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  • Es un buche plácido y ancho, donde no caben prisas ni estrecheces. Y no está lejos, "al otro lado del Tajo", literalmente. El Alentejo (que eso significa) es la región más vasta de Portugal, tanto que oficialmente se trocea su mapa como un pastel: Alentejo norte, centro, sur y litoral. El escritor portugués Miguel Torga advertía que para adentrarnos en él "será necesario romper primero nuestra ventana de horizontes pequeños y ampliar después el compás con el que habitualmente medimos el tamaño de lo que nos rodea". Para un visitante de la meseta, el norte y centro del Alentejo son una suerte de complemento, de coda amable. Elvas está a escasos diez minutos de Badajoz, y lo mismo ocurre con Marvão y Castelo de Vide respecto a la frontera cacereña. Cabe la opción de abandonarse al azar de espacios tan holgados, o bien llevar una brújula o brida en la cabeza. Los responsables de la cosa brindan varias posibles excusas. Una, bastante obvia, es la Ruta de los Castillos de frontera. Otra, que es posible combinar, es la Ruta de las Pousadas (equivalentes a nuestros paradores), con la grata novedad de que algunas de ellas, catalogadas como Pousadas Históricas Design, son monumentos recreados por un diseño de firma; ocurre en Arraiolos, donde José Paulo Santos ha intervenido un convento del siglo XVI, o en su vecina Crato, donde el reconocido João Luis Carrilho da Graça ha aprovechado a la vez un castillo, un convento y un palacio ducal de diferentes épocas para alumbrar una armoniosa apuesta de la nuestra. Nuevas e interesantes son la Rota dos Sabores y Rota dos Vinhos, o la Ruta Megalítica. Megalitos La ruta megalítica es, además, una sorpresa. Estaban ahí, pero no se había jaleado su presencia, ni su valía; el crómlech de Almendres poco tiene que envidiar al famoso de Stonehenge, y el menhir de Meada no tiene rival en la Península. La Ruta Megalítica se puede articular a través de dos ejes o recorridos; en torno a Castelo de Vide-Marvão, al norte, se puede planear el periplo en el Centro de Interpretación del Megalitismo de Castelo de Vide, para luego visitar el Parque Megalítico de Coureleiros, los dólmenes de Melriça y do Tapadão o el menhir de Meada. En el centro se consigue un libro o mapa que señala docenas de megalitos cercanos. El otro eje se despliega en torno a Montemor-o-Novo y Évora; ambas poblaciones poseen centros interpretativos (en el convento de S. Domingos y en el de los Remedios, respectivamente). De los muchos enclaves destaca, sin duda, el crómlech de Almendres, en un monte desde el cual se domina el skyline de Évora. El paraje, solitario y fragoso, conserva su magia antigua. El conjunto se compone de 95 monolitos del tamaño de un barril, redondeados como dientes gastados y dispuestos en círculos concéntricos en torno a una supuesta ara. Muchos de esos pedruscos tienen grabados signos mudos, tal vez astrales, y mantienen la posición exacta que les dieron los chamanes de la tribu neolítica. A sólo unos pasos hay también un menhir imponente. Sabores y vinos Tanto la Rota dos Sabores (www.rotadossabores.com) como la Rota dos Vinhos (www.vinhosdoalentejo.pt) están apoyadas con carpetas y fichas, mapas y folletos, y están muy bien señalizadas a pie de carretera. La primera recorre los lugares donde se producen, se venden o se catan alimentos tradicionales, protegidos por denominación de origen u otras etiquetas. Una buena manera de exaltar los aceites locales, carnes de raza indígena (alentejana, mertolenga), quesos artesanos (Nisa, Évora, mestiço), embutidos, algunos tan singulares como el chouriço mouro o la farinheira (prima hermana de los farinatos salmantinos), las ciruelas en almíbar de Elvas, castañas, miel... Los vinos se descubren a través de tres rutas especiales, la de São Mamede, la histórica y la del Guadiana. La