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  • Basta con haber pasado por algunas ciudades chinas para empezar a ver Nueva York profundamente disminuida. Nueva York pudo ser la ciudad del siglo XX, pero todo indica que las ciudades del XXI van a estar en Asia: China ya tiene dos que representan, más que Nueva York, el eterno retorno de Babilonia y sus jardines colgantes y sus torres acercándose al cielo. Una es naturalmente Pekín; la otra es Shanghai, que ahora ronda los veinte millones de habitantes, y que tan majestuosa resulta desde el piso 32º del hotel Meliá, que alza su mole junto al río Huangpu. Pero el viajero no se debe alarmar, pues en realidad el casco urbano que él va a frecuentar no es demasiado extenso y puede aprenderse con cierta facilidad en su esquema más general, tomando como referencia el río y algunos de sus rascacielos más emblemáticos. El Bund Una buena manera de iniciar el recorrido por Shanghai es acercarse al Bund y atravesar sus callejas, donde todavía se despliega una forma de vivir genuinamente china, hacinada y vecinal: restaurantes que desprenden un mareante olor a fritangas, mercados callejeros con toda clase de animales vivos: serpientes, ranas, peces, crustáceos. Con habilidad asombrosa, las chinas decapitan culebras vivas y con una cuchilla las despojan de la espina dorsal. En el Bund, el viajero se puede dar un buen baño de multitud, sobre todo si decide atravesar la Nanking Lu, donde la nueva clase media china muestra su fisonomía más voraz. En la Nanking Lu se observa siempre un frenesí que recuerda el de la Europa consumista de finales de los sesenta. Ciudad antigua Torciendo hacia la izquierda por la Hennan Lu se alcanza enseguida la antigua ciudad china, amurallada, tradicional y recientemente reinterpretada hasta alcanzar a veces el paroxismo kitsch en su versión más típicamente china. Un nuevo mercado se despliega en sus calles rojas, doradas, relucientes y llenas de tiendas y restaurantes que ofrecen todas las especialidades de la cocina de Shanghai. Merece de verdad la pena porque en el corazón de la ciudad china se halla la mansión Huxinting, en el centro de un pequeño lago. Allí se ubica desde hace tiempo una de las mejores casas de té de Shanghai. Por no más de cinco euros uno puede presenciar el ritual del té. Suele hacer de maestra de ceremonias una muchacha pequeña y sinuosa, de una simpatía dulce y directa. Puede envolverte completamente con sus palabras y los movimientos de sus manos, dignos de un prestidigitador. Uno sale de la ceremonia realmente entonado, como solo ocurre en China cuando te ofrecen té bien preparado y escanciado. Un estado del cuerpo y la mente ideal para adentrarse en el jardín Yuyuan: toda una sorpresa, pues el jardín no está reconstruido y da una idea bastante aproximada de lo que era cierta arquitectura aristocrática china. El jardín, de no más de una hectárea, es de una densidad real, y mientras lo recorres contemplas montañas, cascadas, cuevas, refugios, miradores, glorietas. Sorprende que en la ciudad más occidentalizada de China uno pueda trasladarse hasta el siglo XVI, cuando el arquitecto Zhang Nayang concibió aquel jardín guiado por una idea: convertir un espacio limitado y enclaustrado en una representación del mundo llena de sutileza y al amparo de las piedras, los pinos retorcidos y el agua, tan presente en todo el jardín, a veces quieta y otras veces en movimiento. Xuhui Basta con dejar atrás la ciudad china por la Fuxing Lu para adentrarse en lo que fue la Concesión Francesa o distrito de Xuhui. Es como pasar de China a Europa sin salir de la misma ciudad y en un abrir y cerrar de ojos. Se trata de una parte de Shanghai que perteneció a Francia hasta 1946 y donde se practicó como en pocos sitios el arte de vivir. Es aconsejable perderse por sus calles coloniales, cuando ya está a punto de caer la noche, bajo esa luz siempre líquida de Shanghai. Todos los estilos de entreguerras están representados, y a veces uno puede encontrarse con villas tan asombrosas como la de Taiyuan, construida en los años veinte por dos gánsteres aristócratas, o dos aristócratas gánsteres. Parece la casa del gran Gatsby. Mientras me la mostraba, el escritor Pedro Molina Temboury me contó que había sido el albergue de las fiestas de Mao y de su mujer. Circunstancia que la convertía en espacio doblemente evocador del asombroso pasado de Shanghai en su vertiente comercial, disoluta y mafiosa, y en su vertiente comunista y no menos oscura y vil. Templos viejos y modernos Al sur del Xuhui es posible regresar de nuevo a la china tradicional visitando el templo de Longhua, en la calle del mismo nombre. Es el más antiguo y grande de Shanghai. A primeras horas de la mañana, el templo se percibe como un espacio de oración y meditación. Posee una hermosa pagoda del siglo X y grandes estatuas de Buda en sus diferentes avatares, uno de ellos femenino. Su sala de los arhats, con 500 estatuas doradas, nos introduce en la pesadilla de la repetición, tan cultivada por el budismo. No es difícil ver en el templo de Longhua fieles rezando con un fervor desconocido en Europa, si bien rara vez son numerosos. Merece también la pena visitar el templo del Buda de Jade, el museo dedicado a la memoria del genial escritor Lu Xun, la plaza del Pueblo y, frente a ella, el Museo de Shanghai, con excelentes colecciones de pintura clásica china. También es aconsejable dar largos paseos por la orilla del río, ya en la zona del Pudong, donde se está desplegando el nuevo Shanghai, con sus rascacielos babilónicos, totémicos, cristalinos y fantasmales bajo un cielo más líquido que las aguas del Huangpu. Y también merece la pena visitar la Expo, donde Shanghai vuelve a convertirse, por primera vez desde el año 1948, en el concilio de todas las etnias, juntas, pero no revueltas, como en los viejos tiempos, pero de forma aún más enloquecida y fosforescente. Para disfrutar de la noche abundan los lugares delirantes, y hasta es posible encontrar discotecas con largas peceras por las que discurren tiburones, pero para los sábados por la noche el mejor lugar es el Barco del Dragón, que suele detenerse junto a una zona de marcha de la ribera derecha. Se trata de un bar-discoteca-restaurante en un barco que parece surgido de una película de Fu Manchú, y lo lleva una corporación de españoles, italianos y chinos. En el barco el ambiente es mestizo y alegre, y es todo un placer poder tomar una copa en su terraza más elevada, contemplando el río y los rascacielos de las dos orillas mientras se van acercando las luces del alba. » Jesús Ferrero está a punto de sacar su nuevo libro, Balada de las noches bravas (Siruela, 2010).
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  • Un viaje en el tiempo: de la mansión Huxinting a los rascacielos junto al río Huangpu. La ciudad china hipnotiza al viajero, que hasta finales de octubre aún puede visitar la Expo
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  • Cielo líquido sobre Shanghai
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