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  • Qué será lo que tienen las bodas que a todos les gusta un decorado así. Un convento que no es convento y un hotel que no es un simple hotel. Antes bien, se diría un escenario de opereta a punto de iniciarse los acordes nupciales o de representarse un auto sacramental. Sacrebleu!, exclamarían los frailes de Cluny ahora oficiantes como camareros y recepcionistas de este curioso emporio turístico en el extrarradio de Zamora. Seis años de trabajos le valieron al industrial Agustín Lorenzo Sanz trastocar los destinos de un seminario del siglo XIX adscrito a los misioneros alemanes del Verbo Divino y ponerlo al servicio de su peculiar cosmogonía arquitectónica. A pie de obra, sin desmayo, contrató a pintores, grabadores, muralistas, orfebres y artesanos en general, que esmaltaron los muros con representaciones a gran escala de códices miniados, tendieron arcos, dovelas y alfarjes con sillares procedentes de las ruinas de una ermita románica y ladrillos mudéjares fabricados en Ávila. El delirante artificio no da tregua a la auscultación sorprendente de sus interiores, tanto que fatiga a la vista, atiborra el espíritu de sensaciones y confunde espacialmente a los visitantes. Nadie sabría diferenciar el haz del envés, dónde se articulan la recepción y los espacios de tránsito, qué puerta conduce a las habitaciones... Todo el paisaje interior invita al pasmo, a la desafección por la historia, al marketing de la religión. Se suceden los salones decorados con lámparas de Bohemia, candelabros barrocos, pilares de estucados venecianos, tapicerías de seda rococó. Da igual lo que brille, mientras posea un estilo definido. Y luego están los comedores, los altares banqueteros. Uno es de estilo gótico, otro tiene al románico en su escenificación de los héroes de la antigüedad y otro más rutila bajo una inefable cúpula mudéjar. Los demás se significan por sus nombres: San Atilano, San Ildefonso, Doña Urraca y Viriato. Tampoco el spa, más reciente, escapa a las impostas, las pechinas, las mandorlas, los arquitrabes, los intradoses y los pinjantes. Camas cómodas Un poco más atemperados en su estética historicista, los dormitorios acentúan la comodidad de las camas, el tono riguroso del mobiliario y los pequeños detalles a recordar por su utilidad. Los hay de tres categorías, aunque a los novios se les suele acomodar en una de las diez suites, como la 135, con bañera de hidromasaje y adornos Luis XIV. Las habitaciones dobles incluyen algún atisbo de actualidad en sus muebles, como un televisor y señal wi-fi, lo cual es muy herético, pero hace descansar la retina de tanto esplendor barroco.
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  • Hotel Spa Convento I, un antiguo seminario cerca de Zamora
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  • Más barroco, imposible
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