primera cuenta con el aliciente de incluir en el recorrido el parque natural da Serra de São Mamede, de una gran calidad paisajística. En la ruta histórica se halla una de las fuentes de vino del país, Borba, y también Redondo, un precioso pueblo medieval amurallado, célebre por su cerámica (ahora en retroceso), donde tiene la sede el Museo Regional do Vinho. Pueblos Los pueblos y ciudades de este Alentejo más próximo son, desde luego, otro argumento definitivo. Sus cercas medievales, o castillos, o iglesias matriz y misericordias se asoman y engalanan las rutas señaladas, o bien se erigen en protagonistas. Eso ocurre, naturalmente, con las ciudades, como Elvas, verdadero manual en piedra de la ingeniería militar del XVIII; o la romana, episcopal, universitaria y romántica Évora, digna por sí sola de toda atención. No sólo por su opulencia monumental, sino por su ritmo pausado y convincente, deliciosamente provinciano; la pousada Convento dos Loios, junto al templo romano y la catedral, puede ser la guarida adecuada. Luego hay pueblos que se salen de su etiqueta, y más parecen ciudades en miniatura. Tal es el caso de Estremoz, dominada por un castillo que fue escenario de lances decisivos y convertido en pousada señorial, o la cercana Vila Viçosa. Ésta depara una gran sorpresa. Nadie se espera el palacio escurialense, descomunal, que la Casa de Bragança dispuso para su ocio estival. Pegado a palacio, cocheras y jardines, un convento de mármol radiante ha sido transformado en otra pousada evocadora. Y no se puede dejar de mencionar al tándem Castelo de Vide-Marvão, en el norte. En la primera, un castillo museo domina la judería tal vez mejor preservada de la Península. Cerca queda Marvão, encaramada a un castellar de granito fundido con el castillo, ceñida de murallas y repleta de casas medievales intactas. Desde el pretil de sus baluartes se puede casi tocar con los dedos las dehesas cacereñas.
  • Es un buche plácido y ancho, donde no caben prisas ni estrecheces. Y no está lejos, "al otro lado del Tajo", literalmente. El Alentejo (que eso significa) es la región más vasta de Portugal, tanto que oficialmente se trocea su mapa como un pastel: Alentejo norte, centro, sur y litoral. El escritor portugués Miguel Torga advertía que para adentrarnos en él "será necesario romper primero nuestra ventana de horizontes pequeños y ampliar después el compás con el que habitualmente medimos el tamaño de lo que nos rodea". Para un visitante de la meseta, el norte y centro del Alentejo son una suerte de complemento, de coda amable. Elvas está a escasos diez minutos de Badajoz, y lo mismo ocurre con Marvão y Castelo de Vide respecto a la frontera cacereña. Cabe la opción de abandonarse al azar de espacios tan holgados, o bien llevar una brújula o brida en la cabeza. Los responsables de la cosa brindan varias posibles excusas. Una, bastante obvia, es la Ruta de los Castillos de frontera. Otra, que es posible combinar, es la Ruta de las Pousadas (equivalentes a nuestros paradores), con la grata novedad de que algunas de ellas, catalogadas como Pousadas Históricas Design, son monumentos recreados por un diseño de firma; ocurre en Arraiolos, donde José Paulo Santos ha intervenido un convento del siglo XVI, o en su vecina Crato, donde el reconocido João Luis Carrilho da Graça ha aprovechado a la vez un castillo, un convento y un palacio ducal de diferentes épocas para alumbrar una armoniosa apuesta de la nuestra. Nuevas e interesantes son la Rota dos Sabores y Rota dos Vinhos, o la Ruta Megalítica. Megalitos La ruta megalítica es, además, una sorpresa. Estaban ahí, pero no se había jaleado su presencia, ni su valía; el crómlech de Almendres poco tiene que envidiar al famoso de Stonehenge, y el menhir de Meada no tiene rival en la Península. La Ruta Megalítica se puede articular a través de dos ejes o