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  • A los ojos de Natani Nez, Monument Valley siempre fue "el lugar más bello del mundo". Lo visitó tantas veces que eso le ganó su nombre navajo, Natani Nez, "líder alto", como los locales llamaban a John Ford en estas tierras monumentales. Y gracias al director del parche en el ojo, los demás descubrimos esta vasta extensión de terreno en la frontera entre Arizona y Utah, esa superficie de roca y arenisca que comenzó a formarse hace 570 millones de años y cuya línea del cielo es tan conocida como los contornos de Nueva York. Forrest Gump se paró allí. Thelma y Louise aceleraron. Es el mismo horizonte que sirvió de fondo a 2001: Una odisea en el espacio y a Regreso al futuro III. Pero Monument Valley es John Ford. La diligencia hizo de John Wayne una estrella, pero también lanzó otra carrera, la del puro sabor americano contenido en las formaciones de Monument Valley. Nunca el Oeste supo tanto a Oeste. La verdad es que Ford no fue el primero. La primera película que se rodó en la zona fue El ocaso de una raza (1925), de George Seitz, basado en una de las mejores novelas de Zane Grey. El autor no lo pudo describir mejor cuando habló de ese "extraño mundo de cañones colosales y formaciones rocosas magníficamente esculpidas, que se yerguen aisladas y arrogantes, acechantes, peculiares y solitarias". Es el mismo extraño paisaje del que se enamoró Harry Goulding cuando se convirtió en el primer colono blanco que fijó allí su residencia. Pagó 320 dólares por una extensión de 258 hectáreas de terreno que en su día pertenecieron a los indios paiutes, y cuando la sequía azotó con más fuerza de lo normal se fue a convencer a Hollywood y a Ford de que sus tierras tenían el paisaje que buscaban para ese nuevo western llamado La diligencia. El resto es historia. Acostumbrado a rodar una y otra vez con las mismas estrellas, Ford también repitió una y otra vez los mismos parajes. Además de La diligencia (1939), en Monument Valley filmó todos sus grandes westerns, desde Pasión de los fuertes (1946) hasta El gran combate (1964), Fort Apache (1948), La legión invencible (1949) y El sargento negro (1960). Pero ninguno como Centauros del desierto (1956) cautivó la belleza de esta zona, la grandiosidad de sus formaciones de roca y arena, ejemplos de una erosión milenaria en un paisaje monocromático salpicado por ligeros tonos verdosos de yucas y salvias. Monument Valley sigue siendo un lugar tan remoto como lo fue en su día. No importa desde dónde llegues, te esperan unas cinco horas de coche ya sea desde Phoenix o Albuquerque. Su franja horaria es distinta del resto de EE UU, y los navajos han prohibido la venta de bebidas alcohólicas en los pocos establecimientos que hay en el área, toda una ironía si uno recuerda la pasión de Ford por la botella. Tampoco ha cambiado esa primera impresión, como bien describió John Wayne, del territorio navajo: "donde Dios puso el Oeste". Un lugar de exaltación que te hace sentir hormiga en esa llanura de más de 12.000 hectáreas considerada como un parque tribal de la Nación Navajo. Sin embargo, el número de visitantes, medio millón al año, principalmente alemanes y franceses, palidece comparado con los cinco millones de turistas anuales que recibe el no tan lejano Gran Cañón del Colorado. Esto también aumenta la magia de Monument Valley, porque, junto con el colosal paisaje y las impresionantes puestas de sol, todavía es posible disfrutar de otro de los grandes atractivos que cautivaron a Ford cuando llegó por primera vez a este paraje y que retrató una y otra vez en sus películas: el silencio. Un camino rugoso de tierra y piedras permite recorrer en el vehículo propio una ruta polvorienta de 27 kilómetros donde estas esculturas de piedra talladas por el paso del tiempo reciben al visitante como lo hicieron con Ford. Las manoplas, el camello, el elefante, las tres hermanas, el pulgar..., nombres todos ellos que puso el hombre blanco porque para los navajos estas piedras que tanto respetan son lo que son, piedras. Un ejemplo, ésa que el hombre blanco llama "tótem", para los navajos es literalmente "esa piedra delgada que se yergue hacia arriba". El que no necesita traducción es el mirador de John Ford. Una parada que te permite ver lo que maravilló al realizador y rememorar alguna de las cargas de caballería o de los ataques indios que tanto le gustaba rodar en ese lugar. Dormitorio de rodaje Ford intentó dejar un legado en estas tierras y, además de plasmar su belleza en cine, cedió los decorados de sus rodajes al pueblo navajo. Pocos, por decir algo, se conservan, ya que desafortunadamente los lugareños prefirieron utilizar esta arquitectura efímera para reforzar sus hogares. Lo único que queda es la casa de Harry y Mike Leone Goulding, donde Ford se alojó en cada rodaje. Allí también durmieron John Wayne o una joven Natalie Wood cuando rodaron Centauros del desierto. Y el edificio quedó retratado en Pasión de los fuertes, en especial ese almacén que se conserva en la parte trasera llamado "la cabaña de John Wayne" por ser ésa su función en los rodajes. Ambos edificios son hoy un museo dedicado al Monument Valley de John Ford, nombre junto al de Wayne recordado en cada plato de comida que se sirve en los dos únicos hoteles de la zona, ya sea el que puso en marcha el propio Goulding y que lleva su nombre o el que hace un año abrió sus puertas dentro del parque, The View, y que te permite despertar frente a estas maravillas de la naturaleza por las que, como las mejores estrellas de Hollywood, no pasan los años.
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  • Tras los pasos del genial cineasta en Monument Valley, el enclave de Arizona donde rodó sus 'westerns' y por donde cabalgaba John Wayne, su actor fetiche
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  • Al atardecer, John Ford
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