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  • La primavera llega más desperezada a la costa de Almería que a otras costas, por lo que urge tomar sitio en este hotelito con encanto a mano izquierda del camino que conduce a la cala del Playazo, en las mismísimas puertas del parque natural del cabo de Gata. Un bien escaso de la naturaleza sureña que, como indica el folleto del establecimiento, invita al lujo. El hotel se intuye a lo lejos, a todo lo largo de un muro de cal resplandeciente que descubre sus volúmenes mediante un caprichoso juego de luces y sombras. Es una arquitectura radiante, limpia, un punto minimalista. Y, como todas las cortijadas andaluzas, tan luminosa que incluso hace daño a la vista. Un estallido de sol apaciguado únicamente al atardecer, cuando el cortijo invita a meditar en silencio en sus azoteas, convertidas en miradores privilegiados sobre el mar, la montaña y el desierto. Adentrados en el recinto hotelero, esa luz, esa cal, se atempera en el interior de un patio chill out enmarcado en sutiles geometrías de madera. En el mobiliario. En las carpinterías. En las esteras. Un orden zen que embalsama al huésped con su diversidad de propuestas ecológicas. En el uso del papel, por ejemplo, que procede de bosques etiquetados como sostenibles. O en la instalación solar térmica que el hotel ha armado para el servicio del agua caliente. O en la depuración de las aguas residuales con un reactor biológico. O en el control domótico de las bombillas de bajo consumo... Incluso el agua potable es traída con toda su pureza desde la sierra de Alhamilla. Los desayunos, en un comedor improvisado de lonas y vigas por medio del patio, responden a esos enunciados ecológicos: zumos naturales, fruta recién cortada, aceite de oliva virgen y huevos camperos. Desde el propio aparcamiento del hotel se accede a los ocho dormitorios, alineados a lo largo de la fachada de Levante. Todos disponen de un pequeño patio privado con ducha y cierta estética playera en sus tripas, sin pérdida de su austera elegancia. Las puertas piden ser abiertas de par en par frente al muro vegetal que los distribuye, como una invitación a ese verde que no es verde, sino una negación del blanco. Una bañera de piedra natural retiene al huésped durante todo el día, para qué más. De noche, tanto en primavera como en verano, el relente detiene el tiempo frente a una copa a la luz de la luna, bien en el patio cubierto, bien a pecho libre en los miradores de las azoteas. La atención de Alberto Morales es constante, pero apenas se percibe en su escrupulosa discreción.
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  • Los Patios, geometría minimalista cerca del cabo de Gata
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