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  • A diez minutos de Bilbao, un campo de golf parece en rigor una buena inversión. Y, como toda buena inversión, lo que financia la pradera y sus hoyos es la construcción de viviendas o de un hotel, como es el caso. Con muchas, demasiadas, habitaciones para el bilbaíno, que, terminado el recorrido, suele volverse a casa porque al día siguiente toca trabajar. Pero así es este tipo de inversiones, capaces de mantener un hotel vacío con tal de que el verde acabe generando más verde. Su localización es confusa para quienes no son de Bilbao. Hay que tomar la A-68 o seguir las indicaciones hacia el corredor de Txorierri. Los tres bloques edificados que sustancian la instalación hotelera abruman en lo alto de Artxanda, es verdad. Son paralelepípedos tumbados y ensamblados como su promotor dio a entender, de acceso intrincado, de circulaciones cansinas, que impactan excesivamente en el entorno y dieron lugar a la protesta organizada del vecindario y movimientos en defensa del paisaje. Claro que, salvando el incordio de los largos desplazamientos entre las zonas comunes y las habitaciones, el hotel y el green, da gusto ensimismarse desde la inmensa terraza y ver pasar la tarde a vuelo de pájaro sobre el campo de golf, que en realidad son dos: uno de nueve hoyos y otro de reglamento, con 18 hoyos. La opción al juego y a la molicie es la salud. Como su nombre anticipa, el Alba Hotel Golf & Spa ofrece también el complemento de la sauna y los masajes para estar en forma. El servicio, extremadamente gentil y desvivido por la (escasa) clientela, aconseja sobre el mejor tratamiento y dispone de lo necesario para las salidas programadas al prado, aunque ambos negocios -el del golf y el del hotel- funcionan por separado. No ocurre el mismo miramiento con los huéspedes en la satisfacción del paladar, ni para esforzarse un poco más a la hora del desayuno en otros menesteres que no sea abrir el recurrente tetrabrick de zumos. Todas las habitaciones son suites, es decir, aprovechables en el futuro como apartamentos residenciales. Con salón, terraza y cocina. En las paredes, grandes fotografías de motivos vascos. Sobre los cabeceros, murales del Guggenheim, como no podía ser menos. Y aunque no todas miran de cerca al golf, cumplen el ideal del espacio, el silencio y la luz, que en el País Vasco constituye casi una necesidad vacacional. Algo austeras en su decoración y funcionales, confortables, de corte moderno, pródigas en detalles, medianamente bien insonorizadas... Y, sobre todo, a 75 euros diarios con el místico desayuno incluido. No sería justo exigirle al hotel mucho más.
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  • Diario El País S.L.
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  • ALBA HOTEL GOLF & SPA, desahogo verde cerca de Bilbao
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  • Silencio y golf
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