recorridos; en torno a Castelo de Vide-Marvão, al norte, se puede planear el periplo en el Centro de Interpretación del Megalitismo de Castelo de Vide, para luego visitar el Parque Megalítico de Coureleiros, los dólmenes de Melriça y do Tapadão o el menhir de Meada. En el centro se consigue un libro o mapa que señala docenas de megalitos cercanos. El otro eje se despliega en torno a Montemor-o-Novo y Évora; ambas poblaciones poseen centros interpretativos (en el convento de S. Domingos y en el de los Remedios, respectivamente). De los muchos enclaves destaca, sin duda, el crómlech de Almendres, en un monte desde el cual se domina el skyline de Évora. El paraje, solitario y fragoso, conserva su magia antigua. El conjunto se compone de 95 monolitos del tamaño de un barril, redondeados como dientes gastados y dispuestos en círculos concéntricos en torno a una supuesta ara. Muchos de esos pedruscos tienen grabados signos mudos, tal vez astrales, y mantienen la posición exacta que les dieron los chamanes de la tribu neolítica. A sólo unos pasos hay también un menhir imponente. Sabores y vinos Tanto la Rota dos Sabores (www.rotadossabores.com) como la Rota dos Vinhos (www.vinhosdoalentejo.pt) están apoyadas con carpetas y fichas, mapas y folletos, y están muy bien señalizadas a pie de carretera. La primera recorre los lugares donde se producen, se venden o se catan alimentos tradicionales, protegidos por denominación de origen u otras etiquetas. Una buena manera de exaltar los aceites locales, carnes de raza indígena (alentejana, mertolenga), quesos artesanos (Nisa, Évora, mestiço), embutidos, algunos tan singulares como el chouriço mouro o la farinheira (prima hermana de los farinatos salmantinos), las ciruelas en almíbar de Elvas, castañas, miel... Los vinos se descubren a través de tres rutas especiales, la de São Mamede, la histórica y la del Guadiana. La primera cuenta con el aliciente de incluir en el recorrido el parque natural da Serra de São Mamede, de una gran calidad paisajística. En la ruta histórica se halla una de las fuentes de vino del país, Borba, y también Redondo, un precioso pueblo medieval amurallado, célebre por su cerámica (ahora en retroceso), donde tiene la sede el Museo Regional do Vinho. Pueblos Los pueblos y ciudades de este Alentejo más próximo son, desde luego, otro argumento definitivo. Sus cercas medievales, o castillos, o iglesias matriz y misericordias se asoman y engalanan las rutas señaladas, o bien se erigen en protagonistas. Eso ocurre, naturalmente, con las ciudades, como Elvas, verdadero manual en piedra de la ingeniería militar del XVIII; o la romana, episcopal, universitaria y romántica Évora, digna por sí sola de toda atención. No sólo por su opulencia monumental, sino por su ritmo pausado y convincente, deliciosamente provinciano; la pousada Convento dos Loios, junto al templo romano y la catedral, puede ser la guarida adecuada. Luego hay pueblos que se salen de su etiqueta, y más parecen ciudades en miniatura. Tal es el caso de Estremoz, dominada por un castillo que fue escenario de lances decisivos y convertido en pousada señorial, o la cercana Vila Viçosa. Ésta depara una gran sorpresa. Nadie se espera el palacio escurialense, descomunal, que la Casa de Bragança dispuso para su ocio estival. Pegado a palacio, cocheras y jardines, un convento de mármol radiante ha sido transformado en otra pousada evocadora. Y no se puede dejar de mencionar al tándem Castelo de Vide-Marvão, en el norte. En la primera, un castillo museo domina la judería tal vez mejor preservada de la Península. Cerca queda Marvão, encaramada a un castellar de granito fundido con el castillo, ceñida de murallas y repleta de casas medievales intactas. Desde el pretil de sus baluartes se puede casi tocar con los dedos las dehesas cacereñas.
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