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  • Se agradece en esta España rural, cada día más congestionada de alojamientos turísticos de dudosa factura, el que alguien piense en la soledad de los montes. Añorados miradores, nerviosos regatos e insondables umbrías como las que sirven de escenario a un coqueto emprendimiento iniciado recientemente por los madrileños Sofía Bernar y su esposo, Íñigo O'Shea. Ellos, al igual que otros antes, pusieron pies en polvorosa con tal de no seguir "ejecutiveando" en la ciudad a costa de su salud y de su felicidad. El valle del Tiétar les guarda aquí la espalda, y los desgarros rocosos de Gredos atusan su flequillo nada más despertar y ponerse a servir desayunos frente al embalse de El Rosarito. Nabia porque así se llama la "deidad vetona de los valles selvosos, del agua y de los ríos, de los bosques y de los montes", según nos cuentan en su página de presentación. Y es que no muy lejos del hotel se aconseja la visita del castro de El Raso, imprescindible para descifrar la historia carpetovetónica en la península Ibérica. De noche, el lugar invita a adentrarse en estos arcanos mitológicos guiados por las luminarias del jardín. De día resplandece la hierba, la arboleda, las cresterías inmediatas y, aún más cercana, la amistosa acogida que los propietarios dispensan a todo bicho viviente, sea o no cliente de su negocio. Aquí no cuenta el tiempo para nadie, ni casi tampoco el espacio. Pese a que la propuesta arquitectónica podría haber sido de más alto perfil, el interiorismo, sin embargo, puede gustar más o menos, pero expresa con vehemencia el carácter hospitalario de los propietarios, su gusto campestre y su clasicismo vital contenido. Imposible permanecer indiferente al celofán británico (e incluso gustaviano) de sus cretonas estampadas, sus cómodas victorianas, sus sillones encamisados, sus arcones de madera con herrajes, sus alfombras botánicas, sus ventanales de madera de castaño... Hasta los edredones de plumas parecen aquí más suaves, más envolventes. No hay dos habitaciones iguales, ni las mismas vistas al cabo del año. En este pie de sierra hay primavera y verano, otoño e invierno. El desayuno se significa como el gran momento del día en Nabia. Abundante, casero, deleitante. En un comedor bien luminoso, frente a la lámina azul de la piscina. Espléndido preludio de una relajada mañana en la biblioteca con un libro en la mano y el ojo puesto en el paisaje sin ruido de esta otra España rural.
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  • Diario El País S.L.
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  • HOTEL NABIA, culto a la tierra y hospitalidad al pie de Gredos
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  • Lejos de todo ruido
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