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  • Hay algo que resulta familiar en el enrejado de los ascensores. La forja estilo art déco que recubre el hueco de los elevadores repite el mismo motivo geométrico una y otra vez hacia lo alto. Cada curva de hierro irradia un aire subliminal. Si uno afina la vista y achica los ojos, podría distinguir unas formas redondeadas, como de orejas de roedor. Un momento. ¿No será? No, no puede ser. A los pies de los ascensores, en el espacioso hall principal, el centro neurálgico de la embarcación, hay ajetreo de maletas. Junto a la escotilla de entrada, ocho miembros de la tripulación forman un pasillo, flanqueando el acceso a bordo; uno de ellos sujeta un micrófono en la mano. La familia cruza el umbral con pinta de despistada, mirando a un lado y a otro. El padre se aproxima y muestra tímidamente los pasajes. Entonces, el tipo del micrófono toma la palabra con una sonrisa impoluta y se oye en inglés por megafonía: "Disney Magic, por favor den la bienvenida a bordo a ¡la familia Flint!". Aplausos. El recién embarcado, larguirucho y con visera caqui, alza la mano en señal de victoria y da un paso al frente. Así comienza el viaje por aguas del Mediterráneo, con un recibimiento sonoro, puro estilo norteamericano, y tomando unos ascensores de cristal translúcido hacia los camarotes. Envuelto -sí, confirmado- en las orejas de hierro del mismísimo Mickey Mouse. Esto no es un crucero. Es un parque temático flotante y cuidado al detalle para que la experiencia de la factoría deje su poso en cada poro. Guardería, cine, teatro y musicales, salas de juego y restaurantes. Mundo Disney por los cuatro costados. Y desde primera hora de la mañana, cuando el despertador del teléfono escupe en inglés la voz chillona del ratón más conocido del globo: "¡Buenos días, es hora de levantarse! ¡Hay tantas cosas por hacer!". Hasta la sirena del buque ha sido concebida para que aúlle con las siete notas icónicas de "When you wish upon a star", de la banda sonora de Pinocho, y con las que comienzan todas las películas de la compañía. La primera vez que se deja oír en el barco, durante el preceptivo ensayo de evacuación, los pasajeros, con el chaleco salvavidas enfundado, no dan crédito. Se miran, hay risas y todo acaba, otra vez, en aplauso. Buques gemelos Finales de abril. Quedan pocas horas para zarpar desde el puerto de Barcelona. Mientras se oye de forma intermitente, pero sin pausa, el "Disney Magic, por favor den la bienvenida a bordo a...", una pareja sorbe uno de sus primeros mojitos en la cubierta 10. La luz de media tarde relaja la escena junto a una de las tres piscinas, presidida por una gigantesca pantalla de leds y unos amplificadores a todo trapo. La hija, con la boca abierta y una cuchara detenida en pleno vuelo hacia su helado, no pierde detalle de ese instante mágico en el que Bestia se transfigura en el elegante príncipe que lleva "en el corazón". Hay beso. Final feliz. Poco más tarde, a la hora de la cena, como es costumbre en este navío, levan anclas, roncan las siete notas de la sirena -entran ganas de tararearla- y se encienden los motores. En 1998, Disney irrumpió a 21,5 nudos en el negocio de los cruceros construyendo dos buques gemelos, el Disney Magic y el Disney Wonder, de 294 metros de eslora y con capacidad para 2.700 pasajeros y 950 tripulantes. Vacaciones dirigidas, sobre todo, a un público estadounidense bien curtido en dibujos animados, mercadotecnia y parques de atracciones. Barcos guardería preparados para surcar las Bahamas, el golfo de México y el canal de Panamá. Hace un par de temporadas decidieron cruzar por primera vez el Atlántico y sumergirse en las aguas templadas del sur de Europa, aunque el público sigue siendo eminentemente norteamericano (en torno al 80% del pasaje). Durante 11 días, los padres desembarcan en cada puerto y chapotean en la historia de la civilización occidental, mientras los hijos más pequeños se pelean con ellos para quedarse a bordo, al cuidado de educadores, empapándose de entretenimiento ratonil en dos aulas con todo tipo de juegos. A cada rato, los visita una troupe de animadores distinguidos: Blancanieves, Minnie, Peter Pan, Goofy. No es fácil interpretar su papel. Antes de abandonar el puerto, los actores aprenden en una escuela de Canadá la cadencia de sus pasos, miman cada gesto. Mickey y el Pato Donald han de moverse igual en este crucero y en el Disneyland Resort de Hong Kong. Por eso no hablan. Ni se perfuman. No huelen a nada. Para mantener el hechizo entre los chavales. Pero aquí hay Disney para todos los gustos. El primer día de viaje, por ejemplo, se celebró una boda con toda la pompa en alta mar; y hubo una subasta de cuadros en la que una mujer adquirió un grabado de Blancanieves por 250 dólares. Existen verdaderos fanáticos del universo animado. Con hijos y sin ellos. "Este es nuestro quinto crucero con la compañía. Hemos tomado uno cada año desde 2006", comentaba una pareja de origen hispano, los Crespi. Acababan de sufrir el acoso de los comerciantes de la medina de Túnez -el país magrebí es la segunda escala del crucero- y