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Quienes intenten encontrar mesa en su comedor o su terraza no deben rezagarse: la casa no admite reservas y el local se llena hasta la bandera en todos los turnos. En el mejor de los casos, queda la opción de encontrar un hueco en la barra.
Otro error es solicitar platos como en cualquier restaurante: en La Renta, las raciones son enormes y están concebidas para compartirse. Cuando por fin se toma asiento, se comprende el éxito de este local desenfadado, con cocina a la vista y mesitas con manteles de cuadros, que ofrece recetas sencillas de influencia casera y productos frescos de temporada. En casi todos los casos están bien resueltas y se tarifan a precios comedidos (se come por menos de 30 euros). Da lo mismo empezar con un tazón de salmorejo, con una ración de ensaladilla rusa o con unas espectaculares alcachofas fritas de sabor intenso tratadas como suele ser habitual en algunas trattorias romanas. La regularidad dentro de su nivel está garantizada. Entre las propuestas más logradas figuran las verduras fritas en tempura (flores de calabacín o berenjenas), que se sirven en compañía de su gran salmorejo. Tampoco desmerecen los pescados: merluza en tacos con pimientos, pijotas (pescadillas), calamares en aros, salmonetitos o el plato de boquerones, que no está a la altura de los anteriores. La tónica se mantiene con las carnes, crudas o a la plancha. Acertado el steak tartar, y correcto el entrecó de vacuno mayor. Desilusionan sus croquetas y las mollejas, y ya entre los postres, una leche frita poco recomendable, de color tostado y sabor extraño. Mucho mejor la tartita de manzana. La selección de vinos es corta, pero demuestra inquietudes por ofrecer marcas aceptables a precios tan sensatos como el resto.
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