espiritualidad entre naranjos
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