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  • Su fragilidad geográfica (que fue, por desgracia, noticia reciente a causa de las lluvias) es algo congénito. El archipiélago se formó con volcanes recientes que emergieron sus fauces desde el fondo del océano. Formado por dos islas habitadas (Madeira y Porto Santo) y otras mantenidas como parque natural (Desertas, Selvagems), el archipiélago fue oficialmente descubierto en el siglo XV por navegantes portugueses. Después de varias tentativas en cuanto a cultivos, a finales del XIX se convirtió, por su clima saludable, en un adelantado del turismo. Hoy día, a sólo hora y media de Lisboa, y a precios populares es un destino apetecible, sobre todo en estas fechas, ya que del 15 al 18 de abril se celebra la Festa da Flor, un carnaval en que que no faltan esculturas y tapices florales, desfiles y colorido folclor. El oro blanco Los turistas que desembarcan de alguno de los 280 cruceros que a lo largo del año atracan en Funchal, la capital, se topan frente al muelle con dos cosas recientes: un teleférico que sube al Monte (luego pueden descender dentro de cestos controlados por fornidos carreiros), y el Madeira Story Centre (www.storycentre.com). Este no es un museo, exactamente, pero sí algo muy recomendable si se quiere captar al vuelo la peripecia histórica de la isla. A través de montajes multimedia se exponen las etapas posteriores al del descubrimiento, la explotación de la madera, la era del oro blanco (azúcar), cuyo cultivo se exportaría a Cabo Verde y a Brasil; luego la era del vino, la llegada de familias vinateras inglesas... y la salida en masa de emigrantes, por culpa de plagas como la filoxera y porque ya no se cabía (se calcula en cerca de un millón los madeirenses o descendientes que habitan en Suráfrica, América o Australia, cuando la población actual de isleños es de sólo 250.000). El Story Centre es una amena Wikipedia que no olvida detalles como el fútbol, introducido en 1875 por la familia Hinton y que tiene en Cristiano Ronaldo (nacido en una freguesía de Funchal) un embajador de lujo. La información de este centro se puede completar en el Museo Cidade do Açúcar (plaza Colombo) y, sobre todo, en el sorprendente Museu de Arte Sacra (Rua do Bispo): con los buenos dineros que obtenían de exportar azúcar a Flandes, en el XVI y XVII, compraron pintura flamenca a granel, que ahora llena el museo, la catedral y algunas iglesias. Hotel a punto Por fuera, nadie lo diría. Es un centro comercial (Dolce Vita) de cristales azulados, bastante banal, céntrico, eso sí. Pero el hotel The Vine (www.hotelthevine.com) que allí se esconde es un cinco estrellas. La arquitectura es de Ricardo Bofill, aunque lo que más interesa es el diseño en tonos apagados y la iluminación imaginativa de Nini Andrade en el interior. El spa aplica la vinoterapia, y el restaurante gourmet Uva (junto a la piscina panorámica, en la terraza) está asesorado por Antoine Westermann, un tres estrellas Michelin. 'Ponchas' La poncha es una pócima histórica que está de moda. Se inventó en un momento de escasez de vino y exceso de aguardiente de caña (similar este al ron de los mojitos caribeños). La poncha se hace con aguardiente diluido con agua, limón y azúcar o miel; pero hay variedades. Un sitio especial para probarla es el Bar do Mar o alguno de los garitos que arropan el puerto de Câmara de Lobos. A sólo siete kilómetros de Funchal, este antiguo pueblo de pescadores ya no es la playa salvaje con cuatro barcas que pintaba Churchill con su caballete bajo una sombrilla. Câmara de Lobos ha crecido tanto que se ha convertido en una especie de barrio de ocio de Funchal para salir de copas o para cenar pescado fresco (excelente en Vila do Peixe, con vistas al puerto). No sólo este pueblo, todo el litoral sur de la isla ha crecido (y siguen las grúas, pese a la crisis). Porque es donde el sol pega de lo lindo. Nada que ver con el norte, más húmedo y brumoso, donde no hay turistas, sólo pueblos campesinos y broncos acantilados. Norte y sur están separados por una cadena volcánica que alcanza en el pico más alto (Ruivo) los 1.861 metros. Desplazarse, sin embargo, no es problema: Madeira, que es de igual tamaño que Lanzarote, cuenta con tantos túneles como días tiene el año. Arquitectura en el paisaje A poniente de Funchal, en Calheta, se encuentra la Casa das Mudas, un centro de arte actual que representa a la joven Madeira. Consta de dos núcleos, una mansión del XVI, y un ala nueva, terrazada y mimética, construida con piedra volcánica por la estrella emergente Paulo David; este proyecto fue propuesto para el Premio Mies van der Rohe. Además, el conocido Gonçalo Byrne ha intervenido en el Club Naval, y el joven Tiago Oliveira, en el estalagem (especie de parador) de Ponta do Sol. Otro hotel, el Casino Park, es la única obra en Portugal del brasileño Oscar Niemeyer. Los amantes de la arquitectura apreciarán el célebre Mercado dos Lavradores, obra de Edmundo Tavares que representa bien el funcionalismo portugués de los años cuarenta. La arquitectura madeirense se integra en el paisaje, pero el propio paisaje se ofrece como obra de arte. Abundan los miradores, entre ellos los del cabo Girão (entre los mayores acantilados de Europa) y los muchos que jalonan la bellísima bahía d'Abra y la Punta de São Lourenço, en el extremo oriental. Cuatro vinos Una visita obligada es la del Museo del Vino del Instituto do Vinho da Madeira, o de alguna bodega. Como la de San Francisco, de la Madeira Wine Company, a un paso de la catedral; las explicaciones de la visita guiada suelen terminar con una cata (y tal vez una compra). El madeira ha conseguido suplantar en fama a la isla que le da nombre. En el Enrique IV de Shakespeare se acusa a Falstaff de haber vendido su alma en Viernes Santo "por una copa de madeira y un frío muslo de capón". Hay cuatro variedades principales; el sercial, más seco y ambarino, que sirve de aperitivo; el verdelho, algo más dulce; el bual, oscuro y dulzón, similar al oporto; y el malmsey o malvasía, el más conocido.
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  • Un rompedor museo de arte actual completa la oferta de flores y bodegas en la isla portuguesa
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  • Madeira, nuevos aires
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