aseguraban tener ya los pasajes reservados para el viaje inaugural del próximo buque de la flota, el Disney Dream, que incrementará su capacidad hasta los 4.000 pasajeros. "No tenemos niños", dijeron en español, "pero venimos porque nos encanta todo lo que tenga que ver con el mundo Disney. Hemos crecido con ello en Florida. Para nosotros, este crucero es como el paraíso. Es más costoso que otros, pero uno nota la diferencia en la atención, la calidad y el servicio". Primera escala: Malta Luego están los que se preguntan qué hacen allí, como George, un perforador de Chicago con perilla y a dos años de jubilarse. Compró los boletos con un par de semanas de antelación: "Estaban de oferta. Y como ya no tenemos hijos a cargo y queríamos conocer Europa, nos apuntamos mi mujer y yo. Lo de Disney es lo de menos. Aquí me relajo. Mira qué belleza". El hombre fumaba a eso de las cinco, apoyado en la baranda, exhalando bocanadas de humo a estribor, como un Humphrey Bogart. Sin tierra a la vista, la proa -con un relieve dorado de Mickey bajo el espolón- enfilaba ya hacia La Valeta (Malta), el primer puerto de la travesía. Acababan de pasar la película Up en tres dimensiones, uno de los últimos éxitos de Pixar, filial de Disney. Aforo completo en una sala de cine con 400 butacas. Poco más tarde, el teatro, con capacidad para casi 700 personas, se llenaba para el musical Twice Charmed, un giro en la historia clásica de la Cenicienta que comienza justo después del "y fueron felices y comieron perdices". Una veintena de actores y cantantes. Un montaje eléctrico. Luces, explosiones y coreografías marca de la casa. A la salida, en medio de un río de gente, apareció por sorpresa un elegante ratón Mickey vestido de frac. Ana, una española menuda y dicharachera, guardó 15 minutos de cola con su hija Paula, de seis años, para poder hacerse una foto y pedir un autógrafo. "No sé quién lo pasa mejor, si la niña o yo", bromeaba la madre; en cambio, Diego, el padre, se marchó apresurado: "¡Mira que no llegamos...!". Madre e hija posaron abrazadas al muñeco animado. Un par de tardes después, en el Oceaneer's Lab, una de las salas de juego vigiladas para niños, Paula ya iba colgada del hombro de Laura, otra española de su edad. "Míralas, por ahí van. De aquí salen amistades para siempre. Cuando se despiden hay lágrimas. A veces lloramos todos", contaba Andrés Ossa, uno de los educadores, de origen colombiano. Once días con sus noches dan para mucho. Los hay que se dedican a los masajes, a la sauna y al gimnasio, donde un cartel a la entrada pregunta "¿Necesita eliminar toxinas?" y es posible aplicarse electrodos en el abdomen. Otros se entregan a la barra libre de helados y de bebidas gaseosas, al cultivo del moreno, al pimpón o al baloncesto. Y hay quien aprovecha el atardecer para sumarse en silencio al grupo de yoga, en la popa del navío, entre la estela blanca de espuma y la más negra del humo. Pero quienes realmente disfrutan son los pasajeros menudos. A los pequeños les colocan una pulsera en la muñeca, con un chip para poder identificarlos. Y a sus padres les endosan un busca para tenerlos siempre localizados. Cuando recogen a los hijos de las aulas vigiladas, han de responder con una clave a los cuidadores. "¿Te lo has pasado bien, Lucas? Cuenta qué has hecho...". Lexy y Julien, una agradable pareja franco-estadounidense, acaba de volver de una breve e intensa jornada de turismo mediterráneo. Han coronado el Vesubio, han almorzado entre viñedos de la región de Campania y han deambulado de la mano por las ruinas de la ciudad romana de Pompeya, siguiendo a la guía italiana, que lideraba el grupo empuñando un panel con forma de orejas de ratón. Un paréntesis sin críos. Ahora son las cinco de la tarde del quinto día de crucero, y su hijo de cuatro años, al que acaban de recoger, parece haber enmudecido. Hasta que por fin recuerda: "¡Ah, sí! Ha venido Alicia en el País de las Maravillas. Y entonces nos ha preguntado si habíamos visto al conejo blanco". Atracado aún en Nápoles, el barco va recuperando poco a poco el bullicio. Los padres vuelven de las excursiones, los niños despiertan del sueño. Un cuarteto de cuerda toca una pieza de Mozart para dar la bienvenida en el hall principal. El Capitán Garfio se asoma al recibidor desde un balcón de la quinta planta. En la cuarta, Blancanieves se cubre el rostro junto a Mudito. Algunos niños la miran extasiados. Ya se ve alguna pequeña vestida de princesa. Destellos, coronas, lentejuelas. Listas para el primer turno de la cena en alguno de los cuatro restaurantes del barco. Mientras, Alicia cruza de nuevo con paso firme. Azul celeste, blanco y dorado. Busca un conejo demasiado pendiente de un reloj de bolsillo.
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  • Mickey y Minnie, en un crucero familiar por el Mediterráneo. O una exótica aventura entre Singapur y Dubai. Nuevos barcos, camarotes individuales sin recargo y muchas ofertas. Prepare las maletas para unas vacaciones en el mar
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  • Del uno al otro confín
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