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Abrió sus puertas a mediados de abril en los bajos del nuevo NH Palacio de Tepa y desde entonces registra llenos cotidianos. Se trata de una segunda versión del primitivo Estado Puro de Neptuno, gastrobar o neotasca de diseño que respalda un cocinero de la talla de Paco Roncero. Su interiorismo typical Spanish es una réplica del primero: bóvedas onduladas de peinetas blancas y centenares de minimuñecas vestidas de faralaes. Modernidad de alma cañí con sentido del humor. Un restaurante divertido, de precios moderados, con un servicio afable pero informal, que adopta la apariencia de bar de manera intencionada. Alrededor de la barra de paso, en la que nadie arroja desperdicios, varias mesitas para tapear especialidades que se preparan al momento y se reseñan en la misma bolsa en la que se alojan los cubiertos. Tapas frías y calientes para compartir, de corte tradicional con toques creativos, además de ensaladas, tostadas y bocadillos, guisos, arroces, conservas de pescado y platos de cierta enjundia para degustar con tenedor y cuchillo. En este grupo figuran los medios pollos asados (7,95), que se preparan a la vista en un asador después de marinarse en ginebra y romero, y que no son, en absoluto, lo más recomendable. Merecen la pena la ensaladilla rusa, las croquetas de jamón y las patatas bravas (con tomate y alioli), los mejillones tigre y la ventresca de atún con pimientos. También las hamburguesas en dos versiones: agradables las mini con mostaza y suculentas las de 120 gramos con foie-gras. Tampoco hay que perderse los callos a la madrileña, de sabor convincente y precio imbatible. Entre sus postres, muy sencillos, desmerece el tiramisú. Y como complemento, cerveza de barril, de espuma densa, perfectamente tirada.
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