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  • Iban Jaén es arquitecto. Esa impronta se hace notar, y mucho, en la posada que regenta su madre a orillas del embalse del Burguillo, frente a la sierra de Gredos. No ya porque el edificio haya sido diseñado con unos amplios ventanales desde los cuales asomarse al espejo azul del lago, sino por los muchos guiños técnicos y artísticos que nos descubre en sus interiores, como esas tapicerías carmesíes que chillan sobre el horizonte verde del bosque o el minimalismo geométrico del mobiliario, rotundo frente a la morbidez natural del paisaje. Y también porque ha sabido interpretar cada recoveco que le ha permitido la parcela para ensortijar entre la vegetación una playa, extender un voladizo sobre el agua y acondicionarlo como chill-out, proyectar la planta baja a modo de chiringuito doméstico (aunque algo desabrido) en el que se reúne la clientela a picotear algo si hace bueno. A Iban Jaén le interesa la arquitectura de los sentidos. Su madre, Teresa Rodríguez-Carrascal, maneja el negocio como Dios le dio a entender. Una molestia para la clientela es la proximidad del hotel al asfalto (está bien apretado entre el embalse y la carretera N-403). No es que haya demasiado tráfico, pero ese mínimo eventual le saca a uno de su casilla vacacional. Tampoco brilla el orden en las zonas comunes, a veces desmadejadas por la inclemencia meteorológica, otras por la parsimonia del servicio. Falta esmero en las colaciones ("el desayuno está ahí", a eso se reduce el servicio) y más aplicación en la elaboración de las cenas. Claro que instalarse a comer a la luz de los faroles al borde del lago disculpa cualquier inconveniencia. Una salita en la planta entremedia procura un mejor ambiente para el ojeo de revistas y, cómodamente repantingado en un sofá, otear la incipiente actividad náutica del lago, más acusada en verano que en invierno. Es una pieza diáfana y alegre, como el resto de las habitaciones, decoradas con objetos de diseño, tapicerías coloristas, una bañera grande de hidromasaje y abstracciones sobre aluminio, metacrilato o lienzo pintadas por Sara Jaén, hija de la propietaria. Conviene exigir las superiores, por sus vistas al embalse, y las más alejadas de la terraza, demasiado expuestas al murmullo veraniego. A eso se le puede sumar el ruido de las tolderías exteriores que golpean contra la fachada en cuanto sopla el viento. Inconvenientes no menores de la sostenibilidad bioclimática que se olvidan en cuanto uno echa cuentas: el paraíso acuático se encuentra... ¡a una hora de Madrid!
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  • Diario El País S.L.
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  • Posada del Agua, sobrevolando el embalse del Burguillo, en Ávila
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  • A una hora de Madrid
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