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No es una pastelería cualquiera, sino una pista para golosos refinados. Su propietario, el joven Ricardo Martínez, es un extraño cocinero del chocolate que aprendió el oficio en cursillos y viajes a las mejores pastelerías de Francia. Un pastelero con técnica e instinto que domina especialidades galas y se ha atrevido a innovar en algunas tan delicadas como los macarons, que agigantaron la figura de Pierre Hermé cuando trabajaba en La Durée en París. "Nuestro relleno es cremoso y fresco, y debe conservarse en frío", dice Martínez.
Cualquier día su establecimiento, no muy espacioso, es tentador. Vitrinas rebosantes de pasteles, bombones, tartas de diseño contemporáneo y golosinas bien presentadas. ¿Lo mejor? Algunas piezas de bollería, como sus cruasanes, suavemente hojaldrados y con intenso gusto a mantequilla. Tan finos como los de Oriol Balaguer y Julio Blanco (Pomme Sucre), en conjunto los tres mejores de Madrid. Otras especialidades destacables son el Kui Aman, típico de Normandía, y los sugerentes canellés, rellenos de crema pastelera con vainilla de Tahití. Y por supuesto, las magdalenas, los brioches y los pains au chocolat.
No se quedan atrás sus postres en vasitos que armonizan frutas con bizcocho y queso. Pero el orgullo de Martínez son sus chocolates: de textura fina, suave y bien trabajada. Un campo en el que parece querer abarcarlo todo. Bombones de sabores originales, tartas como la charlotte, cacaos para chocolate a la taza, brownies y pasteles. Entre ellos, el Puy (con mus de chocolate, fresas y vainilla) o el Extreme (media esfera de bizcocho con espuma de chocolate y glaseado de cacao).
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