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  • La gloria del barroco es un título apropiado para la muestra que galvaniza el corazón de Valencia hasta el 3 de octubre. La exposición ocupa cuatro espacios próximos entre sí, enlazados por una alfombra de roleos pintados en blanco sobre el pavimento; solo hay que dejarse llevar para descubrir cómo la Valencia medieval se torna barroca. El Almudín o lonja de granos y tres templos transformados en época barroca sirven para mostrar facetas que parecen consustanciales al carácter de los valencianos, su barroquismo, la extroversión vitalista y mediterránea, el lado luminoso. El Almudín, junto con la desaparecida Almoina (casa de beneficencia) ocuparon lo que podría llamarse el disco duro de la ciudad. Derribada la Almoina a comienzos del siglo XX, en el subsuelo apareció parte del alcázar árabe y mezquita mayor, que estaban a su vez sobre la calle mayor (cardo) y foro romanos; desde hace un par de años se visitan esas tripas subterráneas. Cuando Jaime I conquistó Valencia a los árabes en 1238, la mezquita mayor dejaría paso a la catedral, y otras mezquitas urbanas sirvieron de cimiento para algunas de las 10 iglesias góticas que el rey fundó. Las que acogen la actual muestra son las parroquias de San Esteban, San Martín y ex parroquia de San Andrés, las tres en el barrio del Mar, rehechas con el paso de los siglos. El Almudín Es un milagro que se haya conservado este almacén del siglo XIV. Restaurado y convertido en museo, sirve ahora de briefing para abrir la exposición, mostrando la labor que en una década de vida ha efectuado, en la Comunidad Valenciana, La luz de las imágenes, la fundación responsable de las siete ediciones celebradas. La restauración en ese lapso de 2.544 obras de arte y 48 edificios le valieron el pasado año el Premio Europa Nostra. Las recuperaciones artísticas han afectado a 96 poblaciones, y han destapado a veces hallazgos y enfoques insospechados. Por ejemplo, la época renacentista presentaba en Valencia un cierto vacío, entre lo medieval y lo barroco; gracias a los ángeles descubiertos en la catedral en 2004 (y otros este año, en San Esteban) así como obras de Paolo de San Leocadio (traído de Italia por Alejandro VI), de su hijo y discípulos, podemos afirmar ahora que el Renacimiento entró en España no a través de Toledo, Granada y el emperador, como se decía, sino antes, a través de Valencia y de los Borgia. San Esteban Fue el primer templo cristiano de la Valencia conquistada, y en él se casaron las hijas del Cid, y estuvo este enterrado. Reformado en época barroca, hace apenas un año era un antro decadente; en cosa de meses se ha transfigurado en un ámbito resplandeciente, con esgrafiados añiles en los techos, y estucos y dorados en las paredes. En esta sede se muestra la pujanza de la escuela valenciana de pintura. Obras de Ribalta, de Ribera, Orrente, Antonio Villanueva, José Camarón, José Vergara, Maella..., van encauzando la mirada hacia el presbiterio, cuya bóveda luce un fresco grandioso de Vicente López. San Martín La alfombra de volutas estampadas pasa ante el pórtico románico de la catedral (adornado con siete pares de cabezas de familias nobles, primeras repobladoras), sortea las terrazas de la plaza de la Reina, e invita a penetrar en la iglesia de San Martín; otra que fue levantada sobre una mezquita, rehecha en el siglo XVIII por Francisco Vergara y sus hijos José e Ignacio. Este último es uno de los grandes de la estatuaria valenciana, tema al que está dedicada esta sede, junto con la orfebrería sacra. Dos cosas sorprenden en este templo (al margen de los contenidos expuestos): una es la riqueza de dorados, recuperados mediante encargo a una fábrica italiana de más de 120.000 láminas de oro de 24 quilates. La otra es el ábside del presbiterio: se trata de una media bóveda de estilo renacentista, con 164 casetones de piedra que estaban tapados con gruesa pintura para disimular los estragos de la Guerra Civil; mientras dure la exposición se tendrá la ocasión única de ascender por una rampa dispuesta al efecto y contemplar de cerca las figuras alegóricas y bustos de apóstoles que hinchen los casetones. San Juan de la Cruz La senda estampada en el asfalto nos hace pasar ante el palacio del Marqués de Dos Aguas, gloria del barroco valenciano, para llegar a la contigua iglesia de San Juan de la Cruz, que tiene un historial de cine (de terror). La iglesia medieval estaba dedicada a san Andrés, fue rehecha en el XVII y renovada en el XVIII, diez años después de construirse el palacio del Marqués de Dos Aguas, y con intervención de sus mismos artífices. El templo ofrece, así, una continuidad estética con el palacio y luce en su conjunto como una delicada y a la vez grandiosa porcelana, con figuras de estuco (algunas mitológicas o profanas) realzadas por toques de plata corlada, de un tono cobrizo. Una maravilla. La iglesia quedó abandonada en 1902 (al trasladarse la parroquia a la calle de Colón) y a punto estuvo de ser demolida. En la Guerra Civil quemaron los retablos, órgano y púlpito, y al acabar la contienda un obispo burgalés (de cuyo nombre no hay que acordarse) quiso de nuevo vender y demoler el templo, como hizo con otras dos iglesias vecinas; la calle a la que dan iglesia y palacio es la llamada milla de oro de Valencia. Pero la avaricia del obispo topó con un paisano tan culto como tenaz, Elías Tormo (1862-1957), historiador de arte y político. Tormo consiguió que en 1942 la iglesia fuera declarada Monumento Nacional, salvándola de la piqueta. Diez años más tarde se entregó a los frailes carmelitas, quienes la pusieron bajo advocación de san Juan de la Cruz. Los carmelitas han tenido esta iglesia medio cerrada, sólo utilizada en cultos ocasionales. Tras la restauración hecha por La luz de las imágenes, el templo vuelve a ser, como escribió Elías Tormo, "un caso único de una modalidad del arte rococó de Valencia". Falta saber cuál va ser su destino cuando acabe la exposición y si permanecerá abierta al público.
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  • Un sendero pintado une en Valencia las cuatro sedes de la última muestra de 'La luz de las imágenes'
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  • Camino blanco al barroco
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