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  • Con el correr de los años, la cotización turística de Vejer de la Frontera crece y crece sin parar, acumulando tal despliegue de expectativas que hacen de este pueblo blanco un destino único de la costa gaditana. Muy a mano de Los Caños de Meca y de las playas de Tarifa, tanto de Cádiz capital como de Jerez de la Frontera, Vejer es una eminencia de la comarca de la Janda que conmociona por su caserío, cuando no por su bien preservada playa del Palmar, en el punto de mira de los constructores. "Vejer combina costa e interior en tan solo ocho kilómetros", afirma Enrique Ysasi, quien acompaña a sus clientes del hostal La Botica (www.laboticadevejer.com) a la llanura aluvial de la Janda; en primavera es una joya donde planean halcones abejeros y cigüeñas negras en su migración prenupcial. Desde Venta Manolo, Vejer de la Frontera es un despliegue de arquitectura cúbica, volúmenes sólidos, luminosos y bien enjalbegados encaramados a una colina de 190 metros de altura tachonada con pinos y acebuches. Este universo cubista en forma de corazón y bien delineado para aprovechar el terreno merece recorrerse como lo hacía el novelista Juan Goytisolo en Tánger: a la manera de un agrimensor. Nos aprovisionaremos primero de tortas vejeriegas en la pastelería Galván. Después, desde La Plazuela, centro orgánico del pueblo, con el convento a guisa de hotel, trepamos al palacio del Marqués de Tamarón, casa solariega del XVIII de bonita factura que sirve a la localidad de centro de interpretación. Contemporáneo de los Reyes Católicos es el arco de la Segur, abierto en el punto donde mayor grosor alcanza el recinto amurallado. Entre los sillares, el bar Janis Joplin, abierto desde los años del flower power. Retablo cerámico Conquistada por Fernando III el Santo en el siglo XIII, las antiguas trazas han sido escrupulosamente respetadas -ni tan siquiera hay semáforos o modernas construcciones que desentonen-. Caminar por la calle de Nuestra Señora de la Oliva nos depara el retablo cerámico de la iglesia del Divino Salvador, que conserva el alminar de la mezquita, el románico-gótico en los arcos y el gótico tardío en el rosetón. Sobre el paramento lateral del convento de las Monjas Concepcionistas (espacio expositivo) se apoyan los arcos de medio punto que sirven de contrafuerte desde el terremoto de Lisboa de 1755. Es el rincón más reconocido de Vejer. A lo lejos refulge el barrio moderno, de similar blancura y similar panorámica a la que veremos desde el monumento a la Vejeriega. El patio del castillo (siglo XI) conserva la puerta de herradura; pero las almenas solo son accesibles en julio y agosto. En la calle del Rosario, los ecos de las pisadas entonan con un encalado que se diría espiritual. Desembocamos en Capitán Quintanilla, plazuela restallante de macetas. Dicen que el extravío es la única fórmula científica para encontrar el halo a los lugares. De ser cierto, el paseante no puede sustraerse al callejón Oscuro y a los patios de vecindad, en torno a los cuales se celebra en mayo un concurso de embellecimiento. De noche, bañado en la luminosidad amarillenta de las farolas, el blancor tiene una presencia mágica que cautiva. Solicitar permiso a los vecinos de los patios de la Casa del Mayorazgo -junto al arco de Sancho IV-, dado que son paso obligado a la torre del Mayorazgo. Esta regala la panorámica más subyugante. A seis kilómetros, la costa de Zahara de los Atunes, precediendo a la costa africana, y la laguna de la Janda, hoy convertida en arrozal. Sus cinco siglos de pasado musulmán se respiran en el entramado de calles estrechas y laberínticas. Raro es el vejeriego que no conozca Chaouen, localidad marroquí semejante a Vejer -eso sí, con toques azulones-. Y todo por el enlace nupcial en el siglo XV entre la vejeriega Catalina Fernández y Alí Ben Rachid. Al ser expulsados de la Península, y a fin de paliar la añoranza de Catalina, Rachid mandó levantar una réplica de Vejer al otro lado del Estrecho. De la plaza de España, conocida por su fuente de azulejería sevillana, saltamos al Parque del Viento. Domina la presencia hercúlea de tres molinos de viento, más robustos que los de tipología manchega por la fuerza del levante. En uno de ellos, Juanino Román enseña la maquinaria y coordina los paseos en burro. Conviene reservar (660 84 17 20; www.acalusodelburro.com). Toda una obligación para el turista de paladar fino son los gastrobares. Como El Central, en el que lo mismo sirven salmorejo con huevos de codorniz que pulpo con ensalada y seta shitake. Cerca está El Altillo con su pasta de brick de langostino con almendras. Para los devotos del arte contemporáneo está indicada la Fundación NMAC (956 45 51 34; www.fundacionnmac.org), en Dehesa de Montenmedio, kilómetro 42,5 de la N-340 (es fácil saltarse la entrada). Con el pinar se interrelacionan obras de arte pergeñadas teniendo en cuenta su ubicación. Lo conceptual de la propuesta pide audioguía o empaparse antes de la intencionalidad de cada obra. Calcular 90 minutos de paseo con calzado deportivo. En la estupa-mirador de James Turrel, durante el crepúsculo, se pone en marcha un sistema de luces a fin de captar los espectros de luz visibles desde el interior. Una maravilla. Muchos aún desconocen que Vejer tiene costa. La playa del Palmar tiene un encanto arrebatador durante el crepúsculo, cuando abre El Cartero, local de techado de paja con actuaciones.
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  • Un pueblo gaditano de estampa blanca entregado al arte contemporáneo
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  • Espectros de luz en Vejer
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