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  • Apuntado a la moda de la arquitectura espectáculo, el barcelonés Ricardo Bofill ha ejecutado una obra icónica en la capital catalana que muchos confunden con ese otro icono de la opulencia posmoderna, el hotel vela de Dubai. Ambos se significan sobre el skyline urbano por una especie de neoeclecticismo distante de toda pureza racionalista y arquetipo de la exuberancia visual que ha acompañado a una época de desenfreno inmobiliario. Sin entrar en polémica por lo que los ortodoxos consideran una horterada, lo cierto es que el edificio acusa defectos imperdonables y acabados realmente mediocres. Desde el garaje, ajeno a la propiedad del edificio, se accede al hotel por unas escaleras que hay que salvar con las maletas a cuestas y luego a través de un callejón sucio y siniestro. Los espacios aparecen desestructurados. El vestíbulo se abre inmenso y desabrido sobre una terraza exterior amenizada por un estanque adornado por setas luminosas y otros ornamentos espurios. Antes, una escalinata insulsa conduce a los salones del sótano. Una chimenea de etanol cumple su función efectista entre la zona de estar y el restaurante informal del hotel, donde se sirven los desayunos. Claro que otras zonas comunes, como el bar de copas Eclipse (un apabullante mirador acristalado sobre el mar), el restaurante Bravo (a cargo del refinado chef Carles Abellán), el bar Wet Deck, el Bliss Spa o el gimnasio Sweat, atraen con mejores argumentos a la clientela joven, amante del diseño y la luminotecnia cool. El trabajo decorativo de Marta Vilallonga, adscrita al equipo de Bofill, se suaviza bastante en las habitaciones, comunicadas a través de un largo corredor en rojo boudoir que guarda un rigor geométrico apreciable. Protagonista de la estancia, enmedio, casi levitante y señora de las vistas sobre la ciudad, el puerto y el mar aparece la cama, de tamaño real, con un cabecero bajo de piel adosado al escritorio. En su costado, una botonera permite el cambio de escenas luminosas: día, noche, wow y baño. Una batería de enchufes evita agacharse para el abasto de los dispositivos móviles. Meritorio es también el que la papelera se esconda dentro del mueble del cuarto de baño. La ducha es espaciosa, aunque de chorro limitado. Incomprensiblemente, una cortina de tela protege en su interior un entrante de la pared: no parece un recurso muy higiénico. Lo que sí riza la perfección en este hotel es el servicio, impecable. En menos de cinco minutos, incluso de madrugada, el personal está atento a los requerimiento de la clientela. Whatever, whenever... (lo que sea, cuando sea...), la marca de la casa.
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  • Diario El País S.L.
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  • W BARCELONA, el hotel frente a la playa de la Barceloneta obra de Bofill
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