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  • La sola existencia de esta posada real, nacida de la recuperación del monasterio de Santa María la Real de Tórtoles de Esgueva, en Burgos, nos informa del anonimato en que aún permanece buena parte del patrimonio monumental español y de la enorme oportunidad que representa para el turismo. Así lo pensó el ingeniero madrileño José Luis Ardura cuando adelantó su jubilación a este retiro de monjas benedictinas que domina el río Esgueva, en el ascenso al páramo del Cerrato. Hacía tres décadas que las religiosas lo habían abandonado por otro más confortable en Aranda de Duero, y tocaba mucha labor de desescombro y transformación. A ello se puso con ayuda de la familia y más ingenio que arte, aunque no escatimó recursos para salvar todo lo salvable, incluidos los viejos portones del cenobio, los artesonados policromados del claustro, la sillería del coro (convertido en sala de lectura), la sala capitular (ahora cafetería), el refectorio (un luminoso comedor) y las 17 habitaciones surgidas de la ocupación honrada de las antiguas celdas monacales. La huerta acoge hoy un jardín de geometría minimalista con parterres ordenados de cuarterones, plantaciones de manzanos y cerezos, acequias y estanques que parecen platear el agua. Al fondo, la entrada al ábside poligonal de la iglesia y a la capilla de los Fundadores, ambas de origen románico. Y el claustro, ombligo del monumento, presidido por un nevero y un manantial frecuentado en su día por enfermos de ictericia en busca de sanación. Todo esto lo cuenta apasionadamente el propietario, consagrado a la liturgia de la hospitalidad junto a su mujer y sus dos hijos. Sobra aquí el tiempo para conversar, meditar, pasear y escrutar, piedra a piedra, lo que fue la vida durante el otoño mesetario. Y faltan ganas para concluir la estancia y volver a la ciudad tras el fin de semana. Puede que la ruina en que se encontraba el monasterio invitara a otra interpretación formal de las antiguas celdas, donde hoy se alinean en requiebros y corredores secretos los dormitorios. Nada que objetar a su equipamiento mobiliario, ni a su bien medida confortabilidad. Pero el viajero del páramo castellano quizá buscaba algo más de melancolía ruinosa, un plus de autenticidad. Por ejemplo, unas colchas menos mundanas, un televisor menos visible, un vintage menos decorativo; en fin, menos hotel y más posada. La modernidad bien entendida se expresa inopinadamente en la cocina, donde el gusto de José Luis Ardura refleja mucho de lo vivido en sus viajes. Inolvidables los tortellini de morcilla, extraídos del recetario tradicional castellano con mucho interés por la innovación.
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  • Monasterio de Tórtoles de Esgueva, regreso al siglo XII
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  • Claustro hotelero
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