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  • Murió justo a tiempo de convertirse en mito. "Si me muero, que me muera / con la cabeza bien alta", escribió, y a la posteridad le ha resultado fácil alimentar una leyenda. Pero por encima de todo está el ser humano, y la posibilidad del reencuentro con su obra, su vida y su muerte en el centenario de su nacimiento. Una razón poderosa para visitar los espacios de Miguel Hernández y para adentrarse en lo que a él más le importaba, su poesía, repleta de destellos contemporáneos: "menos tu vientre / todo es confuso". Una temprana mañana de domingo en Orihuela (Alicante) es "silencio que naufraga en el silencio", calles solitarias, ecos de pasos, palacios asomándose a la luz... E iglesias, muchas iglesias: más de treinta. Nobleza y clero. Así estaba configurada la Orihuela en la que nació Miguel Hernández el 30 de octubre de 1910. Y continúa estándolo, como se percibe en el recorrido por su casco histórico, posiblemente el cogollo urbano con menos bares de España; y los domingos, casi todos cerrados (lo cual no es un dato baladí a la hora de planificar un largo paseo callejero). Pasión por el poeta es el lema presente en las banderolas que acompañan la entrada a la ciudad, dejando a un lado el palmeral que sirvió de fondo a su existencia oriolana: "Alto soy de mirar a las palmeras". Un problema de derechos impide al Ayuntamiento de Orihuela la utilización del nombre de Miguel Hernández; por eso, aquí todo es "poeta" (por antonomasia) y "hernandiano". El itinerario vital comienza en la casa en la que vivió la familia Hernández Gilabert entre 1914 y 1934, no en la que vino al mundo Miguel, en la calle de San Juan, con un proyecto de rehabilitación aprobado en 2008 y aún muy lejos de estar concluido. Ésa es una de las sensaciones que invaden al visitante: a pesar de que el centenario era bien previsible, a pesar de que la imagen Orihuela 2010 lleva años vendiéndose, es como si a los responsables les hubiera pillado un poco desprevenidos. El centro de recepción de visitantes, al lado de la plaza del Marqués de Rafal (flanqueada de palacios y donde Miguel Hernández leyó su celebérrima Elegía a Ramón Sijé: "Que tenemos que hablar de muchas cosas / compañero del alma, compañero"), no abrirá hasta después de Semana Santa; el museo y la futura tienda, junto a la vivienda familiar, se encuentran en obras. Incluso en esta última estaba previsto en estos días un lavado de cara, sustituyendo baldosas, remozando paredes: "Pintada está mi casa / del color de las grandes / pasiones y desgracias". Hogar familiar La visita, gratuita, al hogar familiar en la calle de Arriba resulta sumamente grata, sobre todo a los grupos que recorren la ciudad acompañados de guías, facilitados también gratuitamente por el Ayuntamiento. Lo revelan sus comentarios. Aquí descubren que "la casa está muy bien para la época", que tenían un corral con cobertizo para los animales, que el poeta salía por la puerta de atrás cuando iba a pastorear las cabras ("En cuclillas ordeño / una cabrita y un sueño") y que no estaban, ni mucho menos, en la indigencia: el despótico padre era tratante de ganado. Carteles repartidos por las estancias recuerdan los versos pegados a esta realidad. "Volverás a mi huerto y a mi higuera": un huerto y una higuera que el visitante, para su estremecimiento, tiene delante. Lo mismo que esa palera de higos chumbos en cuyas carnosas hojas el poeta escribía el nombre de su amada, Josefina, para que las letras fueran creciendo con la planta. Junto a la casa, un espacio expositivo en cuya cristalera se reproduce un fragmento de una carta fechada en enero de 1936 y firmada: Miguel. Al fondo, dependencias domésticas y la omnipresente sierra. El conjunto se completa con lo que será el museo y la tienda y con el Centro de Estudios Hernandianos, donde hay una exposición permanente sobre su vida y su obra. Ruta hernandiana La casa se encuentra justo al lado del colegio de Santo Domingo. Allí, becado, Miguel Hernández estudió un tiempo hasta que en 1925, a la crítica edad de 14 años, tuvo que cambiar los libros por las cabras. Los dos hermosos claustros de Santo Domingo vieron los pasos preadolescentes del poeta, al que dejaron literalmente pudrirse en las cárceles de los vencedores (murió el 28 de marzo de 1942), mientras las aulas y el internado de los jesuitas se llenaban de nuevo con las élites provinciales. La iglesia, bellísima y desbordante en su barroquismo, no está abierta al culto. El acceso a Santo Domingo, gratuito, puede verse dificultado por este aviso: "En estos momentos estamos atendiendo a una visita. Rogamos esperen un instante". Cabe la posibilidad de que ese instante sea de más de media hora: mientras hay un grupo dentro la puerta permanece cerrada y tampoco es posible salir. Lo mismo ocurre en el Museo de la Muralla, sobre cuyo solar se levantaba la Casa del Paso, cuartel de la Guardia Civil frecuentado por Miguel, quien iba allí a festear con su novia, Josefina Manresa: "Estamos enseñando el museo a una visita guiada, en unos momentos les atenderemos", reza un cartel en la puerta. Desajustes solventados con la amabilidad del personal responsable, pero que tendrán que resolverse de otra manera ante la ya masiva respuesta de los devotos del poeta. La huella hernandiana continúa en la catedral donde fue bautizado y en el seminario al que, convertido en cárcel, fue trasladado tras su segunda y definitiva detención, el 29 de septiembre (San Miguel) de 1939, el hombre honesto, valiente y lúcido que dejó escrito: "Retoñarán aladas de savia sin otoño / reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida. / Porque soy como el árbol talado, que retoño: / porque aún tengo la vida".
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  • Miguel Hernández nació en Orihuela hace cien años. Las calles de esta localidad alicantina marcaron su vida y su poesía
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  • "Alto soy de mirar a las palmeras"
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