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  • A un pasito de la Macarena, Rafa Carrión Amate, formado en la Universidad Pontificia de Comillas y viajero empedernido por los desiertos de India y Marruecos, se ha dado ahora al negocio de la hospitalidad para recrear junto a otros socios locales el mundo onírico del rey Al Mutamid de Sevilla. El monarca poeta, heredero de la taifa más soberana del sur andalusí, escondió en esta casa de la calle de Bécquer sus amores con la lavandera Rumaykiyya, de los que brotaron sus más encendidos versos. Un territorio, pues, memorable para la apertura de un hotel-museo. Ya lo avisa el arabesco de la entrada. No entramos en una casa cualquiera, sino en una mezquita de los deseos. El patio mudéjar celebra el encuentro con el gorgoteo del agua en la fuente, un aroma de cuero viejo y especias morunas, un mobiliario de palacete dieciochesco y una atmósfera penumbrosa de transposición cultural musulmana, judía y cristiana. A su alrededor se distribuyen una abacería convertida en bar, un desayunador, la recepción y corredor que comunica, en dos plantas, las 15 habitaciones del establecimiento. Cada una habla de aquellos años de gloria para Al Andalus. Princesa Zaida, con dosel de gasas y celosías de cedro. Zyriab, en tonos azules, con el baño estucado. Almanzor, con solería hidráulica, balcón y ventana. Ibn Firnas, con terraza privada y bañera antigua de hierro fundido. Princesa Wallada, escaqueada de hidráulicos, con una cama doble de forja. Abenamar, en la planta baja, abierta al exterior. Aben Baso, una de las mejores, exhibe un artesonado mudéjar policromado. Rumaykiyya, protagonizada por una colcha oriental muy llamativa. Y Al Mutamid, cuya gracia es el arco de herradura que abre la bañera a la alcoba, guiños picantes a los amores prohibidos que aquí un día se vivieron. El escenario lo sugiere a pesar de la irrupción no museística de monitores de televisión, interruptores de imitación, teléfonos fijos, apliques extensibles y otras moderneces que contrastan con el mobiliario de estilo hispano-árabe procedente de anticuarios marroquíes, los lavabos artesanales de latón pulido, los cabeceros tallados en cedro aromático y la grifería victoriana traída de India. Lo más refrescante y desinhibido del hotel reside en la antigua abacería, donde el encargado se aplica en satisfacer los paladares con tapas de tradición sevillana y mozárabe, exquisitas y naturales. Para ser un bar típico, sorprende lo limpio que está. Mucho más que el ático, expuesto a los tejados de la Macarena, donde sobra el jacuzzi polivinílico y falta un poco de atención que convierta esta terraza en un chill out ambientado para recibir la noche veraniega entre copas y lecturas en homenaje al rey poeta de Isbiliyya.
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  • Alcoba del Rey de Sevilla, evocación árabe junto a la Macarena
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  • Entre sedas y celosías
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